Un jeroglífico para Mes del Año. Horapolo (Hieroglyphica).
Horapolo, Hieroglyphica. París 1551
Uno de los jeroglíficos para "Mes"

Sobre la Iniciación [1]
II

Mª Victoria Espín

1

Queremos empezar tratando un tema que ha sido piedra de toque para muchos lectores, hombres y mujeres, de la obra de René Guénon. Poca referencia se hace en ésta a la posibilidad de que la Masonería sea una vía iniciática válida para la mujer; y cuando se refiere a este tema, en principio, pareciera que niega esa posibilidad.

Sabemos bien que algunos de nuestros contemporáneos han pensado que en el caso en que el ejercicio efectivo de un oficio haya desaparecido, la exclusión de las mujeres de la iniciación correspondiente había perdido por ello mismo su razón de ser; pero eso es un verdadero sinsentido, pues la base de tal iniciación no está por ello cambiada, y, como ya lo hemos explicado en otro lugar, este error implica un total desconocimiento del significado y del alcance real de las cualificaciones iniciáticas. Como decíamos entonces, la conexión con el oficio, totalmente independiente de su ejercicio exterior, permanece inscrita necesariamente en la forma misma de esa iniciación, y en aquello que la caracteriza y constituye esencialmente como tal, de modo que en ningún caso podría ser válida para quienquiera no fuera apto para ejercer el oficio en cuestión.[2]

Ante esta cuestión, que aparece como irresoluble, solo podemos decir que tenemos una realidad donde se ha impuesto la masonería mixta; decimos se ha impuesto en el sentido de que se da más allá de lo que muchos hemos pensado al respecto. Muchos de nosotros hemos acabado aceptando este hecho como algo necesario, tan necesario que ha hecho que fuera posible.

Lo posible habita cerca de lo necesario

dice Pitágoras en sus Versos de oro, y así, más allá de nosotros, de la misma Masonería, nos atreveríamos a decir, no podemos ver esto: la incorporación de la mujer a la Orden, primero en logias femeninas y ahora mixtas, sino como algo Providencial. No podemos negar la evidencia y esta es que actualmente hombres y mujeres están trabajando en las logias masónicas, hombro con hombro, haciendo efectiva la iniciación recibida[3].

Sabemos que una iniciación que tenga en cuenta todos los aspectos del ser es preferible, por eso es que ha habido iniciaciones sapienciales, guerreras y artesanas. También iniciaciones masculinas y femeninas. Lamentablemente, en este momento, de todas esas posibilidades queda en Occidente una Orden iniciática artesana y masculina en su origen.

Continuamos leyendo a Guénon:

De todos modos podría tal vez entreverse una solución considerando lo siguiente: los oficios pertenecientes al Compañerazgo tuvieron siempre, habida cuenta de sus afinidades más particulares, la facultad de afiliar tales o cuales oficios, y conferir a éstos una iniciación de la que antes carecían, iniciación que es regular por el hecho mismo de ser una adaptación de una iniciación preexistente: ¿no habría algún oficio que sea susceptible de efectuar tal transmisión con relación a determinados oficios femeninos? El asunto no parece enteramente imposible, y quizá no carece de antecedentes en el pasado. Sin embargo no hay que ocultar que habría grandes dificultades respecto de la necesaria adaptación, que evidentemente es mucho más delicada que si se tratara de oficios masculinos: ¿dónde podrían encontrarse hoy hombres suficientemente competentes como para lograr tal adaptación con un espíritu rigurosamente tradicional y guardándose de introducir la menor fantasía que arriesgaría comprometer la validez de la iniciación trasmitida? De cualquier manera, no podemos obviamente hacer otra cosa que formular una sugerencia, ya que no nos toca a nosotros ir más lejos en este sentido; pero oímos tan frecuentemente deplorar la inexistencia de una iniciación femenina occidental que nos ha parecido que valía la pena indicar al menos lo que, en este orden, nos parecía constituir la única posibilidad actualmente subsistente. (ibid.)

Se habla de un oficio, y del conocimiento y desarrollo de éste como soporte de la realización intelectual-espiritual, y nos preguntamos: ¿qué impide que sea el de escritor (que puede ser ejercido a la vez por hombres y mujeres), siguiendo a Hermes[4], escriba divino, el que nos brinde este soporte? y si esto es así ¿dónde mejor que en la Masonería? No sería dicho oficio –o labor– el único, también ello puede efectuarse pintando, diseñando, educando, difundiendo, estudiando arte y arquitectura, filosofía, letras, física, matemáticas, medicina, y cualquiera otra profesión –o cualquier otro elemento de ella– que estudie las Artes y Ciencias Liberales; siendo innumerables los que pueden ser ejecutados tanto por hombres como por mujeres. Es decir, no apoyándose sólo en las labores de aguja, sino ejerciendo las actividades profesionales de dichas disciplinas. Imitar a las Musas. Y ante todo el pensar, antes que el escribir; con las menores programaciones posibles.

La construcción en que se vuelca todo masón es interna; en otro tiempo, simultáneamente, se construían templos que no eran sino el reflejo en el plano horizontal y a la vez el soporte de la labor interna, vertical, que llevaban a cabo aquellos masones de la Edad Media. En un momento dado la Masonería deja de ser operativa, en ese sentido, y pasa a ser llamada especulativa; se quiere decir con esto que la construcción es interna solamente, lo que no es sino la adecuación de la Orden a un cambio de necesidades; mejor dicho, la adaptación de la misma para seguir cumpliendo su función, vehiculando una transmisión espiritual emanada del Principio que conoce con el nombre de Gran Arquitecto del Universo. Poco importa que construyamos o no templos y sí, que continúe cada masón la construcción de su castillo interno, lo que hace posible la pervivencia de la Orden y la continuidad de la cadena iniciática que desde tiempo inmemorial ha llegado hasta nuestros días; uniendo a iniciados de todos los lugares y tiempos eslabón tras eslabón.

La escritura, en el sentido que la estamos considerando, es decir como sagrada, en definitiva no es sino la manifestación de la Palabra, la acción del Verbo que tomando al hombre como vehículo se expresa para que éste comprenda y acceda, gracias al conocimiento de la Cosmogonía[5] y la encarnación de la misma, a la Ontología y la Metafísica.

Se le enseña al masón a conocer las letras, a deletrear, a leer y finalmente a redactar lo que va comprendiendo de los Misterios de la Orden, de sus Símbolos, Mitos y Ritos. En realidad se trata de llegar a ser Arquitecto, de encarnar el Principio, de que verdaderamente Hiram renazca en cada iniciado. De llegar a conocer el modelo al punto de poder redactar los planos del mismo. El maestro ha de conocer a la perfección la plancha de trazar. Bien podríamos decir que es labor fundamental para él la formulación por su propia mano (vehículo de la Inteligencia) de la Cosmogonía. El trazado del círculo es el primer trabajo que realiza el maestro masón.

El lenguaje con el que la Masonería expresa el modelo cosmogónico no es otro que el de los símbolos, incluido el rito que es el símbolo en acción y el mito, que no es sino un símbolo transmitido oralmente. En definitiva la lengua de Oc. Las siete artes liberales en conjunto nos auxilian en el estudio, meditación y comprensión de ese código simbólico. De ellas la Gramática, Lógica y Retórica tratan directamente de la letra, de la palabra, su articulación y pronunciación. La Aritmética de los números y sus cualidades. El sonido, el Verbo creador, «actúa» con «número, peso y medida», la medida podemos conocerla a través de la Música; el peso gracias a la Geometría, a la que podemos ver como la plasmación, la floración del número; en este sentido el triángulo sería el peso del tres, el cuadrado el del cuatro, etc. y ese peso no es distinto del número, es este, a otro nivel. En cuanto a la Astronomía conjuga la Aritmética, la Música y la Geometría.

En resumen estas ciencias, estas artes, nos enseñan a conocer el lenguaje con el que está escrito el Libro de la Creación, el mismo con el que el hombre ha escrito los libros sagrados, herencia a sus descendientes de la Tradición que, como hilo de Ariadna, nos permite salir del laberinto.

La Logia está delimitada en la horizontal por el cuaternario, como lo está todo cosmos; extendiéndose de Norte a Sur y de Este a Oeste. En ese pequeño mundo que también se extiende del Zenit al Nadir se halla incluido absolutamente todo; es un modelo simbólico capaz de llevarnos por su comprensión a la del Cosmos y a la de nosotros mismos. La cosmogonía masónica está constituida, como decimos, por símbolos, mitos y ritos. Muchos de esos símbolos no son específicos de la Masonería sino que son Universales. Para comenzar toda la Bóveda celeste.

Al conocer el cosmos, es decir al conocer los Números (númenes) o Ideas que lo conforman, su síntesis ontológica, el hombre se eleva por su intermedio al conocimiento de la Deidad que lo produce y que ha incluido la posibilidad de trascenderlo a través del vacío central de la rueda. Los números, vehículos de la unidad de la que se generan, y letras a su vez, están en el corazón de toda forma tradicional sirviendo en ella de concordia vertical y horizontal, constituyendo un simbolismo fundamental que posibilita el entendimiento de esas «lenguas» entre sí.[6]

2

Puesto que el Demiurgo ha creado el mundo entero no con las manos, sino por la palabra, concíbele pues como siempre presente y existente y habiendo hecho todo y siendo Uno Solo, y como habiendo formado, por su propia voluntad, a los seres. Porque verdaderamente es este su cuerpo, que no se puede tocar, ni ver, ni medir, que no posee dimensión alguna, que no se parece a ningún otro cuerpo. Ya que no es ni fuego, ni agua, ni aire, ni aliento, pero todas las cosas provienen de él. Ahora bien, como es bueno, no ha querido dedicarse esta ofrenda sólo a sí mismo ni adornar la tierra sólo para él, sino que ha enviado aquí abajo, como ornamento de este cuerpo divino, al hombre, viviente mortal, ornamento del viviente inmortal. Y, si el mundo ha triunfado sobre los vivientes por la eternidad de la vida, el hombre ha triunfado a su vez sobre el mundo por la razón y por la Inteligencia. El hombre, en efecto, ha llegado a ser el contemplador de la obra de Dios, y ha quedado maravillado y ha aprendido a conocer al Creador.[7]

Conociendo el Cosmos uno se conoce a sí mismo pues sabemos que el microcosmos es imagen del macrocosmos y por tanto de constitución análoga. En el macrocosmos los principios de los cuales toda la manifestación deriva son: Purusha y Prakriti, Esencia y Substancia, simbolizados por el rayo luminoso y el plano de reflexión; que en el hombre se relacionan con el espíritu y el alma. En términos alquímicos serían: el Azufre y el Mercurio.

El Azufre, cuyo carácter activo hace que se le asimile a un principio ígneo, es esencialmente un principio de actividad interior, que se considera irradia a partir del centro mismo del ser. En el hombre, o por semejanza con éste, tal fuerza interna suele identificarse en cierta forma con el poder de la voluntad; (…) El azufre por su «interioridad», sin que pueda ser asimilado al Cielo mismo, pertenece al menos, evidentemente, a la categoría de las influencias celestiales; (…) En cuanto al Mercurio, su pasividad, correlativamente a la actividad del Azufre, le hace ser mirado como principio húmedo (…) Yin (…) el Mercurio no se sitúa en la esfera corporal, sino en la esfera sutil o «anímica»: en razón de su exterioridad, se puede considerar que representa el «ambiente» (…) constituido por el conjunto de las corrientes de la doble fuerza cósmica.[8]

Análogo es el nacimiento de un mundo al de un ser. En el nacimiento físico de cada uno, ese mundo, ese microcosmos, se inicia con la unión de un hombre y una mujer, un espermatozoide y un óvulo que pueden relacionarse, a su nivel, con la primera dualidad: Esencia y Substancia. Esos dos se unen y son el germen de un ser humano, germen que crecerá alimentado por los cuatro elementos y conformado por ellos. Las ciencias tradicionales relacionan los huesos con la tierra, el agua con los líquidos, el aire con el aire y el fuego con parte del sistema circulatorio de la sangre y el sistema nervioso.

Los Elementos se hallan por doquier, y en todas las cosas de maneras diferentes; primeramente en todas las cosas que contiene este mundo inferior, pero [en él] son impuros y groseros; en las cosas celestes son más puros y netos, y vivos en lo que está por encima de los cielos, perfectos, bienaventurados y acabados de todas maneras. Los elementos son, pues, en el arquetipo, las ideas de todo lo que se produce; en las inteligencias, las potencias; en los cielos, las virtudes; y en todo lo que existe aquí abajo, las formas groseras e imperfectas.[9]

Los cuatro elementos, constitutivos del ser, surgidos de una «fuente única»: el Éter, son la base y fundamento de la creación y se manifiestan de modo dual: la tierra es fría y seca, el agua fría y húmeda, el aire caliente y húmedo y el fuego caliente y seco. El Éter escapa a esta dualidad, reside en el corazón, centro del microcosmos, en la cámara más interna y oculta del mismo y simboliza la presencia del Espíritu en él. Por otro lado, el fuego y el aire son activos, Yang, y el agua y la tierra pasivos, Yin.

Todos los cuaternarios, como por ejemplo los cuatro puntos cardinales, las cuatro edades del hombre, los cuatro yugas, los cuatro cuadrantes del modelo de ciudad tradicional, etc. son la expresión de la unidad en el plano creacional, es la cruz horizontal cuyos radios surgiendo de un centro común impulsan la circunferencia y ponen en marcha la rueda de la creación.

El cuatro corresponde en el Árbol de la Vida de la Cábala a la Sefirah Hesed, situada en Beriyah, plano de la Creación, y representa la unidad en ese plano. 4+3+2+1 = 10 = 1+0 = 1.

El aire juega un papel determinante en el momento del alumbramiento, en el que el niño llena por primera vez sus pulmones y llora; ese llanto es una respuesta a la penetración del macrocosmos, con el que directamente (hasta ese momento lo hacía indirectamente a través de su madre) se comunica; comunicación por medio de la respiración, de la que por cierto depende su vida, y que no cesará hasta su muerte. Con esa primera inspiración, recibe la influencia de los Regentes, de los siete planetas,

personificación en el firmamento de las deidades,

que como hadas madrinas, o malas brujas, asisten a su nacimiento imprimiéndole su sello.

Pero el Noûs Dios, siendo andrógino, existiendo como vida y luz, procreó con su palabra un segundo Noûs demiurgo que, siendo dios del fuego y del aliento vital, modeló Regentes, siete en número, que envuelven en sus círculos al mundo sensible; y su gobierno es llamado destino[10].

La Sefirah número siete, Netsah, representa la unidad en el plano de Yetsirah, mundo de las Formaciones. 7+6+5+4+3 +2+1= 28 = 2+8 = 10 = 1+0 = 1.

El iniciado va liberándose en su viaje de estas influencias en la medida que se le hace necesario; conforme las va conociendo puede dejar de estar condicionado por ellas. En este sentido el conocimiento de la carta natal puede ser de gran utilidad, pues es como una radiografía del momento del nacimiento, donde queda reflejada la posición de los planetas y las relaciones entre ellos; las cuales señalan una serie de influencias que serán determinantes en la medida que las desconozcamos y quedemos a merced de su influjo.

Si el lugar geográfico y el tiempo histórico en que nacemos nos condicionan, lo hace aún en mayor medida la fuerza y la energía sutil y desconocida de las estrellas. Investigar sobre ellas y sobre lo que significa el Zodíaco, y su relación con nuestra personalidad, formas y acontecimientos diarios, sin caer en la superstición o la simpleza, es una manera de conocer las fuerzas anímicas que nos rigen, aprovechar su contenido y librarnos de sus influencias negativas.[11]

Es el movimiento lo que está en el origen de la manifestación formal sutil, que a su vez es origen de la manifestación grosera. La quietud, la no acción, es pues imprescindible, si es que podemos decirlo así, para salir del plano de la manifestación. Es un gesto de vuelta; mejor dicho: una retirada del gesto. El Principio del movimiento, el Noûs Demiurgo, se expresa en siete regentes con movimientos distintos que expresan las leyes del mismo en siete ritmos, siete notas. Conocer estas notas, el número que les corresponde, su medida o duración, su geometría o recorrido, es acercarnos al conocimiento de las leyes del cielo.

En la tierra las energías de los planetas son expresadas por los metales.

La astrología y la alquimia (...) se refieren respectivamente al conocimiento del cielo y de la tierra, constituyendo ambas el saber de la cosmogonía completa, la ciencia de los ciclos y la ciencia de las transmutaciones: la ‘arquitectura’ experimentada en forma directa. [12]

3

Cada una de estas siete potencias tiene una cara luminosa y una cara oscura, una de ellas puede ser llamada virtud, la otra vicio; ambas tienen la misma raíz: una mira hacia Kether, la otra hacia Mal­khuth. Estas energías, simbolizadas por la generosidad, la templanza, la paciencia, la humildad, la castidad, la caridad y la diligencia, son otras tantas túnicas, por decirlo de algún modo, que el iniciado viste en su viaje de retorno. La generosidad libera al hombre de la forma, la templanza lo equilibra, la paciencia le salva, la humildad disuelve los egos, la castidad le hace engendrar, la caridad le hace crecer, la diligencia entorpece los manejos del Adversario. Las túnicas de color están en correspondencia con las investiduras que recibe el iniciado en los sucesivos cielos planetarios por los que va ascendiendo. Nada tienen que ver las virtudes mencionadas con rollos morales o religiosos y, sí, con una actitud, con una disposición interna. Junto a las virtudes también están los vicios, así como las primeras son un auxilio en el peregrinaje, los segundos llevan al hombre al cansancio, a la rutina y al sueño. En definitiva lo atan a su individualidad. En el viaje de vuelta, de restauración de la Unidad, el hombre se enfrentará en un momento dado a esa cara oscura de las estrellas. Potencias negativas que hoy están más presentes que nunca.

Al ser humano, en su estado caído, le parece que le falta tiempo, eso, en el momento cíclico en que estamos, es casi una tortura para muchos, traducido en dos patologías características de nuestros días: la ansiedad y el estrés.

El deseo, mejor dicho la avidez, la necesidad ilusoria de cosas materiales hasta un grado nunca visto reina por doquier, y es estimulada por la publicidad continuamente.

Igualmente la tendencia al poder, a imponerse a los demás, como una necesidad, llegando a todo tipo de maldades, grandes y pequeñas, que enturbian las relaciones humanas y sacan la parte animal del hombre, al punto de comportarse peor que las bestias.

Este hombre, orgulloso de sí, desprecia la humildad y la considera menos.

Se confunde la Belleza con la estética cuando se habla de Belleza, de arte; rara vez se la sobrepasa y peor que eso: el hombre se identifica con su cuerpo, lo trata como objeto de consumo, lo tortura imponiéndole en nombre de la moda y de hábitos y dietas contra toda lógica y necesidad, una disciplina que lo acerca más y más a la máquina y le aleja de las Musas, de su inspiración; en resumidas cuentas de la alegría.

Qué diremos de la envidia, que se ha convertido en endémica en este mundo donde todos creen tener derecho a todo y ser iguales aunque haya que bajarle el piso al vecino para conseguirlo.

Queremos mencionar aquí también otro enemigo en el Camino: la tristeza; ésta es la pesantez del alma y así como la gravedad de la tierra atrae los cuerpos hacia sí, la tristeza atrae al alma hacia la tierra impidiéndole ascender. La depresión, hoy día, afecta hasta a los niños.

En el Apocalipsis son siete las iglesias a las que se les señalan sus actos favorables y contrarios. Esas siete reúnen la Iglesia que es la Novia, es decir la Jerusalén celeste.

A los de la primera se les dice:

el que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias: al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios.

A la segunda:

el vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda.

A la tercera:

al vencedor le daré maná –escondido–, y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe.

A la cuarta:

al vencedor, al que se mantenga fiel a mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones, las regirá con cetro de hierro, como se quebrantan las piezas de arcilla. Yo también lo he recibido de mi Padre y le daré el Lucero del alba.

A la quinta:

el vencedor será revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé por él delante de mi Padre y de sus Ángeles.

A la sexta:

al vencedor le pondré de columna en el santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi nombre nuevo.

A la séptima:

Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. (Apocalipsis 2 y 3).

4

El viaje de retorno comienza cuando uno se da cuenta de que el mundo en el que vive no es su hogar y conoce, repara, que verdaderamente ha sido expulsado del Paraíso y que le corresponde a él volver a ese «lugar», es decir efectivizar un estado que está a su alcance si en verdad así lo quiere.


El Mago

Como el Mago de la carta número uno del Tarot, ha de trabajar con los tres principios y los cuatro elementos, ayudado de las herramientas que le son dadas, para realizar la Obra; gracias a lo cual podrá recuperar sus prerrogativas asumiendo la función de mediador entre Cielo y Tierra. En realidad sólo tiene que estar dispuesto, a la orden. Entregando su individualidad, sería mejor decir liberándose de ella, recibe todo lo necesario. Está dicho: «pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá». Esto requiere un reconocimiento de que uno no sabe, de que no tiene, de que no es, de que está en un estado de necesidad del cual, él solo, no puede salir. Y será por su llamada, su petición de auxilio hacia lo alto, que la Gracia divina le rescatará de su indigencia, siendo recibido en el Templo, en un espacio y tiempo sagrados donde la regeneración de su psique es posible.

Por hacer su voluntad se separa del Principio, la salida del Edén es, para él, la ruptura de la Unidad. En el Génesis bíblico Adán y Eva son expulsados del Paraíso por comer (mejor dicho por desobedecer y comer el fruto prohibido) del Árbol de la ciencia del bien y del mal, es decir de la dualidad; ellos, que hasta entonces permanecían en la unidad del Padre, son arrojados a la dualidad de su razón, al mundo roto que amanece en el momento en que toman conciencia de su individualidad. Se avergüenzan de estar desnudos ante Dios y se esconden de Él. ¿Por qué se ven desnudos? porque les falta la túnica de luz que han perdido al transgredir el orden establecido. Ese gesto ha de ser borrado mediante la entrega, sin reservas, de esa voluntad individual y egoísta, a la Voluntad; lo cual le permite al iniciado acceder de nuevo al estado central y ocupar su lugar en la creación.

El principio creador da lugar a la manifestación entera sin salir de sí mismo. El formador por su acción produce un mundo al que marca con su sello, la parte de él que pone en su obra, saliendo de sí mismo en un gesto impulsado por un deseo separador.

El viaje iniciático, es en espiral y supone atravesar esferas de luz y de oscuridad. En este conocimiento tanto su aprendizaje como su enseñanza es circular y con la repetición, reiteración siempre nueva, es que

la materia se convierte en propiedad del que la aprende.

Esta espiral va alternativamente en el Árbol de la Vida de la columna de la Gracia a la del Rigor, cruzando al hacerlo la del Equilibrio. Lo cual está simbolizado en el eje central y las dos serpientes del caduceo.

Al Árbol de la Vida podemos relacionarlo con el símbolo del Yin Yang. Las Sefiroth dos, cuatro y siete corresponderán a la parte Yang del símbolo chino en cuyo caso la Sefirah siete será el punto negro en el blanco. Las tres, cinco y ocho corresponderán a la parte Yin, siendo el ocho el punto blanco de la misma. La columna central del Árbol constituida por las Sefiroth uno, seis, nueve y diez, y que reúne a las otras dos, será el Tao que las abarca

y que en sí no es ni el uno ni el otro, ya que por el contrario ellos –el Yin y el Yang– no son sino atributos de su ser indiferenciado[13].

Hemos querido mencionar esta relación, aunque sólo sea de pasada, de los números siete y ocho con los puntos negro y blanco del símbolo chino por indicar una de esas aparentes rupturas de orden –par, par, impar, en un caso; o impar, impar, par en el otro– que son precisamente la confirmación del mismo y los puntos clave para llegar a su comprensión.

Regresar a la Luz presupone un recorrido por todo el velo de oscuridad que la individualidad ha ido desplegando a lo largo de su «existencia». Quien verdaderamente busca la luz, tarde o temprano se verá sumergido en la oscuridad, torturado por la ausencia de aquélla, sometido a un vaivén de corrientes alternas que acabarán por fundirlo. Esta fusión, o esta unión, será preludio de la Luz.

5

El hombre debe tender, ante todo y constantemente, a realizar la unidad en él mismo, en todo lo que le constituye, según todas las modalidades de su manifestación humana: unidad del pensamiento, unidad de la acción, y también, aquello que quizás es lo más difícil, unidad entre el pensamiento y la acción. Por otra parte es importante señalar que, en lo que concierne a la acción, lo que vale esencialmente es la intención, ya que es lo único que depende por completo del hombre mismo, sin que sea afectada o modificada por las contingencias exteriores como lo son siempre los resultados de la acción.[14]

En principio uno es llamado, luego va constatando que ni siquiera es; ese uno que creyó ser algo, en realidad no es. Ese uno, que creyó ser, entregándose fue disuelto y fusionado, mejor dicho tomó consciencia de ambas partes, la universal y la individual.

Las túnicas de que hablábamos antes como investiduras recibidas en los cielos planetarios, son representativas de un color: verde para la Tierra, blanco para la Luna, plateado para Mercurio, mensajero de los dioses que se mueve en los planos intermediarios guiándonos desde el primer cielo, el blanco de la Luna, al séptimo, el negro de Saturno; amarillo para Venus, naranja para el Sol, rojo para Marte y azul para Júpiter.

Uno recorre los cielos a la vez que los infiernos, hay continuos descensos y ascensos, muertes y renacimientos; es, volviendo al tema que tocamos anteriormente de las dos serpientes del caduceo, el movimiento de las corrientes Idâ (femenina, lunar, descendente) y Pingalâ (masculina, solar, ascendente) enroscadas en el eje central de Sushumnâ donde se entrecruzan seis veces. En realidad el descenso es también un ascenso, uno no hace sino ascender es decir acercarse al Principio. Se viven como descensos los ascensos por Idâ y como ascensos el recorrido por Pingalâ. Es un movimiento de ascenso simultáneamente por dos vías, una oscura y otra luminosa, aun cuando uno sienta que está en una u otra alternativamente.

Asciende de la tierra a la esfera de la luna por un sendero de luz y oscuridad. En el momento que llega, la luz se impone, es la esfera de Yesod; ahí la luz le permite ver la oscuridad recorrida o mejor el camino recorrido hasta llegar allí. Tramo del mismo que corresponde a la visión del plano horizontal en su realidad ilusoria frente a la de lo vertical.

Es con la luna con que se encuentra el iniciado pues comienza su camino cruzando precisamente esa esfera. Puerta de acceso es esta para el hombre. Paradójicamente, hoy que ha puesto el pie en su superficie es cuando sus posibilidades de llegar a ella en el verdadero sentido son menores, pues se ve incapacitado cada vez más para un conocimiento otro, único que verdaderamente puede conducirle a esta luminaria y más allá.

Malkhuth, Sefirah que pertenece al plano de Asiyah, es central; podría verse esto como que se da ahí una armonía, una conjugación de las dos corrientes cósmicas: positiva y negativa. En realidad, en este plano, ellas se encuentran en estado caótico. Con la iniciación el hombre toma conciencia de ellas. Dice el I Ching:

Primero hay que separar para luego juntar,

y es trabajo del iniciado conjugarlas hasta conseguir que la oposición de paso a la complementariedad y a la unión.

En el momento que el viaje continúa en ascenso por el Árbol de la Vida, el ser es nuevamente sumido en la luz y la oscuridad del tramo de camino que tiene ante sí; le esperan nuevas muertes y nuevos nacimientos, el recorrido del laberinto de su alma, que llevará a cabo sin riesgo si su intención es recta y toma como guía a la Tradición, a sus mensajeros, a Hermes psicopompo y guía de las almas en el inframundo y por tanto del iniciado que, como sabemos, hace un camino análogo al viaje post mortem.

En Tifereth, sol de mediodía, el hombre recupera sus prerrogativas celestes; accede a la esfera que separa, y une, el mundo formal del informal. De ahí en más las vestiduras que toma son informales; le queda por vestir y reunir el rojo y el azul, los principios masculino y femenino que las Sefiroth cinco y cuatro, simbolizan. El cruce del plano de Beriyah es la conciliación de los opuestos, la unión de los complementarios; el conocimiento de los principios masculino y femenino y la armonización de los mismos, su integración. Una vez conseguida esa unión, el Andrógino, posibilidad virtual en Tifereth, se realiza. La dualidad ha de quedar borrada para que sea posible el ascenso por la cúpula y la salida por su sumidad.

Prakriti, la substancia y Purusha, la esencia, potencia pura y acto puro, son los dos principios de cuya interrelación emerge el cosmos entero, los diez mil seres de la tradición extremo-oriental. Más allá de la distinción Cielo-Tierra, Yang-Yin, masculino-femenino, positivo-negativo, macho-hembra o cualquier otro par de complementarios, está la Unidad de la cual ambos derivan o mejor dicho surgen.

La unidad principial exige en efecto que no haya oposiciones irreductibles; pues, si bien es verdad que la oposición entre dos términos existe en las apariencias y posee una realidad relativa en un cierto nivel de existencia, dicha oposición debe desaparecer como tal y resolverse armónicamente, por síntesis o integración, al pasar a un nivel superior. Pretender que ello no es así, sería querer introducir el desequilibrio incluso en el orden principial mismo, mientras que (…) todos los desequilibrios que constituyen los elementos de la manifestación considerados «distintivamente» concurren necesariamente al equilibrio total, que nada puede afectar ni destruir. El mismo complementarismo, que sigue siendo una dualidad, debe, en cierto estadio, desvanecerse ante la unidad, al equilibrarse y neutralizarse en cierto modo sus dos términos uniéndose hasta fusionarse indisolublemente en la indiferenciación primordial.[15]

A Binah le corresponde el negro, la virgen negra, el sol de medianoche. Hay que llegar al negro, ser devorado por Saturno. La recuperación del sentido de eternidad se abre en Tifereth y es plenamente efectiva en Daath, punto que corresponde al ojo de Shiva, de ahí en más no queda sino el ascenso a Kether, a la Unidad y la salida a su través que es la llegada al reposo del No-Ser.

Este proceso de unión, que se corresponde con el viaje iniciático como decimos, es también el pulido de la piedra, es la Gran guerra santa, la que libra el individuo consigo mismo hasta conseguir que todas las desarmonías, sus egos, sean ordenados para confluir a la armonía total, lo que equivale al cese de la guerra y al restablecimiento de la paz; que corresponde a un estado en el cual el ser desde el centro contempla el movimiento sin verse afectado por él. Aquél que cree firmemente que la naturaleza entera, la vida, no es sino un gesto de la Deidad: su escritura, su música, no encuentra nada que añadir ni restar; situado en el centro, dejando de ser, sumará o restará según convenga sin importarle nada ni nadie, ni siquiera él mismo.

La Sabiduría ilumina y guía al hombre en su camino de retorno, en el peregrinaje que pasa por la llegada al Centro, por la conquista del Graal, la vuelta al Paraíso que no es el término del viaje sino una etapa, en la que conviene no detenerse si es que queremos arribar verdaderamente al Uno y aún Más Allá. Nos «acercamos» al No-Ser mediante el Ser, a través del cruce de las puertas que comunican los mundos, cada una de estas puertas precisa, para ser abierta, que se pronuncie la palabra de paso; nada hará que se abra sin el conocimiento de ese Nombre, nada le impedirá cruzarla a aquél que es ese Nombre.

El lema Festina Lente como Ancora y Delfín.
El lema Festina lente ("Haz lentamente lo urgente")
representado en el jeroglífico "áncora y delfín".
Hypnerotomachia Poliphili, Venecia 1499.


NOTAS

[1] Publicado en el Nº 27-28 (2004) de la Revista SYMBOLOS, dedicado a «Lo Femenino - La Mujer».

[2] René Guénon, Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage t. II. Éditions Traditionnelles, París 1992.

[3] Ver sobre ello, Mireia Valls, «La Masonería: una puerta abierta a la iniciación femenina en Occidente». SYMBOLOS Nº 13-14, 1997.

[4] «Hermes es el dios Thot. Era inventor de la escritura y padre de la historia.... Como inventor de la escritura es dueño de las palabras divinas, señor de los escritos divinos; es el dios de las letras, las ciencias y la historia.» Nota 49 de Mario Meunier a su traducción de Isis y Osiris 11. Ed. Glosa, Barcelona 1976.

[5] «La cosmogonía es una ciencia que ha existido en todos los pueblos arcaicos y tradicionales y se refiere al conocimiento del hombre (cosmos en pequeño) y el universo (hombre grande), hecho que de modo unánime y de manera perenne se ha repetido a lo largo del tiempo (historia) y del espacio (geografía) describiendo una sola y única realidad, la del cosmos, que, por otra parte, es la misma que vivimos y habitamos hoy los contemporáneos, pues es esencialmente inmutable a pesar de las cambiantes formas en que puede expresarse o ser aprehendida, ya que se mantiene perennemente viva.» Federico González, Simbolismo y Arte, cap. I: «Simbolismo y Cosmogonía». Ed. SYMBOLOS, Barcelona 1998.

[6] Josemanuel Río, «René Guénon, Maestro Hermético». SYMBOLOS Nº 23-24: «René Guénon II», 2002.

[7] Hermes Trismegisto, «Discurso de Hermes a Tat: La Crátera, o la Mónada». SYMBOLOS Nº 11-12 (1996): «Tradición Hermética».

[8] René Guénon, La Gran Tríada, cap. XII. Ed. Obelisco, Barcelona 1986.

[9] Cornelio Agrippa, Filosofía Oculta. I. «La magia natural». Ed Kier, Buenos Aires 1994.

[10] Hermes Trismegisto, Poimandrés I. SYMBOLOS Nº 11-12.

[11] Federico González, El Tarot de los Cabalistas, Vehículo Mágico, ob. cit., cap. I, apartado «Astrología».

[12] Id., La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos, cap. 4. Ed. Symbolos, Barcelona 1986.

[13] Federico González, El Tarot de los Cabalistas, ob. cit., cap. IV, apartado «Complementación de opuestos».

[14] René Guénon, Le Symbolisme de la Croix, cap. VIII. Eds. Maisnie-Trédaniel, París 1984.

[15]Ibid., cap. VII.