APOLO, DÉLFICO ADIVINO

Mª Victoria Espín

1
Profecía

 
Proyección de la Teúrgia en el tiempo.[1]


Apolo sobre el trípode alado, con el arco y la cítara.
«Tenga yo la cítara amiga y el curvado arco, y con mis oráculos
revelaré a los hombres la verdadera voluntad de Zeus»
(Himnos Homéricos III, a Apolo)


La historia bíblica de Daniel nos aporta una clave en la comprensión de lo que es la Profecía, el grado más alto en la jerarquía iniciática. La lectura de este libro nos ha iluminado su sentido, el del profeta como verdadero sacerdote de Apolo, o dicho de otro modo el de aquel ser humano que entregado al Misterio y siendo uno con lo alto y lo bajo, puede moverse por ambos mundos y sacar de ellos la luz que guía a los hombres. Así, Apolo, dios de la Luz, emerge en ellos y resplandece en su palabra y su vida. Este es precisamente el caso de Daniel.

Daniel es encumbrado en la corte del rey asirio Nabucodonosor por interpretar un sueño, y no solamente lo explica sino que descubre el sueño al propio rey, es decir que el profeta es capaz de arrancar desde las «profundidades» los hechos y con ellos su sentido y su enseñanza. Y así comienza a hablar al rey:

El misterio que el rey quiere saber, no hay sabios, adivinos, magos ni astrólogos que lo puedan revelar al rey;
pero hay un Dios en el cielo, que revela los misterios y que ha dado a conocer al rey Nabucodonosor lo que sucederá al fin de los días. Tu sueño y las visiones de tu cabeza cuando estabas en tu lecho eran éstos:
Oh rey, los pensamientos que agitaban tu mente en el lecho se referían a lo que ha de suceder en el futuro, y el que revela los misterios te ha dado a conocer lo que sucederá.
A mí, sin que yo posea más sabiduría que cualquier otro ser viviente, se me ha revelado este misterio con el solo fin de dar a conocer al rey su interpretación y de que tú conozcas los pensamientos de tu corazón. (Dn 2, 27-30)

¿Cómo leer lo que no está escrito? Sólo los Profetas.

Esta posibilidad de lo que Abulafia llamaba en su grado culminante la profecía –o sea el más alto grado de iniciación en otros sistemas metafísicos– y que pudiera ser equiparado con la deificación del adepto, es decir con ideas posiblemente mesiánicas, no ha gozado generalmente de la aprobación de las autoridades exotéricas.[2]

…su modo de percepción no corresponde a la percepción natural e intelectual del hombre, sino que su percepción es una especie de flujo, una cognición impresa que no está sujeta a dudas y que no necesita de reflexión ni de comprobación empírica. Pero para ellos es claro, sin lugar a dudas, que lo que se les revela y comunica es la Gloria del Eterno, y que es Él quien lleva esas visiones proféticas a sus corazones. Y además se fija en sus corazones el conocimiento por medio del cual ellos han de desenmascarar la visión y el acertijo, y por medio del cual podrán percibir aquello que el Creador desea revelarles.[3]

Como ya hemos visto cuando Ficino habla de los cuatro tipos de furor nos dice que el tercero procede de Apolo:

Hace falta además el tercer furor, que reduce la mente a la unidad misma que es la parte más importante del alma. Esto lo hace Apolo por la profecía. Pues cuando el alma se eleva por encima de la mente a la unidad misma, presagia las cosas futuras.[4]

Volvemos ahora a la cita del comienzo donde se dice que la Profecía es la ‘proyección de la Teúrgia en el tiempo’. El viaje en pos del Conocimiento que realiza el iniciado le lleva a entregar el equipo humano (cuerpo y alma) que le ha sido dado –que como vehículo puede llevarle de vuelta a casa, eso si Dios quiere y él tiene verdaderamente el deseo de hacerlo. Entregar ese equipo es conocerlo, aceptarlo y renunciar a él, a su poder; para retornar a la Unidad y abandonarse en la Nada de la que todo emerge. Como se dice en la obra teatral Rapsodia,

– Eso sería, ¡conocerlo todo para obtener la nada y aceptar que ésta es la recompensa prometida!
¡Saber la totalidad para encontrar nada!
¡Qué última sorpresa!
¡Qué postrer asombro! [5]

El asombro de aquel que una vez ha renunciado a todo se halla participando de ello en su máxima extensión, en un estado de conciencia donde el Uno se manifiesta en todo y por todo en su impulso generador. El mito de Apolo nos muestra a este, como buen hijo de Zeus, procreando con múltiples diosas, ninfas y jóvenes mortales. El teúrgo, cual Apolo, está verdaderamente a la orden, listo en todo momento para proseguir ese movimiento generador y vivificante. Tanto si es a la izquierda, como si es a la derecha, él lo sigue sin poner obstáculos y manteniéndose inconmovible en el centro. En la Unidad se da esa unión y distinción simultánea.

En el Libro de las Mutaciones, I Ching, en su hexagrama número 2: K’un / Lo Receptivo, se habla de cómo la función de lo receptivo no es conducir, sino dejarse conducir. Eso es precisamente lo que hace el Teúrgo que no poniendo obstáculos se convierte así en canal de lo alto celebrando en todo momento, circunstancia y situación la orgía permanente que es la danza cósmica, donde todo nace, crece y muere a cada instante, donde sumarse a ese viaje es entrar en una sesión caleidoscópica que solo es posible percibir desde la inmutabilidad del centro. Desde cualquier otro punto el vértigo domina y la sucesión temporal arrasa.

El noble se deja guiar. No avanza ciegamente, sino que deduce de las circunstancias qué es lo que se espera de él, y obedece este señalamiento del destino

La lira, el arco y sus flechas y por supuesto el trípode se vinculan a nuestro Dios, así como el cisne, el milano, el buitre y el cuervo y por cierto el laurel. Apolo musageta, flechador, sanador, délfico adivino, matador de Pitón, luminoso y mucho más se dice de Él a quien invocamos con confianza. Una referencia rápida a Delfos, donde Apolo mató a la serpiente Pitón y donde se encuentra su Oráculo. Las pitonisas, por Él inspiradas, daban respuesta a quienes allí se dirigían a preguntar para guiar su vida de acuerdo a la voluntad de los Dioses.

Resplandece en el centro del Árbol de la Vida, donde florece la Belleza, todo lo abarca con su mirada, nada se le oculta. El número, y con él la música, la geometría y la ciencia de los ciclos, de la que nos hablan los cielos y que Apolo centraliza.

…somos señales en un mundo de señales y el mago es un generador, operando sus ritos ancestrales, renovando el mundo a perpetuidad (...) De allí la enorme importancia asignada a la Teúrgia, ciencia que acompaña a los ritmos del cosmos, como lo hace la naturaleza, y que, como ella realiza su gesto desinteresado y gratuito para preservar la vida del mundo, como igualmente la del hombre, por tanto, la de la especie; por lo que el objetivo último de la Teúrgia es ligar con la cadena interna de unión, con la Iglesia Secreta, que opera y se manifiesta en nosotros y en nuestro entorno, dándonos así el poder de expresar la Ciencia Sagrada [6]

Se habla de la belleza apolínea y de la dionisiaca, eso nos muestra cuán próximos están ambos dioses, como son dos caras de la misma moneda. Abundando en este punto, queremos recordar la obra teatral Noche de Brujas [7] donde se hace referencia al Diablo como al gran Hierofante:

– Vos aún sois doncella. ¿Sabéis que estáis siendo iniciada en el rito de la vida y la sexualidad? Os arrebatamos de vuestra madre porque ésta que conoceréis ahora es vuestra verdadera matriz. Y este soy yo, vuestro auténtico padre y esposo, Cacodemon, el Gran Hierofante.

Esta obra, donde brillan los misterios dionisiacos, nos lleva hacia el interior de nosotros mismos iluminando la oscuridad reinante. Y asumirla, en la medida que la gracia nos asiste, es un rito mágico-teúrgico al que se ve abocado aquel que se entrega sin dobleces y con serenidad. Traemos a colación esto ahora por el hecho de que el sacerdote que presidía los misterios eleusinos era llamado hierofante y «había sido recibido en los misterios de Apolo»[8].

El actor es por momentos equiparado a un mago e inclusive en otros a un teúrgo. Y todo esto casi sin que el propio actor se entere de que esto está siendo así, trabajando no para un supuesto espectador sino fundamentalmente para sí mismo.[9]

Nos hemos limitado en este apartado casi exclusivamente al aspecto profético de Apolo, pero el Dios abarca mucho más y muestra de ello es el himno órfico, que queremos reproducir aquí como invocación a esta potencia. Sumamos nuestra voz a la de tantos que a través los tiempos lo han invocado.

Cada vez se nombra menos a los dioses, y por lo mismo cada vez más desaparece su presencia de la tierra y de los asuntos de los hombres que, sin su auxilio, van a la deriva.


Apolo Sauróctono, detalle.
Apolo Sauróctono, detalle


NOTAS

[1] Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, ob. cit.

[2] Federico González - Mireia Valls, Presencia Viva de la Cábala, ob. cit.

[3] Rabí Moshe Hayyim Luzzato, La Sabiduría del Alma. Citado en Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, ob. cit.

[4] M. Ficino, De Amore, Comentario al Banquete de Platón, cap. XIV. Tecnos, Madrid 2008.

[5] Federico González Frías, Rapsodia, ob. cit.

[6] Id., Simbolismo y Arte, cap. VI: «Arte Teúrgica».

[8] Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas MisteriososTeúrgia. También es Apolo quien anda oficiando en el mito del Andrógino que nos narra Platón, cuando Zeus decide partirlo por la mitad:

«Y al que iba cortando ordenaba a Apolo que volviera su rostro y la mitad de su cuello en dirección del corte, para que el hombre, al ver su propia división, se hiciera más moderado, ordenándole también curar lo demás. Entonces, Apolo volvía el rostro y, juntando la piel de todas partes en lo que ahora se llama vientre, como bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un agujero en medio del vientre, lo que llaman precisamente ombligo.» (Platón, El Banquete, discurso de Aristófanes).

[9] F. González Frías, Blog de la Colegiata Marsilio Ficino. En el Diccionario de Símbolos y Temas MisteriososActor.