Compartimos en esta página el contenido de nuestro libro Historia Viva, un recorrido por la obra de Federico González (Symbolos, Barcelona 2009), al que hemos añadido algunas imágenes no incluidas en la edición impresa.

Nuestros mejores deseos para todos en este Solsticio, en el que haciéndose más presente que nunca el astro sol reina en el cielo y mantiene la puerta abierta para recibir a aquellos que ligeros de equipaje osan traspasar la barrera del tiempo y el espacio y unirse a un Presente que es Eterno.

M. V. Espín
Solsticio de Verano 2018

Atalanta Fugiens, VIII.
[Michael Maier, Atalanta Fugiens. Epigrama VIII.](*)

["Si de pronto el milagro se produce y uno se topa con un alquimista que nos dice: 'Existe un pájaro más sublime que todos los demás. No te preocupes sino de buscar su huevo, al que has de cortar con una espada llameante', debe entenderse que algo obvio nos está expresando. Que estas frases encierran significados en sí mismas que ellas manifiestan siendo. Sabiendo que el sentido literal es una lógica secundaria se comprende que lo que se oculta está presente." (Federico González, En el Vientre de la Ballena, 14)]


Introducción

He de narrar para comenzar cómo en la búsqueda del Sí Mismo, de la verdadera identidad, fui llevada por la Diosa Fortuna a un curso sobre Simbólica que Federico González impartió el otoño del 1981 en Barcelona. En la primera de aquellas clases se me mostró, de un modo que no dejaba lugar a ninguna duda, que quien allí hablaba, ante un grupo reducido de personas, conocía Aquello que había buscado toda mi vida.

Más que lo que se decía, fue la apertura que aquella voz manifestaba. De repente tuve la conciencia clara de que la vida tiene sentido, que hay un orden en el que todo está incluido; lo que supuso el fin de un viaje de búsqueda y el inicio del Camino al que el primero me condujo. Una vez encontrado el Camino, sólo había que seguirlo.

Ese primer encuentro resultó ser decisivo pues la certeza de estar ante un Hombre de Conocimiento fue tal, que los obstáculos propios de la personalidad quedaron aparcados y fui impulsada a iniciar el estudio de aquellas disciplinas, aquellas ciencias tradicionales, empezando por la Simbólica y la Cábala a las que ese curso fue una introducción a la vez que una presentación, pues nada sabía de ellas hasta entonces.

Durante tres años me dediqué en soledad al estudio y la meditación, al cuidado del fuego en silencio y pacientemente, trabajando con los textos que se me habían recomendado(1): Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, La Crisis del Mundo Moderno y La Metafísica Oriental. Estas obras de Guénon más una de introducción a la Cábala y la enseñanza vertida en aquel curso de simbología me fueron cambiando la mentalidad, el punto de vista, adquiriendo otro mucho más real respecto, por un lado, a la situación de exilio extremo en que se encuentra el hombre en un mundo como éste:

… lo que, según la tradición, caracteriza la última fase del ciclo, es, podría decirse, la explotación de todo lo que ha sido descuidado o rechazado en el curso de las fases precedentes; y, efectivamente, eso es lo que podemos constatar en la civilización moderna, que en cierto modo no vive más que de lo que las civilizaciones anteriores no han querido. Para darse cuenta de ello, no hay más que ver cómo aprecian las ciencias occidentales y sus aplicaciones industriales los representantes de las civilizaciones que de entre aquéllas se han mantenido hasta hoy en el mundo oriental. Estos conocimientos inferiores, tan vanos a la mirada de quien posee un conocimiento de otro orden, debían ser sin embargo “realizados”, y no podían serlo más que en un estadio en el que la verdadera intelectualidad hubiese desaparecido; esas investigaciones de un alcance exclusivamente práctico, en el sentido más estrecho de esta palabra, debían ser cumplidas, pero no podían serlo más que en el extremo opuesto de la espiritualidad primordial, por hombres inmersos en la materia hasta el punto de ya no concebir nada más allá, y volviéndose tanto más esclavos de esta materia cuanto más quisiesen servirse de ella, lo que les conduce a una agitación siempre creciente, sin regla y sin meta, a la dispersión en la pura multiplicidad, hasta la disolución final.(2)

Y por otro a la verdadera función que le corresponde al ser humano en la creación: la de intermediario entre el Cielo y la Tierra; para lo cual ha de hacer efectiva su verdadera naturaleza actualizando lo que potencialmente es. Leemos en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada:

En efecto, la “caverna cósmica” está considerada aquí como el lugar de manifestación del ser: después de haberse manifestado en ella en cierto estado, por ejemplo en el estado humano, dicho ser, según el grado espiritual al que haya llegado, saldrá por una u otra de las dos puertas; en un caso, el del pitr-yâna, deberá volver a otro estado de manifestación, lo que estará representado, naturalmente, por una nueva entrada en la “caverna cósmica” considerada así; al contrario, en el otro caso, el del deva-yâna, no hay ya retorno al mundo manifestado. Así, una de las dos puertas es a la vez una entrada y una salida, mientras que la otra es una salida definitiva; pero, en lo que concierne a la iniciación, esta salida definitiva es precisamente la meta final, de modo que el ser, que ha entrado por la “puerta de los hombres”, debe salir, si ha alcanzado efectivamente esa meta, por la “puerta de los dioses”.(3)

Hasta que el alado mensajero de los Dioses, el Escriba divino, me puso en contacto nuevamente con Federico González (gracias a la intervención del propietario en ese momento de la librería esotérica Sto. Domingo de Barcelona, quien me proporcionó su dirección), que por aquel entonces vivía y enseñaba en México. Puesto que mi prioridad era continuar con el estudio de las Ciencias Herméticas y nada me retenía, partí a ese país donde pude continuar recibiendo esta enseñanza de quien encarnaba y vehiculaba un conocimiento emanado de la Tradición Hermética.

En México conocí a varios alumnos de aquella ciudad con los que colaboré participando en numerosas experiencias. En ese tiempo pude estudiar el texto (una copia mecanografiada) que luego se publicaría en 1986 como libro: La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos, de quien para mí entonces era ya Federico, pues dado su carácter abierto y de trato sencillo encontré en él además de un Maestro a un amigo.

La obra, dice el autor, se empezó a escribir en Katman­dú (Nepal), en abril de 1980 como una síntesis de lo expresado en varios años de conferencias y cursillos en América y España. En ella nos habla del proceso de regeneración, del peregrinaje “como vehículo” para acercarnos a la meta final que, como veíamos anteriormente, no es sino la Liberación. Dice Federico en este libro:

Esta liberación, se logra a través de un camino gradual, por estaciones, que en el caso de la tradición extremo oriental, se enumeran de la periferia al centro, como Tao del hombre, Tao de la tierra, Tao del cielo, y el Tao de Taos, o Tao abstracto. En la tradición judía (y también de la periferia al centro), como Olam ha´asiyah, o mundo de la realidad materializada, Olam hayetsirah, o mundo de las formaciones cósmicas, Olam haberiyah, o plano de la creación y Olam ha´atsiluth, mundo de las emanaciones. Este camino espiral ascendente, que va de lo más bajo a lo más alto, de lo más grueso a lo más sutil, de lo múltiple a lo sintético, y vincula varios planos entre sí, de manera sucesiva, es el que describe Dante en la Divina Comedia. Y es bien sabido que esa vía es llamada la de la iniciación en los misterios. Lo que equivale a la transmutación de la conciencia del aprendiz o alumno, la ampliación de todas sus posibilidades latentes o dormidas. El cual, a través de un proceso arquetípico, realiza un “viaje”, o camino sucesivo; la aventura del conocimiento, que finalmente termina en la obtención de lo buscado. Este hallazgo es llamado licor de inmortalidad, elixir de larga vida, paraíso, tesoro, vida eterna, o Santo Graal.(4)

Quiero señalar que no había, ni la hay, diferencia entre lo que Federico decía en sus conversaciones y lo que escribe. Bien se puede decir que es siempre el mismo.

En marzo del 1985 decidió volver a España pero como las noticias eran muy malas respecto a una ola de frío allí, viajó a Guatemala hasta que se templara un poco el clima en la Península; otro alumno español se sumó a la idea de viajar a Guatemala y recorrer el interior, yo me agregué unos días más tarde y aún otro compañero de México. Fijamos nuestro domicilio temporal en la ciudad de la Antigua, viviendo aquellos días Federico un verdadero descenso a los infiernos. Me fui de allí a finales de abril, de vuelta a México. F. viajó a Costa Rica, Nicaragua y Panamá. Nuevamente a Guatemala y de ahí en junio a España donde impartió algunos cursos a los miembros del Centro de Estudios Simbólicos, invitando a algunos alumnos a colaborar en el Programa Agartha, del cual había escrito ya las dos primeras series. En ese momento también me encontraba en Barcelona y pude seguir la Enseñanza así como conocer a los miembros del CES de esa ciudad.

La regeneración es la posibilidad de que todo sea siempre nuevo y ahora, de que la existencia sea real y no un vago teatro de sombras indeterminadas y fluctuantes.(5)

El sentido de la creación es este perpetuo reconocimiento del sí mismo en todas las cosas.(6)

Poco después, volvió a radicarse en Guatemala, en gran parte por el clima y desde luego por sus estudios sobre lo precolombino en lo cual tanto había trabajado en México y en toda América que como veremos más adelante, recorrió de Sur a Norte. Tuve la enorme suerte de participar en algunos de estos viajes a centros sagrados de México y Guatemala, por ejemplo: Chalcatzingo, Tikal, Yaxchilán, Quiriguá, Uxmal, Mixco Viejo o Chichicastenango. Fruto de su conocimiento de la simbólica de estas tradiciones americanas, anteriores a la llegada de Colón, es su libro El Simbolismo Precolombino, Cosmovisión de las Culturas Arcaicas, un extraordinario legado que nos llega de aquellos pueblos gracias a la mano del autor, que ha penetrado en esas culturas transmitiéndonos ese conocimiento en un lenguaje asequible y familiar. Este libro es también una muestra de la unanimidad de todas las tradiciones pues comprobamos cómo una vez más los símbolos fundamentales de una tradición, la precolombina en este caso, coinciden con los de las demás, es decir son universales:

Se debe enfatizar que para los precolombinos el espacio no es sólo algo estático, dividido en cuatro puntos cardinales fijos y ausentes, sino que está tan vivo como el tiempo, recreándose constantemente y constituyendo un elemento activo y permanente de la manifestación; los espíritus que lo conforman actúan a perpetuidad como energías implicadas en el proceso generativo, donde se conjugan con las deidades del tiempo y sus cifras numéricas y los númenes del movimiento, divinidades pasajeras siempre presentes. Asimismo el sol no es algo fijo, sino que expresa distintos tipos de energía cuando nace (oriente), cuando está en su apogeo (sur-mediodía) o cuando se pone (occidente). Esta dinámica de reflejos o energías múltiples construye y destruye el cosmos perennemente y también lo equilibra, para conservarlo, constituyendo la dialéctica, la ley del ritmo universal que en las coordenadas de tiempo, espacio y movimiento se asemeja a una caja de espejos, o de sueños. Ometéotl, Dios uno y dual como el andrógino primordial platónico, el hermafrodita alquímico, la esfera ideal pitagórica, o las dos mitades del huevo del mundo egipcio e hindú, permanece impasible mientras se alternan estas dos energías, emanadas sin embargo de su cuerpo increado que no se inmuta ni transforma.(7)

En Guatemala, casó con Lucrecia Herrera y de nómada pasó a sedentario, aunque nunca ha dejado de viajar acompañado estas veces con Lucrecia y su hijo Rodrigo durante muchos años.



NOTAS

(*) Ponemos entre corchetes aquello que sólo aparece en esta edición telemática.

(1) Estas eran las obras de René Guénon disponibles en castellano.

(2) René Guénon. La Crise du Monde Moderne, cap. I: “L’Age sombre”, pág. 28. Gallimard, París 1992.

(3) René Guénon. Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XXXV: “Las puertas solsticiales”. Eudeba, Bs. As. 1976.

(4) Federico González. La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos, págs. 63-64. Symbolos, Barcelona 1986.

(5) La Rueda, ob. cit. pág. 27.

(6) Ibid. pág. 159.

(7) Federico González. El Simbolismo Precolombino, Cosmovisión de las Culturas Arcaicas, págs. 131-132. Editorial Kier, Bs. As. 2003.