DIONISO LIBERADOR

Mª Victoria Espín

4
Dioniso y Jesús


– Si pudiéramos callar cuando debemos
y hablar en el momento oportuno,
todo sería sencillo.
– Si supiéramos cuando cerrar y cuando abrir,
cuando contraernos y cuando expandirnos,
estaríamos viviendo al ritmo de la vida.
– Y podríamos entonces sentir
toda la fragancia de la rosa. Su pura esencia.
El auténtico perfume de la flor.[1]


Damos fin a esta serie de trabajos sobre Dioniso, con la asociación de éste a Jesús, tal como lo hicimos en los anteriores con Eblis, Shiva y Osiris.

Dioniso, como Jesús, es el Dios sacrificado para la vida del hombre.

[Muchos] indígenas han asimilado […] la muerte de la naturaleza y su consecuente resurgimiento a la cuaresma cristiana –como muchos campesinos europeos herederos de culturas precristianas–, cuando la muerte de la tierra (y de Jesús) se transmuta en flores. Las flores son efectivamente para estas naciones indígenas equivalentes a la sangre, como símbolo directo de la vida, y ambos términos son exactos e intercambiables.[2]

En los misterios órficos, como decíamos más atrás, se denomina a Dioniso Vino; este, símbolo de la sangre de Jesús, es el zumo, el mosto que sale al pisar y prensar los racimos de uva, una vez cocido (fermentado) debidamente. La fermentación siempre es necesaria para el nacimiento del vino. Lo mismo ocurre con el pan, su complemento, aunque en este caso es preciso que la mezcla del agua y la harina sea estimulada por la levadura. El pan reúne tres elementos básicos: cereal, agua y levadura. No es cualquier cosa la mudanza de esta mezcla en masa de pan. En cuanto al vino, un solo elemento lo produce: zumo de uva[3] (tiempo y oscuridad), agua, que Dioniso como Jesús tienen la facultad de convertir en vino, conjugando los opuestos, uniendo el fuego y el agua. En el evangelio cristiano vemos este milagro en las Bodas de Caná, anuncio de la Última Cena en la que Cristo transmite a sus discípulos su enseñanza final, antes de volver al seno del Padre.

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre». (Mt 26, 26-29)

Como en el mito de Dioniso [4], en el misterio cristiano, lo femenino está muy presente. La expansión de la energía generativa siempre es placentera para el hombre, pues lo libera, aun cuando sea momentáneamente, de sus límites más inmediatos. La que produce la generación física es el motor de la continuidad de la vida en la Tierra. La procreación en el alma, es doblemente placentera, si es que podemos hablar así. La unión en el corazón, en el centro, sume a los amantes, pues de qué otro modo llamaremos a aquellos poseídos por Amor, en estado de gozo. Y es que esa presencia completa el ternario que vehicula y hace posible la unidad. Donde antes había dos, ahora hay tres, que hacen uno. Ello por la complementación de opuestos y la entrega del macho y de la hembra, en cada uno de aquellos que «templados por la flama dorada del amor» pueden así «devolver lo rescatado».

Cuando el hombre se retira hacia el interior observa que las mismas dificultades del mundo externo están en él, conformando un obstáculo formidable «imposible» de vencer. Pero ahí está Dioniso, capaz de redimir hasta a los traidores. Y ¿quién es el traidor en uno? Cada vez que nos vemos reflejados y nuestra atención se va a la imagen, el ego surge y se impone, aun cuando sea momentáneamente, ego que puede adoptar papeles innumerables que van desde el de héroe hasta el de traidor.

Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. (Jn 15, 4-5)

¡Qué calamitoso es este complejo de simientes que porta el hombre!, y a la vez ¡qué luminoso! Luz y oscuridad en un plano pueden ser oscuridad y luz en otro. Una vez producido el abrazo y puesta la unión bajo el patrocinio de Zeus, padre de Dioniso, ambas son igualmente bienvenidas.

Todo está en todo y todo en uno

Apenas si vemos la superficie de las cosas.

– Sin tu rostro no veríamos el rostro.
– Penetro en vosotras y me posesiono de todos vuestros fluidos. ¿Qué sería del Universo sin nuestras gloriosas cópulas? [6]

Se extinguiría el mundo sin esas benditas cópulas. Toda generación o creación a su vez puede ser generadora en un mundo inferior al suyo, así enlazan unos mundos con otros. El Principio se va expandiendo hasta llegar al límite, lo más grosero, lo más vulgar. Este límite, no es sino el principio mismo, y todo el despliegue cosmogónico su imagen, su hijo. El Padre es el Uno que sin salir de sí mismo ha dado lugar al cosmos entero. Es por el movimiento, el Amor, el Espíritu Santo que es posible ese despliegue.

En el viaje iniciático se hace imprescindible renunciar a cualquier apoyo o protección, si queremos contar con ellos. La Sabiduría tiene sus emisarios que acompañan y guían a aquellos que la invocan. Virgilio acompaña a Dante, hasta que la misma Sabiduría, simbolizada por Beatriz, sale a su encuentro para guiarle en la última parte del camino.

Desnudo nace el hombre, no hay otra manera.

*   *   *

El Paraíso es terrestre, la Jerusalén celeste. La siembra es el Paraíso, la recolección la Jerusalén celeste; cosecha que constituye las semillas del Nuevo Paraíso «que se avizora».

Si suprimimos el espacio y nos sumergimos en el tiempo sin referencia de ningún tipo, quedan libres las amarras que atan al ser a la tierra; es más, situado en el centro, el iniciado, hasta tomar consciencia de su verdadera situación, o mejor de su verdadera herencia, permanece en estado de agitación, buscando unos apoyos que no existen en el mundo nuevo en que ha penetrado.

Pero en realidad ¿puede existir el tiempo sin el espacio?

Siempre el tiempo está en relación con el espacio y lo supone necesariamente.[7]

Y ¿Qué es el tiempo?

El Tiempo es el Verbo hecho carne, soplo del Espíritu creando el Alma del Mundo. El Tiempo debe tomarse como expresión psico-física, viva, de la realidad, cuyas leyes y venturas registran los calendarios, pues éstos expresan a cabalidad los ciclos y ritmos cósmicos, y por lo tanto el Conocimiento tiene en ellos su expresión genuina.[8]

El tiempo es una categoría del alma, que nace del interior del corazón y que constantemente se regenera a sí misma.[9]

Para una visión tradicional, el Tiempo es el soplo vital, el Gran Cohesionador de lo creado, y es absolutamente natural que su expresión gráfica sea la de una circunferencia que al limitar un espacio configura un círculo, una primera figura plana, tanto de un espacio original, como del ciclo en que es vivido, o revivificado, por la acción espontánea del tiempo, generador permanente del movimiento y las leyes que lo rigen y en total correspondencia, como no podía dejar de estarlo, con sus propios orígenes, con su razón de ser; con el Ser del Tiempo como supuesto de todo lo creado.[10]

Añadir que:

La memoria, es la materia con que está tejido el tiempo y por tanto el hombre, ya que éste es tanto lo que conoce como lo que recuerda.

Los recuerdos, en el viaje iniciático han de aflorar todos, unos para irse, otros para quedarse. Lo que no es, se evapora, o mejor, queda absorbido en el espacio y el tiempo donde se originó, neutralizado desde ese momento cualquier efecto de los mismos [11]. Lo que sí es, cristaliza, o mejor se hace cristalino, pasando a formar parte de los hechos significativos de la vida, o lo que es lo mismo, configura la historia sagrada de aquel que actualiza en sí la Presencia del cielo, reuniendo en su haber aquellos momentos que verdaderamente fueron significativos, o sea los que lo rescataron de la horizontal y enderezándolo le pusieron en comunicación con la ciudad celeste,

– Y como el humo que cada vez más sutil y transparente brota de la olla, nos elevamos al país celeste donde está nuestro reino; la perdida ciudad de los inmortales, la que no podrá ser hallada por aquellas que no participen del Sabath.[12]

Nuestro Dios es silencioso, alegre, bullicioso, fresco (con el alma ardiente), cálido (con el alma aterida), suavidad y dulzura. El chamán Dioniso, no es distinto del teúrgo Jesús. La magia y la teurgia son lo más común en el mundo del hombre, ahora bien dado que nos encontramos en los suburbios de ese mundo, unos y otros son una raza en peligro de extinción.

El sol es el centro, visible desde todos lados. El astro rey, así como su hermana, pueden unir en la distancia y también en el tiempo. A través de la luna se entra en Yetsirah, a través del sol en Beriyah.[13] Este sol que contemplamos es el mismo que ven los habitantes de la tierra entera y no sólo nuestros contemporáneos sino también el que han conocido nuestros ancestros (los de este sol). En Él están unidos todos aquellos que a lo largo del tiempo y del espacio han sido. Brindamos por el Arca solar.

Bien podemos ver a Dioniso [14] como un arca viviente cuyas semillas están en el origen de todo, del cosmos físico y anímico. Por cierto, si hay un personaje relacionado con el arca, este es Noé, de quien se dice plantó el primer sarmiento.

Conjugando los opuestos, situado en el centro, uno no puede sino sentir toda la fragancia de la rosa, Tifereth es su nombre, y su aroma se expande por el cosmos entero.

De pronto no hay nada que hacer, solo la encarnación de una presencia que se traduce, o mejor discurre por caminos desconocidos, sorprendentes, y siempre en presente. Ser un espejo en el que el Uno se contempla, un reflejo especular de todo y de todos, sin añadirle nada. Finalmente estamos donde hemos decidido estar. Aceptar el Destino, o mejor, como se dice en el Programa Agartha:

acceder al propio Destino, o sea ser lo que siempre se ha sido.

Sabiendo que el Beso de la muerte es el

Ósculo que produce el arrebato del alma hacia su cúspide intelectual-espiritual.[15]

NOTAS

[1] Federico González, Noche de Brujas, ob. cit., IIº acto.

[2] Federico González, El Simbolismo Precolombino, cap. VII. Ed. Kier, ob. cit.

[3] La uva contiene todo lo necesario para que su jugo fermente naturalmente.

[4] Dioniso, aparece siempre con su cortejo, en el cual abundan las ménades (bacantes). Tomó por esposa a Ariadna (cuyo nombre significa la más pura), hija de Minos, rey de Creta, a la que encontró en Naxos donde la había abandonado Teseo.

[6] Noche de Brujas, ob. cit., 1er Acto.

[7] Federico González, El Simbolismo de la Rueda, ob. cit., p. 165.

[8] Id., Simbolismo y Arte, ob. cit., p. 68.

[9] Ibid., pág. 170.

[10] Ibid., pág 57.

[11] «Los alquimistas buscaban a través de su ciencia y arte una transmutación espiritual que involucraba una regeneración psíquica, donde todas las imágenes eran rebobinadas, si así pudiera decirse, y llevadas a su estado virginal, aunque el ser, ahora libre de prejuicios e identificaciones se encontraba a sí mismo en sí mismo, como lo había estado desde siempre.» Federico González, Hermetismo y Masonería, ob. cit., cap. I.

[12] Noche de Brujas, ob. cit., 2º Acto.

[13] Ver aquí el Árbol Sefirótico de la Cábala [1] y [2].

[14] Dice Sócrates que los poseídos del Dios son aquellos que filosofaron bien, también que la verdadera virtud va unida a la sabiduría, y que ésta última, al igual que la templanza y la justicia no son sino purificaciones. Ver aquí la cita del Fedón.

[15] Federico González, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, ob. cit., entrada → Beso de la muerte.