Sobre la Edad de Oro [1]

Mª Victoria Espín


Hildegarda de Bingen (1098-1179), Liber 
Divinorum Operum, de un códice ilustrado del s. XIII

A todo fin sigue un comienzo, toda muerte es preludio de un nuevo nacimiento. Los estados del ser son múltiples, indefinidos. El cambio de oruga a mariposa ejemplifica bastante bien el paso de un estado a otro del ser.

La salida del estado humano supone la entrada a un nuevo estado. En muchos casos la muerte, tal como la conocemos, puede no ser la salida del estado humano sino la llegada a una variante del mismo, lo que Guénon llama las prolongaciones extra-corpóreas de ese estado: ahí, las condiciones a las que está sometido el ser son diferentes[2] pudiendo simplemente faltar alguna de ellas. Recordemos que las condiciones de la existencia corporal son: materia, forma, tiempo, espacio y vida.

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La humanidad, esta humanidad, tiene un cuerpo que en la actualidad está enfermo y a las enfermedades que padece bien puede dárseles el nombre de aquellas que aquejan a los individuos, como por ejemplo cáncer: un cáncer a estas alturas tan extendido que es ya imposible de erradicar. Este cuerpo pues, no sólo no está sano sino que está mortalmente enfermo y a punto de morir. El hombre acepta su muerte, mejor dicho sabe que va a morir, eso es algo que constata diariamente, en cambio le cuesta creer que su civilización, su cultura, esta humanidad, pueda morir. En realidad, tanto la muerte de un individuo como la de una civilización siguen unas leyes a las que no alcanza, para nada, el dominio humano y a las que el hombre está, le guste o no, sometido, y bien puede establecerse una correspondencia entre la vida de ambos: uno y otra nace y se desarrolla en el tiempo hasta que agotadas sus posibilidades, fueren las que fueren, muere.

El fin de un ciclo como el de la actual humanidad no supone verdaderamente el fin del propio mundo corpóreo, sino en un sentido relativo, y solamente con respecto a las posibilidades que, al estar incluidas en este ciclo, han realizado por completo su desarrollo dentro de la modalidad corpórea; pero, en realidad, el mundo corpóreo no queda aniquilado sino «transmutado», recibiendo de inmediato una nueva existencia, puesto que, más allá del «punto de detención» correspondiente al instante único en el que el tiempo ya no es, «la rueda empieza de nuevo a girar» para emprender el recorrido de un nuevo ciclo.[3]

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Ese final, que no es tal sino en el sentido literal, conviene tenerlo presente ¿Cómo será? y ¿cómo será la segunda venida de Cristo en términos de la Tradición cristiana o del Kalki avatar según la Tradición hindú?

Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación. (Lc 21, 25-28).

Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. (Mc 13, 24-27).

Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre. (Lc 21, 34-36).

Cuando abrió el sexto sello se produjo un violento terremoto; y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna toda como sangre, y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra como la higuera suelta sus higos verdes al ser sacudida por un viento fuerte; y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla y todos los montes y las islas fueron removidos de sus asientos; y los reyes de la tierra, los magnates, los tribunos, los ricos, los poderosos, y todos, esclavos o libres, se ocultaron en las cuevas y en las peñas de los montes. Y dicen a los montes y a las peñas: ‘caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de su cólera’ y ¿quién podrá sostenerse? (Ap 6, 12-17).

Los escasos supervivientes, al final de la Edad de Kali se hallarán en lamentable estado. En su desesperación, comenzaran a reflexionar. Entonces repentinamente, aparecerá la nueva Edad de Oro. Los supervivientes de las cuatro castas serán la simiente de una humanidad nueva.[4]

En la carta del Tarot Nº XX «El Juicio» aparece un ángel tocando una trompeta. Dice El Tarot de los Cabalistas sobre esta carta:

Es la carta de los anuncios y las revelaciones, de los llamados del espíritu, y del despertar de la conciencia. Lo esotérico, que por su propia naturaleza secreta se había mantenido oculto, aquí se hace visible y sale a la luz, anunciando el advenimiento de un mundo nuevo en el que la verdad será accesible a todos los seres, como era en el origen.[5]

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Se producirá en ese momento en cada uno la cópula alquímica del azufre y el mercurio por intermedio de la sal. En el momento del fin se dará ese matrimonio allí donde esté la posibilidad del mismo. Será redimido el fruto de esa unión, todo aquello que permanezca aislado, separado, perecerá; pues es un retorno a la unidad, al principio donde el ser es indiviso, uno y solo. [6]

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Sabemos que tras otros cataclismos el Conocimiento, la Tradición, se ha conservado; se dice, por ejemplo, que durante el Diluvio se buriló en dos columnas; una fue descifrada, posteriormente, por Hermes, otra por Pitágoras. En la Edad de Oro, que es la que el Hombre alumbra después de este Kali Yuga, la verdad pertenece a todos, es decir el hombre encarna el Conocimiento y por tanto su «desarrollo» vital está en armonía con el resto de seres de su mundo; esa comprensión no es un conocimiento teórico, es una comprehensión por la cual nada de cuanto le rodea le es ajeno. Qué decir de un mundo donde la armonía es norma, donde la presencia de los dioses y diosas es una realidad palpable para todos, donde el Eterno se complace. Dice la Biblia que Dios se paseaba con Adán en el Paraíso y ¿qué es sino un nuevo paraíso la Edad de Oro que se acerca? Verdaderamente los tiempos que se avecinan son tiempos de Oro, de Unión y Paz.

El Linga Purâna dice que lo que quede de las cuatro castas será la simiente de una humanidad nueva. Una humanidad nueva, una tierra nueva y un cielo nuevo, la Jerusalén celeste que descenderá del cielo a la tierra, dice el Apocalipsis, como una novia engalanada para su esposo. La Jerusalén celeste está constituida por todos aquellos que nacieron al morir o murieron antes de morir, por todos aquellos iniciados de lugares y tiempos diversos que a lo largo de los siglos siguieron el camino de retorno y cristalizaron cual piedra preciosa, lista para ser engarzada en la corona real.[7]

El viaje de vuelta implica el abandono de esa conciencia de ser que no es sino el conocimiento de uno mismo a través de los sentidos y la razón, en definitiva un conocimiento de lo que se cree ser, para tomar consciencia del Ser, es decir para llegar a Ser. Ese Conocimiento procede del Ser mismo y se revela en el corazón del hombre cuando, este, se encuentra libre y dispuesto, libre de prejuicios, de conocimientos, de deseos, y es: una página en blanco, una piedra bruta, una copa vacía dispuesta a recibir el elixir de la Vida, de la Inmortalidad. La Eternidad necesita poco espacio, cabe en un corazón puro. El reino de Dios está dentro de vosotros dice el Evangelio. Este reino de Dios no es sino la Jerusalén celeste de que hablamos, la morada de los Inmortales, el reino del Preste Juan, la ciudad Solar, Agartha.

Para realizar el retorno es necesario salir del tiempo, que esta condición sea suprimida.[8] Ante los miembros de una sociedad tradicional el horizonte está abierto; para el hombre de hoy el horizonte se cierra cada vez más, el espacio le está oprimiendo y ¡oh paradoja! él cree que ha roto sus barreras con sus sofisticados y cada vez mas rápidos medios de comunicación. Por cierto que si el espacio se le ha venido encima, el tiempo también. El movimiento es la huella del tiempo en el espacio y ya hemos dicho que este movimiento es cada vez mayor, como si el tiempo fuera a devorar al espacio.

A medida que el hombre divide el tiempo, lo fragmenta, lo compartimenta, necesita llamarlo con distintos nombres. Cada acción es realizada en un compartimento distinto y se llama de modo diferente: iba, voy, iré, he ido, así la pluralidad en las formas verbales y por otro lado su importancia en el lenguaje actual son una muestra más de la multiplicidad, del engaño en creer que separando y etiquetando todo se puede llegar a conocer algo.

El hombre que sólo habla en presente, que no necesita ningún otro tiempo verbal, en cierto modo ha salido del tiempo, por lo menos del tiempo en sentido horizontal.

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El tiempo se contrae en la medida que el ser va saliendo de él, al irse borrando pasado y futuro el tiempo se reduce y, aparentemente, llega hasta a oprimir al que asustado puede creer que esta fuerza le va a aplastar; el tiempo reclama su existencia y esta es la manera que tiene para engañar al hombre, que agonizando en esa prisión clamará por salir y puede pensar entonces, equivocadamente, que debe volver nuevamente a las coordenadas espacio tiempo.

Pero el tiempo no puede comprimirse indefinidamente; en un instante, el último de su existencia, deja de existir para aquél que tomándolo como vehículo puede así volver al lugar de donde vino. Ese instante eterno anuló el tiempo ¡qué maravilla!; en ese no-tiempo, o mejor sería decir en esa no-continuidad del tiempo, las cosas, la vida tiene otro color. Ya no el presente atesora, explica el pasado y prevé el futuro (lo proyecta); el presente explica el presente, el presente sostiene al presente, el momento sostiene al momento; esa «suma» de momentos, sostenidos por sí mismos, forman otro de una cualidad distinta que puede hacer el clic, la luz que permitirá al ser darse cuenta de que todos sus desvelos temporales son nada, son absolutamente innecesarios.

Renunciar al tiempo le supone al hombre renunciar a sus recuerdos, posesiones, intereses, deseos, miedos, ambiciones, rencores, culpas, tiene que renunciar a todo aquello que le ayuda a mantener su individualidad, lo que es lo mismo que decir que tiene que morir a sí mismo.

No hay ningún peligro en dejar de ser.

Para salir del tiempo, que es de lo que se trata, hay que pararlo y por el contrario se está dando, repetimos, una aceleración. Conviene recordar aquí que como los extremos se tocan, pues todo es circular, tiende a serlo y no es lineal como siempre tendemos a creer, cuando se alcance el máximo de velocidad habremos llegado a la quietud y es la Edad de Oro la que se instaura al finalizar la Edad de Hierro. [9] La supresión del movimiento supone la detención del tiempo en el espacio, su conjunción, la unión del Cielo y la Tierra, el matrimonio del Rey y la Reina. Una vez consumada la ofrenda, nace el fénix, brota la fuente regando y ordenando el Jardín.

La Palabra pronunciada por Aquellos que dejaron su vida para Vivir, que en aras del Amor amaron hasta morir, llega hoy a nosotros tan presente y directa como cuando fue pronunciada, hoy nos acompañan Hermes, Pitágoras, Lao Tse, Moisés, Salomón, Sócrates,  Platón, Jesús… Esta es, en verdad, una época afortunada, en un sentido, muchos sabios de muchos tiempos están presentes como no lo han estado nunca; se han reunido en este final de los tiempos.

La lectura de los textos sagrados le liga a uno con el emisor del mensaje a través del mensaje mismo.

Saludamos a aquellos que nos precedieron, asimismo a aquellos que nos siguen; a todos los hermanos que el Padre dispuso unir, en el fin de los tiempos, en sólida y fecunda Hermandad.

NOTAS

[1] Publicado en SYMBOLOS Nº 21-22 (2001) dedicado a «Ciclología. Fin de Ciclo IV».

[2] O de una cualidad distinta como por ejemplo, durante el sueño.

[3] René Guénon: El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. cap. XXIII. Ed. Ayuso, Madrid 1976.

[4] Linga Purâna. En A. Daniélou, Shiva y Dionisos, ob. cit.

[5] Federico González, página 107. Ed Kier. Buenos Aires, 1993.

[6] «Si todos arrojáis las armas y renunciáis a toda idea de hacerle frente, pasará sobre vuestras cabezas sin dañaros, cuanto más os opongáis, más poderoso se volverá. Aceptad todos mi consejo, por favor, arrojad todos vuestras armas y postraos ante el gran Narayanastra». Mahabharata, tomo II. Edicomunicación, Barcelona 1997.

[7] «Los que viven en este mundo toman marido o mujer. Los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección de la muerte no tomarán marido ni mujer; porque no pueden morir y son como ángeles; y, habiendo resucitado, son hijos de Dios. Y que los muertos resucitan lo indica también Moisés, en lo de la zarza, cuando llama al señor Dios de Abrahám y Dios de Isaac y Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven». (Lc 20, 34-38).

     «Sin embargo, la Iglesia no ha alcanzado aún su plenitud en sus miembros y en sus hijos; pero, en el último día, cuando se complete el número de los elegidos, también la Iglesia será plena. Entonces, ese día sobrevendrá el cataclismo del fin del mundo y Yo el Señor, purificaré los cuatro elementos y lo mortal de la carne humana, y allí, en la consumación de los tiempos, estallará en plenitud el júbilo de los hijos de la Iglesia.» Hildegarda de Bingen: Scivias: Conoce los caminos, pág. 466. Ed.Trotta. Madrid 1999.

[8] «El tiempo es ‘medida’ –que siempre supone un espacio–, módulo y proporción que vincula las distintas partes del cosmos y por eso un elemento de unión entre ellas, pero sobre todo es la ley, que al cumplirse indefectiblemente hace posible todo esto, en cuanto se advierte que su presencia –manifestada por el movimiento– obedece a pautas o ritmos periódicos que ligan a los seres, los fenómenos y las cosas entre sí, estableciendo parámetros, analogías y prototipos que inmediatamente llevan a la idea de un mismo y único modelo universal, cuya manifestación es la totalidad de lo posible y su expresión más evidente la vida universal y la naturaleza como símbolo de ésta.» Federico González: Los Símbolos Precolombinos, cap. XX. Ed. Obelisco. Barcelona 1989.

[9] «En cuanto concierne a la humanidad (o mejor dicho, a una humanidad) tomada en conjunto, tal liberación implica evidentemente que ésta ha recorrido por entero el ciclo de su manifestación corpórea, y sólo entonces, junto con el medio terrestre en conjunto, que depende de ella y participa en la misma trayectoria cíclica, puede quedar reintegrada verdaderamente al ‘estado primordial’ o, lo que es lo mismo, al ‘centro del mundo’. En ese centro es donde tiene lugar la ‘transformación del tiempo en espacio’, porque es aquí precisamente donde se encuentra el reflejo directo, en nuestro estado de existencia, de la eternidad primigenia, en la que toda sucesión queda excluida; por tanto la muerte no puede alcanzarlo, pudiendo ser denominado con todo rigor la ‘morada de la inmortalidad’; en el que todas las cosas aparecen en perfecta simultaneidad y dentro de un presente inmutable, en virtud del poder del ‘tercer ojo’ con el que el hombre ha podido recobrar el ‘sentido de eternidad’». R. Guénon: El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, cap. XXIII. Editorial Ayuso. Madrid, 1976.