DIONISO LIBERADOR [1]

Mª Victoria Espín

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Dioniso y Eblis


"En el ser todos los seres son 'uno' sin ser confundidos,
y distintos sin ser separados".[2]


Queremos adentrarnos en un mito en general muy mal comprendido; es aquel que nos habla de Lucifer[3], el Angel de la Luz.

El hombre en estado caído, exiliado del Paraíso, podríamos decir que naturalmente tiende a servir al Príncipe de este mundo, Satán (no confundir con Lucifer, el portador de luz); decimos naturalmente en el sentido de que sumergido como está en la multiplicidad necesita hacer un «esfuerzo» para cambiar el sentido de su movimiento y, para comenzar, primero tiene que ver la necesidad de ese cambio, y para eso, antes ha de estar insatisfecho, desilusionado, del mundo en que vive.

No sin razón el hombre tiembla ante el Misterio, lo hace porque éste se presenta a él como algo que no puede conocer y, consciente de que penetrarlo sería perder lo que considera su identidad, lo toma como un adversario. Por más que este mundo nos presione para que nos inclinemos ante sus dioses hemos de conservar nuestra atención centrada en la luz. Lucifer no se inclina ante Adán y es exiliado del Paraíso. Él cae a lo profundo de los infiernos y le queda al hombre en la tierra su mensaje de Vida. También leemos en el evangelio que la piedra que desecharon los constructores se ha convertido en piedra angular; piedra que arrojada a los escombros ha de ser recuperada para poder finalizar la Obra.

Se dice que la montaña del Purgatorio, que no es otra que la montaña Polar[4], o el Mêru de la tradición hindú o el Montsalvat de la leyenda del Graal, se formó con materiales de la tierra que salieron cuando la caída de Lucifer cavó el abismo[5]. Dante, en su Divina Comedia sitúa a este último justamente en lo más profundo del infierno, devorando con sus tres bocas los seres más inmundos, los traidores (Judas con la central, y con las de los lados, a Bruto y Casio) y es rodeando el cuerpo de Lucifer, e invirtiendo el sentido de su marcha, que él y Virgilio, su guía en ese tramo del camino, pueden salir de allí y acceder a la montaña del Purgatorio, en cuya cima se sitúa el Paraíso terrestre. Para completar el descenso a lo más profundo de los infiernos, necesario si queremos ascender[6], será preciso, como dice el Maestro Eckhart, un completo desasimiento que requiere el desapego total y absoluto de cualquier cosa que fuere, ya sea física o psíquica. Única manera de llegar a la soledad completa en la que el ser en Sí Mismo puede decir con San Pablo: «no yo sino Cristo que vive en mí».

Lucifer, el más bello de los ángeles, es arrojado al infierno como el mal, lo contrario[7]. Ahora bien para el iniciado ese mal (no aceptar inclinarse ante la humanidad de Adán) es más bien un bien, y no pequeño por cierto, que necesariamente ha de buscar aquel que persiste en su avance por el camino de retorno. Entre todo aquello que el hombre considera su enemigo nada tan rechazado como Eblis. La humanidad del hombre desprecia la Luz en tanto esta funge de espejo en el que se ve, cosa que no suele querer hacer[8].

Aquello que en general rechaza el hombre es buscado por el iniciado, es aquella parte de sí mismo que realmente es su esencia. Hay entonces que descender al infierno en busca de Lucifer, hay que retirarse al interior de uno mismo hasta encontrar la esmeralda, huella de la luz en el receptáculo del corazón. Una vez restituida esa visión sagrada que supone la recuperación del sentido de eternidad, Hiram resucita, y la aceptación de la muerte le supone al compañero ser recibido como maestro. La muerte libera al hombre de los lazos materiales y psíquicos siempre que acepte su disolución, aceptación que no necesariamente implica el fin de la vida física.

Aquel que se ha liberado de su individualidad, que por la Misericordia divina unida a su Rigor ha penetrado en las altas estancias del Intelecto, no puede verse afectado por este o aquel desorden, permanecerá en paz sea cual sea la agitación que haya a su alrededor. De ese estado de Paz surge en él la Gracia y el Rigor sin tomar partido en ningún momento.

Hay que estar dispuesto a tomar veneno, de hecho hay que tomarlo cuando se presenta la ocasión. El vino espiritual de Dioniso, cuya ayuda en este cruce decisivo del camino es imprescindible. Dioniso no deja nada, te desnuda y te mata; compañero de Deméter, pan y vino presentes en el sacerdocio de Cristo y en el de Melquisedec.

Lucifer y Satán, entidades distintas, aparecen muchas veces como semejantes porque el hombre ve a ambas como adversarios, sólo que uno, Lucifer, lo es, podríamos decir, por lo alto. Recordemos que se niega a inclinarse ante Adán, ante su humanidad, por no querer implicarse en un mundo que con respecto al suyo es infernal. Vinculado a la Estrella Polar se corresponde con Kether. Se dice que el Graal fue tallado por los ángeles de una piedra desprendida de su frente; a veces se señala que cayó de su corona; esto último, dice Guénon, es una equivocación debida a que Lucifer es el ángel de la Corona. De Kether, se dice en Introducción a la Ciencia Sagrada: «es la realidad única, el misterio absoluto, la esencia pura de la que emanan las restantes Sefiroth».

La imagen de la ciudad del cielo, ubicada en la sumidad y representada por el firmamento, es expresada en el microcosmos por Agartha, una entidad situada en el ser humano en la base de la columna vertebral, y que configura el chakra mûlâdhâra en la Tradición Hindú mientras que en la tradición hebrea es representada por Luz, la semilla de la inmortalidad, capaz de florecer en el chakra anâhata, el corazón.[9]

Análogamente para toda la humanidad en estado caído, en el Kali Yuga, ese Luz, esa semilla de inmortalidad, está situada en el mundo subterráneo.

Alcanzar la Polar es acceder al estado de quietud que el centro de la rueda simboliza, el motor inmóvil, el centro del círculo. Una vez realizados los viajes cosmogónicos, que concretan en un conocimiento y encarnación de la cosmogonía, el iniciado precisa, para seguir viaje, de

la contemplación inmóvil en la ‘gran soledad’, en el punto fijo que es el centro de la rueda, el polo invariable alrededor del cual se cumplen, sin que él participe en las mismas, las revoluciones del universo manifestado.[10]

NOTAS

[1] Publicado en la Revista SYMBOLOS Telemática en cuatro artículos (I a IV, 2010 a 2012) reunidos aquí.

[2] René Guénon, El Hombre y su devenir según el Vedanta, pág. 227. CS Ediciones, Buenos Aires 1990.

[3] «El arcángel caído que lucha con Miguel, los que representan aspectos opuestos, complementarios y simultáneos del ser». Federico González, Tarot: El Tarot de los Cabalistas, Vehículo Mágico. Arcano nº XV. mtm editores, Barcelona 2007.

[4] Ver René Guénon, El Rey del Mundo, pág. 49 en nota. Ediciones Fidelidad. Buenos Aires 1985.

[5] René Guénon, El Esoterismo de Dante, pág. 50 en la edición de Dédalo, Buenos Aires 1976.

[6] «Por un lado, este descenso equivale a una recapitulación de los estados que preceden lógicamente al estado humano, los que fueron determinados por las condiciones particulares y que deben también participar en la ‘transformación’ que va a cumplirse; por el otro, permite la manifestación, según ciertas modalidades, de las posibilidades de un orden inferior que [el iniciado] lleva en sí en un estado no-desarrollado y que deben ser agotadas por él antes de que sea posible el logro de esos estados superiores». René Guénon, El Esoterismo de Dante, ob. cit., pág. 73.

[7] «Eblis o el Espíritu o Angel de Luz, se dice que fue denigrado por no querer obedecer a Adán, un simple humano, y por ese motivo expulsado del Paraíso constituyéndose en un espíritu que da origen a la estrella Polar al desprenderse el brillante luminoso que tenía sobre su frente y que esa misma condensación de la Luz, llamada Estrella Polar, como se ha dicho, es también la residencia espiritual del auténtico Rey del Mundo, el Agartha; estos últimos símbolos, o mejor realidades espirituales, son los que han guiado a los auténticos iniciados de este Manvántara y de la descendencia de Eblis, o Iblis, y a la cual pertenecen tanto Enoch, y Hermes, como Hiram Abif, constructor del Templo de Salomón». Siete Maestros Masones, La Logia Viva. «Eblis, Caín, Hermes, Hiram». Editorial Obelisco, Barcelona 2006.

[8] «Eblis, el Espíritu de Luz, es (...) el antecedente de una gran dinastía que, (...) se reproduce de modo paralelo a las genealogías de los hombres comunes. Sin embargo, este Espíritu de la Luz, o Lucifer, ha sido siempre odiado por estos últimos que sin poder comprenderlo se han vuelto siempre contra él de modo radical, a tal punto que en el Corán se lo equipara con el mismo Satán.» Siete Maestros Masones, La Logia Viva, ibid.

[9] Federico González, Las Utopías Renacentistas, ob. cit. cap. XI.

[10] René Guénon, Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo. «A propósito de los peregrinajes». Ed. Sanz y Torres, Madrid 2010. [Hay traducción en internet en la sección René Guénon de SYMBOLOS].