Andrea Boscoli, El Banquete de los Dioses, 1592-93
Andrea Boscoli, Il convivio degli dei. Villa di Corliano, Pisa, 1592-93

Júpiter [1]

Mª Victoria Espín


Bebo en homenaje al señor más dulce y comprensivo,
a la salud de nuestro padre arquetípico.
Venga a nosotros la magia del verbo y la transformación del amor.[2]

Musas Piérides, que dais gloria con cantos, ea, convocad a Zeus, entonando himnos a vuestro padre…[3]

Zeus venerando, Zeus inmortal, te dedicamos el presente testimonio liberador y oración: oh soberano, por tu decisión surgieron estas realidades concretas, la diosa Madre Tierra, las resonantes alturas de los montes, el mar y todo cuanto el cielo haya dispuesto dentro de su ámbito. Zeus, hijo de Crono, que empuñas el cetro y lanzas el rayo, de bronco ánimo, que todo lo generas, principio y fin de todas las cosas; sacudidor de la tierra, engrandecedor purificador, que agitas el universo, autor del relámpago, del trueno y del rayo, progenitor Zeus. Escúchame, multiforme, y concédeme una salud irreprochable, una paz divina y el prestigio sin tacha de la riqueza.[4]

 

Como el hombre de otras épocas, queremos sumarnos conscientemente al gobierno de los regentes, honrar a los dioses, sin cuya presencia y consejo poco puede hacer el hombre.

En realidad,

«todo está lleno de Dioses». Lo que nosotros llamamos actitud espiritual y forma de vida de los griegos no es otra cosa que la autorrevelación de dioses como Zeus, Atenea, Apolo[5].


Mosaico de la villa romana de La Malena, s. IV (detalle), Azuara (Zaragoza)
Representa a Júpiter y otros dioses en las bodas de Cadmo y Harmonía,
padres de Sémele madre de Dioniso.

Para ellos no había separación entre lo humano y lo divino, como no la hay para ningún pueblo arcaico o tradicional, para quienes los mitos están vivos, presentes y siempre actuantes.

Lo sagrado y lo profano no son sino dos formas distintas de ver una sola realidad al remarcar o subrayar determinadas características de acuerdo a nuestra visión. Esa potestad está dentro del hombre; a él le toca sacralizar o profanar el mundo y la vida, saber de lo alto y de lo bajo y de los profundos misterios cosmogónicos envueltos en las ideas que el cielo y la tierra simbolizan y que él puede comprender y conocer gracias a que se dan en su conciencia, en su espacio interno y mental. Es entonces el ser humano el que es capaz de escuchar y saber de las energías celestes, reconocer a los dioses que se le revelan y cumplir sus mandatos en la tierra mediante una serie de adecuaciones. Esta inspiración o aspiración de efluvios divinos y su expiración en el mundo, esta reconversión de lo vertical en horizontal –si se pudiera uno expresar así– es lo que conforma y ha conformado las culturas, las cuales una y otra vez reiteran la sacralidad de sus orígenes y su conocimiento de una realidad de otro nivel, invisible y más elevada, que se vive como transcurrida en un tiempo atemporal, a la que se suele denominar la Ciudad, el Palacio o el Templo Celeste, que son los prototipos de la ciudad, el palacio y el templo terrestre.[6] Todo hombre es una imagen visible de un Ser Universal que sin embargo está dentro de él o él representa, y su vida y el cuerpo que usa en la mansión terrestre son ilusorios.[7]

En cambio, esta civilización ignora, casi por completo, todo lo que no alcanza por sus sentidos y su razón, creyendo que están equivocados aquellos que invocan a los dioses o tienen presentes a sus antepasados. Shakespeare, que vivió hace apenas unos siglos, en su obra Cimbelino, hace aparecer los fantasmas de los padres y hermanos del protagonista, Póstumo, que le advierten que no crea en las calumnias de Iachino contra su esposa. Y oran a Júpiter para que venga en auxilio de Póstumo. El dios desciende sentado en un águila, promete que Póstumo se reunirá con su esposa y vuelve a su palacio cristalino en los cielos.

Si queremos comprender a los pueblos arcaicos debemos abordar el asunto de la Iniciación como hecho cosmogónico real, verdad reconocida en todas las culturas tradicionales y arcaicas, acontecimiento que provoca un comercio ininterrumpido entre hombres y dioses (fuerzas invisibles, espíritus, ángeles, monstruos, etc.) por intermediación de la colectividad como pueblo sagrado e iniciado en general, y en particular por la intervención de aquellos que se han dado en llamar ‘especialistas de lo sagrado’ (hombres de conocimiento, sabios, magos, chamanes, sacerdotes, jefes, adivinos, brujos, hechiceros, curanderos, yerberos, etc.) en los distintos niveles en que estos ‘especialistas’ se expresan de acuerdo y en virtud de sus conocimientos.[8]

Nos preguntamos acerca de los dioses olímpicos y de su generación, del lazo que nos une con ellos; el cual queremos preservar, si es que podemos hablar así, y perpetuar, encarnando esos principios universales.

Hesíodo, narra que cuando Rea está a punto de dar a luz pide ayuda a sus padres, Gea y Urano, para evitar que Crono se trague a su hijo, como había hecho en anteriores ocasiones; estos la envían a Lictos para parir al último de sus vástagos: el gran Zeus, que recogió Gea para alimentarlo y educarlo en la amplia Creta. Lo ocultó en una escarpada cueva en las entrañas de la tierra. Y envolviendo en pañales una piedra se la dio a Cronos que la tragó creyendo que era su hijo. Cuando vomitó a los vástagos que había engullido lo primero en salir fue la piedra, que Zeus fijó

sobre la tierra de anchos caminos en la muy sagrada Pito, en las cavidades del Parnaso[9].

Después de librarse de su padre Cronos, Zeus, liberó a los hermanos de este, los Uránidas, los cuales en agradecimiento le dieron el trueno, el rayo y el relámpago con los que gobierna sobre mortales e inmortales. Tras la batalla con los Titanes,

cuando los felices dioses hubieron dado por terminada su empresa, resolviendo por la fuerza de las armas el conflicto con los titanes en lo referente a los honores y el poder, incitaron al longividente Zeus Olímpico, siguiendo los consejos de Gea, a que subiera al trono y reinara sobre los inmortales. Y Zeus, accediendo, les repartió las divinas prerrogativas.[10]

El señor omnipotente, que está en el Uranos. Zeus, se adelanta el primero, conduciendo su carro alado, ordenando y vigilándolo todo. El ejército de los dioses y de los demonios le sigue, dividido en once tribus; porque de las doce divinidades supremas, sólo Hestia queda en el palacio celeste; las once restantes, en el orden que les está prescrito, conducen cada una la tribu que preside. ¡Qué encantador espectáculo nos ofrece la inmensidad del cielo, cuando los inmortales bienaventurados realizan sus revoluciones, llenando cada uno las funciones que les están encomendadas! Detrás de ellos marchan los que quieren y pueden seguirles, porque en la corte celestial está desterrada la envidia. Cuando van al festín y banquete que les espera, avanzan por un camino escarpado hasta la cima más elevada de la bóveda del Uranos.[11]

Zeus es el dios olímpico por excelencia, el que es así denominado, aunque también a las Musas les cabe tal honor. Como máxima autoridad del Olimpo rige y gobierna su imperio con justicia y amor. ¿Quiénes son las divinidades que le acompañan? Empezaremos por sus hermanos: Hera, Deméter, Hestia, Plutón y Poseidón; entre ellos Zeus es el menor, pero se le concede un papel principal, pues al ser el único no tragado por Cronos en realidad es el primero y el que hace posible que el resto vea la luz. Estas dos tríadas que acabamos de mencionar, una femenina y otra masculina[12] bien pueden verse como la unidad que desplegándose en el binario se expresa de modo ternario, como no puede ser de otro modo pues así es como la unidad puede ser percibida en el plano de la creación. Es expresión de la tríada original que conforman los principios: positivo, negativo y neutro, llamados por la Alquimia: Azufre, Mercurio y Sal. Todo sigue las mismas leyes originales, señalar además que cada uno de los principios contiene también a los otros dos, así como cada Sefirah del Árbol de la Vida contiene el Árbol entero.

Los dioses planetarios que rigen los días de la semana son las Sefiroth de construcción del Árbol de la Vida; al rito diario que presiden nos sumamos desde el Silencio y la Soledad, del Misterio, que a todos nos acoge y cobija. Ellos son siete y las Sefiroth de construcción seis, lo que nos lleva a señalar que el Sabath, presidido por Saturno, es un día de reposo dedicado a la contemplación y la divinidad.

En la correspondencia que establece la tradición entre las Sefiroth del Árbol de la Vida y los dioses, Zeus, se sitúa en la esfera número cuatro, llamada Hesed, Misericordia y representa la unidad en el plano de la creación, Beriyah. Al hablar de los días, Hesíodo señala que el primero, el cuarto y el séptimo son días sagrados.

que tu corazón evite, en los días cuartos de principio y fin de mes, los sufrimientos que devoran el alma humana, son días por entero consagrados a los dioses [13]

Este autor, se refiere a Júpiter a lo largo de su Teogonía con estos epítetos: invencible e imperturbable, de amplia mirada; conocedor de inmortales designios; amontonador de nubes; altitonante; de ancha faz; prudente... Por otro lado, el himno homérico se dirige a él como principio y fin de todas las cosas.

Arquitecto supremo, constructor del orden universal. Hijo de Cronos a quien destrona inaugurando otro mundo, otra era. No dejamos de tener presente que esto es parte del plan de descenso, de caída, de alejamiento del Uno y su triple emanación.

Zeus, Júpiter, padre de los dioses y los hombres, portador de la égida, de Él emanamos, a Él hemos de retornar.

Ya me di al poder que a mi destino rige.
No me agarro ya de nada, para así no tener nada que defender.
No tengo pensamiento, para así poder ver.
No temo ya nada, para así poder acordarme de mí.
Sereno y desprendido
Me dejará el águila pasar a la libertad.[14]

Descendiendo a partir de Hesed en el Árbol de la Vida, nos encontramos a Ares, Apolo, Venus, Hermes y Artemisa, todos ellos hijos de Zeus. Ares es hijo de Hera, de él dice el mismo Zeus: eres igual que tu madre, no nos extraña esto pues lo vemos en la esfera del árbol opuesta (y complementaria) a Hesed. Las dos deidades que presiden las Sefiroth centrales: Apolo en Tifereth y Artemisa en Yesod, son gemelos e hijos de Leto. En cuanto a Venus, el mito más conocido de su nacimiento la da como hija de Urano, hay otra Venus, la Pandemos, que podemos vincular a la que la mitología nos presenta como hija de Zeus y Dione, se sitúa en la esfera número siete del Árbol; Hermes, que preside la octava esfera, es hijo de la Atlántida Maya.

Otros vástagos de Zeus acompañan a los ya citados, por ejemplo las Musas.

Se dice en Píndaro (según Elio Arístides) que cuando Zeus terminó la creación del mundo preguntó a los dioses si faltaba algo para que este fuese perfecto, admirados de tanta belleza respondieron que una voz divina que cantara las alabanzas de esa obra extraordinaria. Y le rogaron que engendrara a las Musas. Pero ¿quiénes son las Musas? Ya sabemos que son hijas de Mnemósine, la Memoria, que son llamadas olímpicas, como su padre, y que son nueve: Clío anima el cielo de la Luna; Calíope, el de Mercurio; Terpsícore, el de Venus; Melpómene el del sol; Erato, el de Marte; Euterpe, el de Júpiter, Polimnia el de Saturno; Urania el de las estrellas fijas, y a Talía la vemos abajo en la tierra y en la cúspide junto a Apolo que preside el coro de las musas. Ellas son las que cantan a través del poeta, del bardo, celebrando la verdad y la belleza de toda la creación. El artista no es tal sin su inspiración.

Dichoso aquel a quien las Musas aman, dulce fluye de su boca el acento.[15]

Cuando el hombre, sumido en la contemplación de la armonía y belleza de la naturaleza, de otros mundos –a los que el Símbolo, el Rito y el Mito abren las puertas– eleva su voz en canto de alabanza, es la Musa la que canta, es la voz y la palabra, de las que el artista participa, podríamos decir, como instrumento y que recibe como oyente.

*

Hera es la Shakti de Zeus, «aeromorfa» y «alentadora de vientos»[16], como la denomina el himno órfico.

Aposentándote en azuladas oquedades, aeromorfa, augusta Hera, feliz esposa de Zeus, ofreces a los humanos auras propicias que nutren sus almas. Madre de la lluvia, alentadora de vientos, engendradora de todo, porque, sin ti, ninguna cosa logra por entero la carta de naturaleza de su existencia, ya que en todo participas, envuelta en prodigiosa atmósfera. Pues tú sola lo dominas y gobiernas todo, moviéndote en corrientes que producen estrépito por los aires. Ea, pues, bienaventurada, gloriosa y augusta diosa, ven, te lo ruego, propicia, reflejando alegría en tu bello rostro.[17]

Hesíodo, dice que Zeus tomó como primera esposa a Metis, la más sabia de los dioses y de los hombres mortales, Atenea es fruto de esa unión18]; luego casó con Temis que engendró a las Horas: Eunomía, Dike y la floreciente Irene y a las Moiras[19]: Láquesis (la que echa a suertes), que canta las cosas pasadas y porta una vara con la que mide el hilo de la vida de cada persona, Cloto (hilandera), canta las cosas presentes y lleva como herramienta el huso y Atropo (inexorable, inevitable), canta las futuras, portando unas tijeras con las que corta el hilo de la vida que mide su hermana, decide la forma en que muere cada persona; ellas conceden a los mortales el obtener lo bueno y lo malo. Con Eurínome tuvo las tres Gracias, Aglaya, Eufrósina y Talía; con Deméter a Perséfone; con Mnemósine a las nueve Musas.

Se unió luego con Leto, que dio a luz a Apolo y Artemis. Por último tomó como esposa a la floreciente Hera, que alumbró a Hebe, Ares e Ilitía.

Según este autor, son pues siete las diosas con quienes engendró hijos. Añadiremos a la Atlántida Maya madre de Hermes, heraldo de los inmortales; a Sémele, hija de Cadmo y Harmonía, con quien tuvo a Dioniso20]. Dioniso, es el dios despedazado y comido de cuya simiente surge el hombre que, como hijo del dios y la materia fecundada, es intermediario entre lo de arriba y lo de abajo, amo de la tierra y aspirante a traspasar la bóveda celeste por su cenit, por la puerta estrecha, siempre abierta y visible y, a la vez, tan cerrada e invisible. Y finalmente (aunque hay más) a Alcmena madre de Heracles, fundador de ciudades, entre ellas Barcelona21], que pasó tras sus hazañas a morar junto a su padre en el Olimpo.

Todo lo que ocurre en la tierra es imagen de lo que ocurre en el cielo, así las deidades que hemos ido nombrando se manifiestan en la tierra en tanto en cuanto son encarnadas por el hombre; el Olimpo también está aquí y Zeus lo gobierna y le acompañan Hera, Ares, Deméter, Apolo, Dioniso, Venus, Hermes, Artemisa, Hestia, Plutón, Hefesto, Atenea, Poseidón, etc. Son los héroes terrestres que cual nuevos Hércules realizan los trabajos necesarios para trascender la materia y así espiritualizarla y hacerla posible.

Nunca sabrá el hombre exactamente qué parte constituye en el diseño total, en qué danza su presencia es requerida, aunque sí, gracias a Dios, puede contemplar en un momento, en ese instante inaprehensible en que el tiempo se detiene, las distintas pinceladas incluidas en el cuadro. Los colores, como los dioses, y también los hombres, se mezclan con mejor o peor fortuna.

Mito de las Razas

Siguiendo con Hesíodo queremos ahora tratar el tema del mito de las razas.

Irritado dice Zeus a Prometeo:

«¡Japetónida conocedor de los designios sobre todas las cosas! Te alegras de que me has robado el fuego y has conseguido engañar mi inteligencia, enorme desgracia para ti en particular y para los hombres futuros. Yo a cambio del fuego les daré un mal con el que todos se alegren de corazón acariciando con cariño su propia desgracia».[22]

Tras lo cual Zeus crea a Pandora, a la que todos los habitantes del Olimpo dieron un don, sufrimiento para los hombres. Y continúa Hesíodo:

En efecto, antes vivían sobre la tierra las tribus de hombres libres de males y exentas de la dura fatiga y las enfermedades que acarrean la muerte a los hombres [...]. Pero aquella mujer, a1 quitar con sus manos la enorme tapa de una jarra los dejó diseminarse y procuró a los hombres lamentables inquietudes. Sólo permaneció allí dentro la Espera[23]….

La primera raza creada por los inmortales fue una raza áurea de hombres mortales. Estos vivían en la época de Crono, con un corazón sin preocupaciones, sin trabajo, ni miseria, ni vejez y morían durante el sueño. La tierra espontáneamente producía todo tipo de frutos.

Y ya luego, desde que la tierra sepultó esta raza, aquéllos son por voluntad de Zeus démones benignos, terrenales, protectores de los mortales [que vigilan las sentencias y malas acciones yendo y viniendo envueltos en niebla, por todos los rincones de la tierra] y dispensadores de riqueza; pues también obtuvieron esta prerrogativa real.

Una segunda raza fue creada por los inmortales, era la de plata, mucho peor que la anterior. Durante cien años el niño permanecía con su madre, luego vivían poco tiempo más. A esta Zeus la hizo desaparecer porque no honraban a los dioses.

Y ya luego, desde que la tierra sepultó también a esta estirpe, estos genios subterráneos se llaman mortales bienaventurados, de rango inferior, pero que no obstante también gozan de cierta consideración.

La tercera raza creada por Zeus fue de Bronce, en nada parecida a la anterior, sus hombres eran vigorosos, robustos, violentos, amantes de los trabajos de Ares. Sucumbieron

sin dejar nombre alguno sobre la tierra. La negra noche los absorbió >[24]

Una cuarta raza fue creada por Zeus,

más brava, más justa, raza divina de héroes, llamados semidioses y cuya generación nos ha precedido en el ámbito de la tierra sin límites.

Pero todos perecieron, unos ante los muros de Tebas, otros en los campos de Troya y al resto Zeus les dio morada en los confines de la tierra lejos de los hombres.

Allí viven, libre el corazón de inquietudes, en las islas de los Bienaventurados, al borde de los profundos torbellinos del Océano.

La quinta raza es la de hierro

los de este linaje no cesaran de sufrir toda suerte de fatigas y miserias durante el día, ni de ser consumidos durante la noche por las duras angustias que recibirán de los dioses.

Llegará la hora en que

Zeus destruirá igualmente esta estirpe de hombres de voz articulada, cuando al nacer sean de blancas sienes. El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses –no podrían dar el sustento debido a sus padres ancianos aquellos [cuya justicia es la violencia–, y unos saquearán las ciudades de los otros]. Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá pudor; el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento. La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables.

Es entonces cuando Aidos y Némesis,[25] cubierto su bello cuerpo con blancos mantos, irán desde la tierra de anchos caminos hasta el Olimpo para vivir entre la tribu de los Inmortales, abandonando a los hombres; a los hombres mortales sólo les quedarán amargos sufrimientos y ya no existirá remedio para el mal.[26]

Quien dispone un mal contra otro viene a prepararlo contra sí mismo; y el mal pensamiento es malo ante todo para el que lo concibe.[27]

Toda pasión puede ser reavivada en cualquier momento, solo la renuncia interna la extingue realmente. Sin tiempo y espacio no hay momento posible. Por otro lado tal vez uno nunca sepa si su renuncia ha sido total, además si así ha sido ¿Quién lo sabría? Siempre el residuo final es rescatado por Dionisos en el momento que el hombre se entrega.

…debemos saber que nuestros actos son inútiles, y luego proceder como si no lo supiéramos. Eso es el desatino controlado de un brujo (…) Mis actos son sinceros –dijo Don Juan–, pero sólo son los actos de un actor.[28]

El mundo lo sostienen los niños y los sabios, que también son niños. En realidad los sabios lo sostienen y el padre Zeus se goza con esos pequeños que aún no le han dado la espalda.

Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. (Mt 18).

No queremos terminar este trabajo sin referirnos a los oráculos de Zeus. Muy importante en Grecia fue el de Dodona[29] en el hueco de una encina y fuera de allí destaca el de Zeus-Amón, sito en Libia y consultado entre otros muchos por Alejandro y Aníbal. Pitonisas y Sibilas han existido siempre, gracias a Dios. En Barcelona, fundada por uno de los hijos de Zeus, sigue presente la pitonisa en el monte de Júpiter. La Tradición Hermética que ha florecido en estos tiempos en la ciudad condal, tiene orígenes míticos, atemporales y temporales, que Hermes nos haya visitado, que Zeus, Júpiter, ordene un nuevo cosmos, es motivo de celebración para todos aquellos que participamos.

Y de nuevo:

¡Que Zeus los [nos] libre de los males, y de todos ellos el peor, o sea de la tontera que siempre anda rondando y buscando sus víctimas![30]


*

Júpiter

NOTAS

[1] Publicado en la Revista SYMBOLOS Telemática. Solsticio de Invierno 2011.

[2] Federico González, Noche de Brujas, Auto sacramental en dos actos, ob. cit.

[3] Hesíodo, Trabajos y días, proemio. En: Teogonía, Trabajos y días, Escudo, Certamen. Ed. Alianza, Madrid 2008, págs. 73-74.

[4] Himnos Órficos, ob. cit., XV: «a Zeus».

[5] Walter Otto, Teofanía, el espíritu de la antigua religión griega, pág. 93.

[6] «El juego sagrado de pelota mesoamericano se practica en un espacio que simboliza el cosmos y sus participantes protagonizan en ese rito a los dioses primigenios –las energías cósmicas– merced a los cuales la creación tuvo lugar en un tiempo original».

[7] Federico González, El Simbolismo Precolombino, pág. 45-46. Ed. Kier, ob. cit.

[8] Idem, pág. 106.

[9] Hesiodo, Teogonía, Trabajos y días, Escudo, Certamen, ob. cit., pág. 49. Se dice que esta piedra situada en Delfos es la conocida como Omphalos del mundo.

[10] Hesiodo, Los Trabajos y Los Días, con La Teogonía y El Escudo de Heracles. Ed. Iberia, Barcelona 1964, pág. 124 (Teogonía).

[11] Platón, Diálogos, Fedro. Ed. Porrúa, México 1984, pág. 637.

[12] «Zeus gobierna las almas antes de entrar en la generación». «Posidón es un Dios intelectivo demiúrgico, que acoge a las almas que descienden a la generación, y Hades un dios intelectivo demiúrgico, que libera de la generación a las almas». Proclo, Lecturas del Crátilo de Platón, ob. cit.

[13] Los trabajos y los días. Ed. Iberia, pág. 73.

[14] Carlos Castaneda, El Don del Águila, Ed. Eyras 1982, pág. 108.

[15] Himnos Homéricos, XXV.

[16] «Hay cuatro vientos, como hay cuatro direcciones. El cuatro es un número de poder. La brisa es el Este, el viento frío el Oeste, el cálido el Sur, el violento es el Norte.» Estos vientos están simbolizados por mujeres en la cosmogonía que describe Castaneda.

[17] Himnos Órficos, ob. cit. «A Hera»..

[18] De su cabeza hizo nacer Zeus a Atenea (se dice que convirtió a Metis en agua y se la tragó).

[19] Algunos autores las dan como hijas de la Noche, otros de la Necesidad.

[20] Otro mito lo da como hijo de Zeus y Perséfone, a quien se acercó en forma de serpiente.

[21] Otra de estas ciudades es Tarazona.

[22] Esta cita y siguientes: Hesíodo, Obras y fragmentos. (Trabajos y Días, págs. 125-131). Ed. Gredos, Madrid 1978. Trad. A. Pérez Jiménez.

[23] La Esperanza en otras traducciones.

[24] Esta cita y siguientes: Los Trabajos y los Días. Ed. Aguilar, Madrid 1973. Trad. A. González Laso.

[25] Conciencia y Vergüenza.

[26] Hesíodo, Obras y fragmentos. Ed. Gredos. (Trabajos y Días, págs. 133-134).

[27] Los trabajos y los días. Ed. Iberia, p. 54.

[28] Carlos Castaneda, Una Realidad Aparte. F.C.E., Madrid 1984.

[29] «(…); he aquí lo que dicen (…) las Promántidas (profetisas) dodonesas. Escapáronse por los aires desde Tebas de Egipto dos palomas negras, de las cuales una llegó a Libia y la otra a Dodona, y posada esta última en una haya, les dijo, con voz humana, ser cosa precisa y prevenida por los hados que existiese un oráculo de Júpiter en aquel sitio; y persuadidos los dodoneos de que por el mismo cielo se les daba aquella orden, resolvieron cumplirla al instante. De la otra paloma que llegó a Libia cuentan que ordenó establecer allí el oráculo de Amón, erigiendo por esto los libios a Júpiter un oráculo semejante al de Dodona.» Heródoto, Los Nueve Libros de Historia, II, LV. Ed. Edaf, Madrid. Además de Zeus, Dione y Temis eran veneradas en este Centro.

[30] Federico González Frías, Tres Teatro Tres, ob. cit., pág. 94.