Federico González: La Tradición Viva
Francisco Ariza
VII
HERMETISMO
Y MASONERIA
DOCTRINA, HISTORIA, ACTUALIDAD
Pocos
meses después
de publicarse Esoterismo Siglo
XXI, aparece la que va a ser la séptima obra de su autor: Hermetismo
y Masonería (Ed. Kier, 2001), centrada
efectivamente en la explicación de lo que constituye la doctrina, la historia
(mítica y temporal) y la actualidad del Hermetismo,
tradición a la que pertenece la Masonería, prototipo de sociedad
iniciática y estructurada en torno al simbolismo constructivo como imagen
de la Cosmogonía Perenne. De hecho,
los dos primeros capítulos están dedicados respectivamente al Hermetismo
y a la Masonería, mientras que el tercero trata de un tema que como su
propio nombre indica: "Apuntes sobre Hermetismo y Ciencia", está vinculado
directamente a la influencia de las ideas herméticas en el desarrollo
de
la Ciencia experimental, centrándose sobre todo en el
Renacimiento, época clave en la historia de esas ideas. El
cuarto capítulo menciona a "La Iniciación Masónica
y
Hermética en la Obra de René Guénon", en la que se
destaca a este autor como un hermetista de nuestro tiempo que ha resaltado en
su importante obra que:
En Occidente la Tradición Hermética y la Masonería
son "per se" las organizaciones iniciáticas transmisoras
de la influencia espiritual, a la que el Aprendiz o Neófito se
afilia de modo natural puesto que es ella misma la que se revela en él,
y constituye un organismo vivo con un dios mensajero igualmente vivo,
Hermes (Hiram), a lo que se agrega el ámbito de su iglesia secreta,
jalonado en todos los tiempos y lugares por las más importantes
inteligencias, cristalizadas posteriormente en los cuerpos y luminarias
que pueblan el firmamento organizado permanentemente por el Gran Arquitecto
del Universo. No se trata de una inscripción burocrática
a una institución que como dice también Guénon en
su prólogo al libro antes mencionado [Aperçus sur L'Initiation],
imite las formas profanas del mundo moderno, sino de un compromiso interior
consigo mismo, y con los vehículos que fueron símbolos
de la revelación.
Tenemos asimismo la "Conclusión" donde se nos habla
de la "Actualidad del Hermetismo y la Masonería", actualidad
que, sin ir más lejos, está corroborada por la propia
obra de nuestro director, acrisolada por la experiencia y vivencia de
su tema de estudio y de investigación: el Símbolo, intermediario
entre el ser humano y su Origen increado. Como (refiriéndose
a él mismo) dice al final del Prefacio de El Simbolismo Precolombino,
El autor cree en la capacidad
actuante del símbolo, en su virtud
transformadora, a la par que sostiene que los símbolos están
hoy presentes, tan sólo esperando ser vivificados.
Y esa posibilidad, en Occidente,
y con las imágenes culturales
que hemos recibido los que pertenecemos a su ámbito de influencia,
puede nacer (tal cual se dice en esa "Conclusión")
en quienes son los destinatarios de este libro, dedicado a
aquellas personas que por distintos motivos han recibido el Mensaje
y podido percibir la Voz del Noûs en sí mismos,
y por sí mismos, es decir a los Adeptos de la Tradición
Hermética y a los Aprendices masones, así como a todos
aquellos que aún buscan (…) y que trabajan su regeneración
en relación con las coordenadas espacio-temporales, es decir
con la encarnación psíquica e intelectual de los símbolos
de la cosmogonía, de las Ideas que conforman el Arquetipo o Modelo
Universal, lo que es idéntico a una verdadera espiritualidad.
Al final de la obra tenemos
cuatro Apéndices, el primero de
los cuales es la traducción (realizada en colaboración
con José Manuel Río) de los XI primeros capítulos
del Poimandrés, destacándose igualmente los comentarios
a pie de página muchos de ellos de indudable contenido doctrinal
que ayudan a la comprensión de este texto crucial de la doctrina
Hermética.
Hermetismo y Masonería es
un libro muy importante en la bibliografía de su autor y también lo es en lo que
respecta al panorama esotérico y hermético de hoy día,
pues ciertamente pocas obras como ésta arrojan tanta luz sobre
lo que es y significa la Tradición Hermética, donadora
de la auténtica Medicina que nos sana de la ignorancia si somos
verdaderamente capaces de entregarlo todo, empezando por nuestros temores
y pequeñas "seguridades", invocando la fuerza y la
impetuosidad del espíritu, del azufre alquímico, de su
energía fecundadora, pues el Dios Hermes, el "Tres Veces
Grande" (Trismegisto) por su Sabiduría es
el éter en el corazón de aquellos que osaron el cruce
de las grandes aguas, y no puede albergarse en corazones pequeños,
o mezquinos (…) Por ello no siempre es fácil para todos
conseguir una filiación con esta Tradición (…) ni
la realización en esa vía, que no se expresa de manera
religiosa o sentimental-devocional, que no posee ortodoxias teologales
estrictas, sino la vivencia de su doctrina por medio del Conocimiento,
lo que obliga constantemente al Aprendiz a constatar lo que sucede en
el itinerario de su propio camino, en su ser interno, es decir en su
Iniciación, sin el consuelo que le suelen brindar determinadas
creencias relativas al aparato religioso, a las que sin embargo puede
observar desde otro nivel simbólico, depurándolas, es
decir, en términos alquímicos "rectificándolas".
Por eso es que se la ha denominado una Tradición a la intemperie
y puede ser considerada poco apta para ciertos espíritus timoratos
que no arriesgan y por lo tanto no pueden luego callar o dejar de quejarse
por sus vicisitudes, en vez de proseguir su camino, presidido por el
silencio hermético. (p. 14-15).
Estas palabras forman parte
de la Introducción y en cierto
modo nos están sugiriendo cuál ha de ser la predisposición
de espíritu con que debemos acudir a la Enseñanza Hermética
y nutrirnos de su Doctrina, de sus Símbolos, de su Arte Regia,
o Arte Real, palabra ésta que hace alusión sin duda al
origen noble de ese Arte, pero también, y fundamentalmente, al
hecho de que gracias a él podemos llevar a cabo, con paciencia
y perseverancia, la "realización" de nuestro proceso
de Conocimiento, bajo la guía y el amparo de Hermes, Dios verdaderamente
Universal capaz de llevarnos, como dice Federico en la misma Introducción,
por los planos más altos de la Cosmogonía y la Ontología,
auténticos soportes de la Metafísica. Pues bien, esa Enseñanza
y Doctrina, en esta Tradición, ha tenido como medio de expresión
muy importante la escritura, como fijación de la palabra y la
transmisión oral, y en este sentido no debemos olvidar que precisamente
Hermes es el inventor de la escritura y el Dios de la palabra, las que
dona a los hombres como instrumentos de civilización y cultura,
así se llame esta deidad Hermes entre los griegos (o Hermes Trimegisto
entre los filósofos grecoegipcios alejandrinos), Thot entre los
antiguos egipcios, Quetzalcoátl, Kukulkán o Viracocha
entre las culturas precolombinas, Wotan en las nórdicas, etc.
No es de extrañar entonces que el primer capítulo de esta
obra lleve precisamente por título "Los Libros Herméticos";
y en él, el director de SYMBOLOS (basándose en una amplísima
documentación y haciendo gala de una gran erudición puesta
al servicio de la Enseñanza) tiene la oportunidad, a través
de la impresionante genealogía espiritual-intelectual de los
autores herméticos habidos desde la Antigüedad Clásica
hasta el siglo XVIII, pasando por el período Alejandrino, la
Edad Media y el fecundo Renacimiento, de dejar constancia de cómo
esos libros son en efecto transmisores directos de conocimientos que
dan testimonio de la presencia a lo largo del tiempo y hasta nuestros
días de un saber auténticamente transformador,
ya que tomando conciencia
de nosotros mismos conocemos también
nuestro ser en el mundo, es decir los secretos de la cosmogonía
en virtud de las leyes de la analogía que establecen las correspondencias
entre macro y microcosmos.
Por ello esos libros tienen
todos un carácter sapiencial, es
decir que recogen las emanaciones de la Sabiduría Hermética
(que sus autores experimentaron primero en sí mismos, transformando
sus vidas) propagándolas a sus semejantes y constituyendo las
ideas-fuerza que crearán las condiciones necesarias para la continuidad
de la civilización y la cultura tradicional en Occidente, adaptando
lo que fuera necesario adaptar a las condiciones de tiempo y de lugar,
pues esa sapiencia congenia perfectamente con el intelecto práctico,
ya que Hermes, recordémoslo nuevamente, tiene poder sobre los
tres mundos (el corporal, el psicológico y el espiritual), y
su linaje terrestre, los integrantes de la "cadena áurea",
reconocen lo universal en lo particular, y lo particular en lo universal,
de tal manera que la Cosmogonía Arquetípica se convierte
en el modelo en el que se inspiran las leyes y principios que rigen
la acción del hombre en el mundo, cualquiera que ésta
sea: en la Ciencia, el Arte, la Filosofía e incluso la Política,
palabra que quiere decir "el gobierno de la ciudad", el cual
en las sociedades tradicionales se cumplía siempre en perfecta
armonía con las leyes del cosmos.
El hombre es pues un mediador,
no sólo en su función
central sino también como un pequeño demiurgo en una creación
que ha existido siempre y que se encuentra permanentemente inacabada,
viva, en constante metamorfosis y que él puede transformar ya
que aparece como el punto o la unidad donde convergen todas las energías
creacionales, coronando y dando sentido al plan divino al reconocer
los contactos que revelan las analogías, pues el mundo sensible
se refleja en el inteligible como el inteligible en el sensible. Todo
ello gracias a una red donde el Amor es el protagonista y el matrimonio
(Hieros Gamos) entre el Cielo y la Tierra una cópula perpetua.
Lo que es equivalente en otro simbolismo a una cadena de iniciados (el
Hilo de Oro) que se transmite del Noûs [Inteligencia o
Mente divina] a Poimandrés, de éste a Hermes, de Hermes
a Tat y de éste a todos los Adeptos y teúrgos de la tradición
Hermética. De allí que el Corpus Hermeticum constituya
una revelación y que la sola comprensión de sus enunciados
conforme una Gnosis, dado que somos la materia de lo que conocemos y
el Verbo Primordial se manifiesta en lo humano posibilitando el surgimiento
del hombre pneumático, paradigma del iniciado, que sabe
leer los signos de la naturaleza y los símbolos cambiantes de
su aventura cósmica, adecuándose a las circunstancias
de su viaje, que asimila al Conocimiento, y que el texto del Corpus
Hermeticum transmite. (págs. 25-26).
Esa referencia al hombre
como un mediador o demiurgo hay que entenderla en el sentido de tomarlo
como un colaborador consciente del Dios creador,
y es así como lo hace nuestro autor cuando un poco más
adelante, hablando de la pintura, escultura y arquitectura renacentista
afirma que todo ello permite
el libre juego de la inteligencia,
el conocimiento y la acción,
expresados a través del Arte de Ser y Vivir como hijos y herederos
del Dios cósmico, el que a su vez nos da la posibilidad de ser
demiurgos en nuestro plano y ensamblar a nuestra vez una creación
propia, un espacio y un entorno sacralizado a Imagen y Semejanza del
Original que es su Arquetipo. (p. 68).
Y esta idea de la obra del
hombre como un reflejo de la Obra del Artesano Divino, es considerada
fundamental por cuanto que esa es una potestad
que tiene precisamente el ser humano como mediador entre los mundos
de arriba y los mundos de abajo, y cuyo desarrollo en el tiempo ha dado
lugar precisamente a la idea y plasmación del hecho civilizador
y cultural; y es más: mediante el pleno reconocimiento de esa
potestad, de esa cualidad intrínseca a su naturaleza original,
el hombre toma finalmente conciencia de su ser más profundo por
la identificación no ya con el Dios cósmico, o Noûs-Demiurgo,
sino con el Uno-Solo, con el Noûs-Dios, Arquetipo del hombre,
pasando éste, gracias a esa identificación y por tanto
a una transformación total de su naturaleza, de una función
solar a otra polar, deviniendo en suma un gnóstico, un ser nacido
del Espíritu (pneumático), es decir un hombre de
Conocimiento, un teúrgo, cuya obra, su hacer en el mundo en y
para sus semejantes, es justamente el soporte permanente de su transmutación
inefable, tal y como Federico ha dejado dicho y escrito en distintos
lugares de su obra. Esto es lo que en el Corpus Hermeticum se
denomina el nacimiento del Anthropos hermético, o del
Hombre Universal según otra definición tradicional, y
que en la Cábala es llamado Adam Kadmon, identificado
con Atsiluth, el plano más alto del Arbol de la Vida,
o bien con el conjunto de todos los planos de éste.
A propósito de esto último debemos decir que existen
claras correspondencias entre la enseñanza cosmogónica
y metafísica del Arbol de la Vida (eje vertebrador del proceso
de Conocimiento en la vía hermética contemporánea)
y las enseñanzas contenidas en los "libros sagrados de Hermes",
llamados los Hermética, dentro de los cuales destaca el Corpus
Hermeticum, compuesto fundamentalmente por los libros de Poimandrés,
el Asclepio y los Extractos de Estobeo. Y no es por casualidad
que sea en este capítulo sobre los libros herméticos donde
su autor destine varias páginas a describir el núcleo
central de esas correspondencias, y precisamente lo hace cuando aborda
el Renacimiento, período de esplendor donde cristalizan las distintas
corrientes de la Tradición Occidental, concretamente las que
provenían del Hermetismo (Corpus Hermeticum, Astronomía,
Astrología, Alquimia, Magia y en general todas las artes y ciencias
de la naturaleza) y de las enseñanzas pitagórica, platónica,
neoplatónica, cabalista y cristiana, siendo todo ello posible
gracias a la ingente labor de los maestros de ese tiempo, al que gestaron
e impulsaron con la fuerza emanada de su influencia intelectual: Nicolás
de Cusa, Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola, Egidio de Viterbo,
Juan Reuchlin, Cornelio Agrippa, Guillermo Postel, Francisco Zorzi,
y un largo etc., en cuyas enseñanzas resuenan las voces de sus
lejanos antepasados grecolatinos, alejandrinos, atenienses, bizantinos
y los más cercanos medioevales, una genealogía de los
cuales aparece precisamente en el Apéndice 2: "La escuela
de Pitágoras y la Academia de Platón: Genealogía".
Todo ese conjunto de enseñanzas
vertidas en el modelo del Arbol de la Vida sefirótico forma
parte constitutiva de la didáctica
que sobre el mismo tema encontramos en otras partes de su obra, sobre
todo y de manera evidente, al menos hasta el momento, en La Rueda, El
Tarot de los Cabalistas, Simbolismo y Arte e Introducción
a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Y desde luego que esto tiene
relación con lo que decíamos al principio acerca de la
labor que ejerce dicha obra en la continuidad de la Cosmogonía
Hermética en nuestro tiempo, pues la influencia espiritual y
el poder regenerativo de la Enseñanza emanada de Hermes (o de
sus equivalentes Elías Artista o Henoch)
está tan intacta hoy como cuando fue revelada, en el comienzo
del tiempo, por lo que esta energía-fuerza puede ser encontrada
por aquel que la busque, pues es perenne, siempre presente y se muestra
a los que la solicitan mediante duros y exigentísimos trabajos
y pruebas iniciáticas que siempre se sufren y se reconocen en
la soledad. (p. 78).
Como se dice casi al final
de este capítulo los libros herméticos
son auténticos tesoros de sabiduría y testimonios de la
Filosofía Perenne, y que por ello mismo nunca perderán
actualidad
por la índole Universal de su temario y la vigencia que le
transmiten una minoría de seguidores que, hoy como ayer atienden
a sus trabajos, pese a la cada vez más densa atmósfera
que les ha tocado respirar. Como hemos podido observar la transmisión
mediante el libro juega un papel fundamental en la Tradición
Hermética, al punto de que Hermes, el escriba de los dioses o
el dios escritor es quien la patrocina. Y si bien han existido y existen
pequeñas organizaciones basadas en el Hermetismo, generalmente
nucleadas alrededor de escritores y grupos ligados a su forma de ver
los Principios de esta Tradición, expuesta en los textos antes
citados, la Revelación (Realización) Hermética
se da en lo individual, en cada uno de los Adeptos en los que se revela
el Noûs, por cualquier motivo que fuese. Se trata por lo
tanto del influjo espiritual de Hermes, o del pensamiento Hermético,
lo que equivale a recibir su legado y afiliarse a él, pues mediante
su vehiculación ligamos con aquello que se busca, ya que conocer
es ser. Son los libros por ello fundamentalmente los iniciadores en
la Tradición Hermética (si no ¿para quién
hubieran sido escritos?) y muchos nos narran directamente la Revelación
de Hermes Trismegisto, o sea la Revelación Hermética;
las enseñanzas no son necesariamente orales, como en las Tradiciones
Orientales, ni hay ashrams o tarîqas. Ni siquiera
hay una religión, ni normas, ni dogmas, ni compromisos especiales,
salvo con el Conocimiento. Por lo tanto no hay templos (salvo la excepción
del caso de la Masonería), ni imágenes, es a cielo descubierto
(…) y en esto, como en otras cosas, hay correspondencias con el
Taoísmo (…); pero al mismo tiempo cuando se observa la
calidad de los autores y personalidades que han contribuido a ella,
la naturaleza luminosa de sus textos, la profundidad y belleza de sus
símbolos, etc., no puede uno dejar de asombrarse y de reconocer
en ella una vinculación directa con el Origen, con la Tradición
Primordial, por intermedio de la Cosmogonía Perenne, el Plano
Intermediario y las Ciencias de la Naturaleza. (págs. 86-87).
Es indudable también que en la Tradición Hermética
el soporte que representan los grabados es sumamente importante, y hasta
podríamos decir que es una forma de la Enseñanza consubstancial
a ella, puesto que, y como afirma asimismo Federico, el libro constituye
un vehículo de la transmisión iniciática, y los
grabados simbólicos contribuyen decisivamente a ello por su gran
poder de síntesis, de lo cual da claro ejemplo sin ir más
lejos el propio Tarot, o "Libro de Thot", amén de los
miles y miles de libros alquímicos, astrológicos, de filosofía
y magia natural, etc., aparecidos a lo largo de los siglos. En este
sentido el contenido de los doce grabados herméticos y cabalísticos
(y también masónicos) que aparecen al final de este primer
capítulo, y el orden de su secuencia, tiene que ver precisamente
con lo que estamos diciendo, y si se contemplan con atención
advertiremos que siguen el hilo histórico del discurso escrito,
siendo, además, una especie de resumen visual de todo él.
Y ya que mencionamos esto,
querríamos añadir que en
casi todos los libros de nuestro director (y también en la revista
SYMBOLOS, como saben sus lectores)
encontramos la presencia del grabado simbólico ilustrando el texto, y también como un componente
mismo del libro, es decir formando parte de su contenido. Esto es especialmente
notorio en su obra sobre Las Utopías Renacentistas. Las
imágenes simbólicas, están, en este sentido, estrechamente
ligadas con el Arte de la Memoria, ampliamente desarrollado por los
maestros herméticos del Renacimiento, aplicándolo como
una forma de la "reminiscencia" platónica y a "su
posibilidad de encadenar con otros planos de la existencia Universal".
*
* *
Ese Arte de la Memoria está también presente en la Masonería,
a través fundamentalmente de los símbolos que decoran
la Logia, verdadera imagen del Cosmos, del Templo Universal, como bien
se nos recuerda en el segundo capítulo titulado "Tradición
Hermética y Masonería", texto igualmente fundamental
para conocer la esencia de la tradición de constructores (nutrida
por la Filosofía de Hermes, es decir por el Conocimiento, y por
las ciencias de la Geometría y la Aritmética cuya paternidad
en Occidente reside en Pitágoras y su escuela), que a partir
del siglo XVIII (y tras ese período llamado de "transición" durante
el cual los constructores viven inmersos en el mundo del Renacimiento,
y por tanto recibiendo toda su herencia filosófica, científica
y artística, siendo Elías Ashmole, alquimista, anticuario
y masón, uno de los personajes claves en esa transición,
como bien lo advierte Federico) toma la forma especulativa pero conservando
en el espíritu encerrado en sus símbolos, ritos y mitos
la posibilidad real de la regeneración y transmutación
del ser humano:
Por lo que ser masón no es simplemente una adscripción
a una institución cualquiera por esotérica que fuere,
sino el hacerse cargo, el encarnar su cuerpo doctrinario manifestándose
en la totalidad de los mundos físico, anímico y espiritual.
Para ello es necesario un trabajo que actúe de modo operativo
sobre los postulantes y los lleve a comprender no sólo la majestad
de los conceptos sobre los que está alternando, sino también
la dignidad feroz de esta labor de accesis al Conocimiento, principio
y motor de todo trabajo, inclusive material y profano; esta dignificación
del trabajo es pareja con toda idea de Orden propia de la Construcción,
y se encuentra presente en la Masonería (una Orden) desde la época
de las corporaciones y gremios medioevales hasta hoy.
En realidad la labor del
masón es pulir la piedra bruta y llevarla
a la perfección. En ello su labor no se diferencia de la del
alquimista –o hermetista– que lleva a cabo la transmutación,
es decir que completa un ciclo propio y real en un mundo permanentemente
inacabado, casi ilusorio. Es importante aclarar que este pulimiento
de la piedra, encargado por el Gran Arquitecto del Universo a los hermanos
masones, sólo se extinguirá con el fin de los tiempos,
o sea, hasta el momento en que el tiempo, vivo, siempre presente, absorba
la totalidad del espacio.
En este fin de ciclo se
presenta la Masonería como un depósito
de doctrina viva y tradicional que incluso ofrece la posibilidad de
una realización intelectual (espiritual), es decir, de la Iniciación
en el Conocimiento. (Carta
al Lector. Nº 13-14 de SYMBOLOS).
Nuestro director va directamente
a las fuentes de la Masonería,
a su origen mítico y suprahistórico recogido en los Old
Charges (Antiguos Deberes), para referirse precisamente a que esos
símbolos, ritos, mitos, así como los secretos del oficio
se han transmitido sin solución de continuidad desde fechas
muy remotas –y desde luego en las corporaciones medioevales– y
el paso de lo operativo a lo especulativo no ha sido sino la adaptación
de verdades trascendentes a nuevas circunstancias cíclicas, haciendo
notar que el término operativo no sólo se refiere al trabajo
físico o de construcción, proyección o planeamiento
material y profesional de las obras, sino también a la posibilidad
de que la Masonería opere en el iniciado el Conocimiento,
por medio de los útiles que proporciona la Ciencia Sagrada, sus
símbolos y ritos. Precisamente esto es lo que procura la Masonería
como Organización Iniciática y lo confirma la continuidad
del paso tradicional que hace que igualmente pueda encontrarse en la
Masonería especulativa, de modo reflejo, la virtud operativa
y la comunicación con la Logia Celeste, es decir la recepción
de sus efluvios que son los que garantizan cualquier iniciación
verdadera, máxime cuando las enseñanzas son emanadas del
dios Hermes y del sabio Pitágoras. (p. 106).
Sirvan estas dos citas de
ejemplo para mostrar cómo en la obra
y pensamiento de nuestro autor se entrelaza armoniosamente la descripción
de la historia (tanto cíclica como vertical) de la Orden masónica
con todo el depósito de su tesoro simbólico y ritual,
plasmado en los diferentes grados iniciáticos (que ritualizan
y sintetizan las innumerables etapas y fases vividas durante el proceso
de Conocimiento), tanto en los referidos a los tres primeros de aprendiz,
compañero y maestro, como en los llamados altos grados, la mayor
parte de los cuales no son sino "especificaciones o prolongaciones
de ellos", constituyendo todo ese conjunto un inmenso mosaico ordenado
(jerarquizado) y luminoso donde se recoge no sólo la influencia
de la tradición hermético-alquímica (Egipto y Alejandría)
y del pitagorismo y el neoplatonismo (Grecia y Roma), sino también
la tradición judía (concretada en Salomón y el
maestro Hiram, constructor del Templo de Jerusalén) y la tradición
cristiana a través de las órdenes de caballería
y toda la simbólica vinculada con los dos San Juan, empezando
por aquella referida a las fiestas solsticiales. La confluencia de todas
estas vías tradicionales en el tronco originario de la Masonería,
conformado por el simbolismo constructivo, se ha ido dando en el tiempo
y esto en cierto sentido ha fomentado la percepción cierta (señalada
ya por Guénon) de que la Masonería tiene distintos orígenes,
aunque bien es cierto que siempre permanece inalterable en su esencia:
la de ser, como dice el autor del libro, un depósito vivo de
Sabiduría Tradicional que otorga el Conocimiento a aquellos que
son capaces de recibirlo, pues:
La deidad es inmanente en cada ser, y los Hijos de la Viuda, los hijos
de la Luz, la re-conocen en el interior de su propia Logia. (p. 108)
Que es como decir en el
interior de sí mismos, ya que esa Logia:
conforma un ámbito sagrado (…), un espacio interior construido
de silencio, lugar donde se efectivizan todas las virtualidades y así puede
reflejarse el Ser Universal de modo especular (…) O sea,
que la actualización de la posibilidad, es decir el Ser, la comprobación
de que todo está vivo, de que el Presente es Eterno, la simultaneidad
del Tiempo, la idea de Triunidad del Unico y Solo, conforman un Conocimiento
al que los masones arriban por la propia experiencia que proporciona
un aprendizaje gradual y jerarquizado a través de los planos
cósmicos. (págs. 108-109).
Planos que están presentes también en la estructura
del templo masónico, análoga al cosmos, y relacionados
con el simbolismo solar y polar, que como ha dicho en alguna ocasión
Federico están expresados, respectivamente, por la orientación
de la Logia tomando la salida del astro rey por Oriente, y por aquella
otra señalada por la plomada o perpendicular situada en el centro
de aquella y que pende directamente de la Estrella Polar, marcando la
orientación vertical Cenit-Nadir (reflejada también en
los dos solsticios), verdadero Eje del Mundo en torno al cual se cumple
la manifestación de todas nuestras posibilidades individuales,
y que al mismo tiempo indica nuestro ascenso hacia la salida del Cosmos,
y consiguiente realización ontológica y metafísica,
a través de la identidad con el Gran Arquitecto del Universo,
con el Noûs-Dios del Corpus Hermeticum. Y se apunta
algo sumamente interesante que abre indefinidas vías de desarrollo,
a saber: que esos dos aspectos de la Masonería, solar y polar,
están encarnados
en las figuras míticas de Salomón y Pitágoras,
los cuales a su vez (…) guardarían alguna analogía
con los grados simbólicos (Masonería Azul) y los Altos
Grados (p. 125)
que son los que coronan
el proceso de Conocimiento en la vía
masónica y cuya simbólica debería ser la materia
de estudio y de investigación de quienes trabajan en estos.
*
* *
"Apuntes sobre Hermetismo y Ciencia" es el nombre del tercer
capítulo de esta obra que como estamos viendo nos está hablando
del meollo, núcleo o médula de la Tradición del
Dios Hermes, Tradición que es donada por él a los hombres
y mujeres de este final de ciclo, pues se trata del guía y salvador
del género humano y del que nace la posibilidad siempre presente
de la iniciación al Conocimiento, de la entrada en un camino
donde toda cosa tiene significado,
en las tensiones y matices propios de lo creado, y de su sustento invisible
y arquetípico. (La
Rueda: una imagen simbólica del cosmos, p. 103).
En realidad en Hermetismo
y Masonería se nos habla de
que la recepción de los efluvios celestes en el corazón
de quienes los reciben (la "cadena áurea") ha determinado
y determina en verdad el curso de la historia, no de la evidente, de
la superficial, de la que está sujeta a la impermanencia de lo
que siempre deviene pero que nunca es, de que habla Platón,
sino de aquella otra que es la expresión misma de los principios
y arquetipos universales en acción en el mundo gracias a la intermediación
del hombre consciente de su papel central en la Creación, papel
o función que se ha concretado a lo largo de la historia humana
en la gestación, alumbramiento y desarrollo de la cultura, y
la civilización como una emanación de ésta, siendo
las organizaciones iniciáticas de cualquier tradición
las que se han encargado de conservar y transmitir ese saber a lo largo
del tiempo. En Occidente, heredero de la cultura grecolatina y judeocristiana,
esos principios universales han conformado las "Artes Liberales" (Gramática,
Lógica, Retórica, Aritmética, Geometría,
Música y Astronomía), que en realidad están presentes
de una u otra manera en todas las tradiciones de cualquier tiempo y
lugar por el mismo hecho de que esas Artes, con el añadido de
la Astrología y la Alquimia, conforman en verdad una síntesis
de la Cosmogonía Perenne, y han dado su estructura a todas las
artes y ciencias, cualesquiera que éstas sean, incluidas todas
aquellas que a partir del Renacimiento (pero con claros antecedentes
medioevales como es el caso del filósofo hermético y alquimista
inglés Roger Bacon, discípulo espiritual de Pitágoras,
Euclides y Ptolomeo, y para quien "Hermes es el padre de los filósofos"),
han sido llamadas "ciencias experimentales", las cuales, desarraigadas
precisamente de esos principios universales que las conforman, crearon
las condiciones que a lo largo de los últimos tres siglos han
conducido a la caótica sociedad contemporánea, nacida
de una visión del mundo fragmentada al cortar los lazos que mantenían
unidos los tres mundos, visión que, como dice Federico, podría
también manifestarse como una simbólica de enorme interés
y que está esperando sus hermeneutas, tal vez porque en todo
caos también está contenido de manera potencial un orden,
aunque, añade, "no sabemos si en la actualidad, por circunstancias
cíclicas, hay tiempo material para ello".
Por el contrario, la concepción de la ciencia en una cultura
tradicional, nos dice nuestro director, siempre se ha visto como una
posibilidad de desarrollo en un mundo concebido como inacabado, pero
siempre sacro, al igual que la inserción del hombre en él,
y no como meras constataciones empíricas totalmente profanas
que finalmente abocan a la creación de una realidad autónoma
desgajada del conjunto de la creación, del orden armónico
del cosmos. En realidad
el nacimiento de la Historia
de la Ciencia, tal cual hoy la conocemos, está relacionado con las ideas de la Tradición Hermética
y las investigaciones y experiencias de los hermetistas, auténticos
sabios –siempre perseguidos por la ignorancia y los personajes
oficiales que la encarnan– que tienen mucho respeto por las enseñanzas
del Corpus Hermeticum, las cuales definen una actitud clara con
respecto al hombre y su papel en la Creación según lo
manifiesta este texto: "El cosmos está pues sometido a Dios,
el hombre al cosmos, los seres sin razón al hombre: Dios, él,
está por encima de todos los seres y vela sobre todos. Las energías
son como los rayos de Dios, las fuerzas de la naturaleza como los rayos
del cosmos, las artes y ciencias como los rayos del hombre. Las energías
actúan a través del cosmos y alcanzan al hombre por los
canales físicos del mundo; las fuerzas de la naturaleza actúan
por medio de los elementos, los hombres a través de las artes
y las ciencias" (Poimandrés X, 22).
El pensamiento hermético y esotérico que contempla todas
las cosas relacionadas entre sí gracias a la unidad que anida
en el centro de todas ellas permitiendo el orden y la armonía
cósmica y natural pervive en Occidente de manera pública
y evidente hasta comienzos del siglo XVIII, y de ello dan fe incluso
las obras de quienes han sido considerados los padres de la ciencia
moderna (Newton, Francis Bacon, Kepler, Locke, Robert Boyle, etc.) y
no digamos de la corriente estrictamente hermética y cabalista-cristiana
conocida como el "iluminismo rosacruz" (Robert Fludd, J. V.
Andreae, Michael Maier, Comenius, etc.). Guiados por la obra de Federico
González estamos viendo en efecto cómo esa visión
del mundo que desembocará en la Ciencia experimental reposa en
la doctrina de las correspondencias y las analogías entre los
distintos planos de la Creación, verificadas por el propio operador,
mago, alquimista o teúrgo que conoce "por experiencia" los
misterios de la naturaleza y la cosmogonía, basándose
para ello en los números y la geometría, que constituyen
las "claves" simbólicas dejadas por el Gran Arquitecto
en el cuerpo visible del mundo por un proceso de emanación creadora
surgida de su seno.
En el primer capítulo hemos mostrado qué son las doctrinas
herméticas, que ya contenidas en el Corpus Hermeticum,
y en consonancia con las ideas de Pitágoras, Platón, el
Neoplatonismo y Neopitagorismo, el cristianismo de Dionisio Areopagita
y la Cábala Hebrea, describen las emanaciones que, a partir de
la Unidad, por un proceso de opacamiento o materialización, descienden
conformando distintos planos o mundos que van de lo invisible e increado,
pasando por distintos grados más o menos sutiles de manifestación,
o angélicos, hasta la más gruesa solidificación
material. A la inversa, las enseñanzas herméticas nos
muestran cómo es posible remontar este orden y a partir de determinadas
sustancias, que guardan en sí el misterio de su ser, llegar al
Origen mismo, por medio de una serie de transmutaciones que los alquimistas,
puestos bajo la advocación del dios Hermes, realizaban partiendo
de la materia, especialmente la metálica, a la que relacionaban
con las energías de los astros, o regentes. Desde luego esta
actitud, que por otra parte no es exclusiva de Occidente, pues se ha
producido en otras tradiciones, ha posibilitado la investigación
y la experimentación y por lo tanto ha fundamentado el nacimiento
de las ciencias aplicadas al estudio y la modificación de la
naturaleza. De hecho, la Historia de la Ciencia no ha dejado jamás
de advertir este origen pre-científico y "mágico" de
las ciencias, por más racionalista que fuera su enfoque o aséptico
pretendiera ser el método sostenido. (p. 150-151).
Precisamente, este capítulo se ocupa de los orígenes
de la ciencia actual, orígenes que se remontan a la Edad Media
y el Renacimiento (ambas épocas tributarias de la cultura clásica
grecorromana y alejandrina), épocas en donde las ideas de la
Filosofía Perenne todavía estaban vigentes, pues la experimentación
de que se trata, es decir la necesaria comprobación por la experiencia
de aquello que la razón deduce por el estudio especulativo, no
es sólo física, como podría pensarse,
ya que su grado más alto es la Revelación; es decir
que el Conocimiento de lo Sagrado es la mayor experiencia, aunque también
incluye la magia en sus dos vertientes: la que se apoya en la naturaleza
de las cosas, y la que utiliza trucos que de alguna manera violentan
esa naturaleza, o sea que hay una magia "buena" y otra "mala",
o mejor, hay dos formas de actuar respecto a la naturaleza, una es lícita
y la otra no lo es. Hay algo de profético en esta división,
si se tiene en cuenta el posterior desarrollo de la civilización
occidental, y la supremacía actual de la segunda sobre la primera,
es decir del empirismo, la racionalización, el método
estadístico y la falsa idea de una evolución y de un progreso
indefinido, material y técnico, capaz de solucionar todos los
males. Para el pensamiento de R. Bacon, si la experimentación
es una forma de la magia natural y la alquimia una forma de la teúrgia
aplicada al Conocimiento y a la obtención de un logro total –la
Panacea Universal– todo el proceso de aprendizaje (matemático,
cosmográfico, físico, médico, de laboratorio) es
parte de un Saber Unico, la Ciencia Sagrada.
Todo esto es sumamente importante
pues lo que el autor nos está diciendo
es que el Conocimiento resulta ser lo más práctico y necesario,
en el sentido de que nos hace el don más grande: el de la participación
activa en el Pensamiento Universal, en el Noûs, que es
el que verdaderamente nos otorga la libertad, porque nos hace actuar
de acuerdo siempre a la Voluntad del Gran Arquitecto, gracias también
a la comprensión de la "naturaleza de las cosas" en
la que esa Voluntad igualmente se manifiesta. Y en consecuencia el no
actuar de acuerdo a ella es el origen de cualquier desviación,
que en el ámbito de la ciencia es aquella que desemboca finalmente
en la negación de cualquier orden sagrado y en la inversión
más absoluta con respecto a él.
Este proceso de inversión queda documentado no sólo
en la "filosofía" y el racionalismo de Descartes sino
que pasa a ser parte del bagaje del hombre moderno como lo testifica
la historia de esa Ciencia que, a poco de su desarrollo, niega sus propios
orígenes y rompe las raíces que la mantenían aún
unida con la Cosmogonía y la Ontología, el Ser Universal
y la Metafísica.
Intentaremos ilustrar esta
paradoja: la de que la Tradición
Hermética está en el Origen de la Ciencia considerada
esta última como aplicación a la realidad concreta de
los principios herméticos y las doctrinas alquímicas y
teúrgicas, y a la vez la de cómo la visión literal
y racionalista se fue apoderando poco a poco del hombre de Occidente,
quien ha transferido conocimientos de orden vertical a la parcialidad
horizontal y así ha procedido indefinidamente a la deriva, al
punto de amenazar su suerte. Pero al mismo tiempo eso ha producido a
su vez otra paradoja: que la progresión brinda ahora innumerables
puertas de acceso para todos aquellos llamados al conocimiento, lo que
es también una extraordinaria riqueza cuando se ordena y se logra
sintetizar. De lo Uno a lo múltiple y de éste el retorno
a la Unidad: un doble movimiento simultáneo, que se expresa mediante
series de parcialidades que toman formas sucesivas y disímiles,
como las que estamos describiendo (p. 155-156).
Ciertamente Federico nos
propone una auténtica aventura intelectual
al hacernos partícipes de su profundo conocimiento de las ideas
herméticas, y tradicionales en general, y de la influencia de éstas
en la cultura de Occidente, a la que ha conformado, influencia que ha
sido determinante al encuadrar en los límites de la historia
horizontal (y para superar "por arriba" justamente esos límites)
todo el potencial mágico-teúrgico, cosmogónico
y metafísico que esas ideas vehiculan como emisarias del Dios
Thot-Hermes, de aquel que en los textos de los antiguos egipcios es
llamado:
"Señor de
la Sabiduría",
"el Misterioso" y "el Desconocido", pero al mismo tiempo intermediario
entre el Cielo y la
Tierra, pues "sin su conocimiento, nada puede ser hecho entre los
dioses y los hombres". (Introducción a la Ciencia Sagrada.
Programa Agartha, p. 426).
Y si, finalmente, de esas
dos corrientes de pensamiento, la hermética
y la empírico-racionalista, que se disputaban la hegemonía
durante la "revolución científica" de los siglos
XVI y XVII, venció la segunda (obviamente por las condiciones
cíclicas), ello no impidió que la primera, la que sustenta
los principios e ideas de la Ciencia Sagrada, continuara estando viva
(aunque de manera más oculta o menos aparente) hasta nuestros
días alumbrando las mentes más lúcidas y receptivas
a esas ideas en los distintos campos: científico, artístico
y filosófico, lo cual
ha permitido el retraso
del caos total y ha reordenado, en la medida de sus posibilidades, una
y otra vez el pensamiento del hombre de Occidente,
iluminándolo con su sabiduría, en suma, revelándose
en él (p. 155).
Pensamos a este respecto
naturalmente en la propia obra de Federico González, y por supuesto en la de René Guénon y
en la de todos aquellos que se encuadran dentro del pensamiento del
metafísico francés o bajo su influencia y guía,
o bien han tomado otros senderos dentro del amplio campo de la Simbólica
Tradicional y de la investigación multidisciplinar siempre relacionada
con la búsqueda sincera del Conocimiento.
Nos dice nuestro director
que estos "Apuntes sobre Hermetismo
y Ciencia" han tenido como factor desencadenante la investigación
sobre los catálogos respectivos de la biblioteca Colombina, afincada
en Sevilla, y la Bibliotheca Chemica, acabada de clasificar por John
Ferguson en 1906. En las obras que componen ambos catálogos aparecen
dos formas de encarar a la Ciencia (la medioeval y la renacentista,
respectivamente), si bien con muchos puntos en común, pues para
nuestro autor la cosmovisión hermética del Renacimiento
es una adaptación de la que existía durante el Medioevo
(como ésta lo fue de la grecorromana y alejandrina) y no existe
entre una y otra esa división tan tajante pretendida por algunos.
En la Biblioteca Colombina (integrada por las obras que fue adquiriendo
a lo largo del tiempo Cristóbal Colón, más las
de su hijo Hernando) abundan las obras inspiradas en Aristóteles
y la filosofía escolástica, así como los autores
y filósofos de la antigüedad clásica y los tratados
de teósofos, matemáticos, cosmógrafos y geógrafos
disponibles en ese momento. Mientras que en la segunda, la Bibliotheca
Chemica, aparecen aquellas obras que recogen la
visión científico-mágica del Renacimiento, en
particular la de la Alquimia-química, Hermetismo, Farmacia, Medicina
y Mineralogía. En todo caso ninguna de las dos tiene que ver
con la "religión científica" actual, instaurada
dentro de una corriente que se ha impuesto definitivamente, y aún
sigue siendo oficial pese a las concepciones de las últimas investigaciones
de la ciencia, incluida la Física Cuántica. (p. 160).
Precisamente en este capítulo, como en los dos anteriores,
se reivindica con argumentos sólidos el carácter tradicional
del Renacimiento, período que recupera la sabiduría y
los valores de la cultura clásica y donde se vive un extraordinario
resurgir del Hermetismo y del Neoplatonismo gracias a la fundación
de la Academia Platónica de Florencia auspiciada por Cosme de
Medici y dirigida por Marsilio Ficino, quien tradujo el Corpus Hermeticum y
las obras de Platón, hecho importantísimo para la historia
del esoterismo y la cultura occidental. Y todo esto ocurre en el mismo
siglo del descubrimiento de América por el Almirante Colón,
lo cual no se debe a la casualidad, sino que todo ello es la expresión
del espíritu de una época que vio ensanchados sus horizontes,
ya fuesen éstos geográficos o intelectuales, y ambos confluyen,
entre tantos y tantos personajes,
en la figura de Cristóbal Colón, directamente vinculada
a la Historia de la Ciencia, y ejemplo vivo del Renacimiento y por lo
tanto del desarrollo de la imagen inmutable del mundo medioeval, ya
esclerotizado, hacia nuevas posibilidades más plásticas,
adecuadas a un mundo que se transformaba y que fue progresivamente dando
lugar a nuevos puntos de vista en el plano investigativo y creativo,
lo que desembocó en nuevas formas de ver la Filosofía
y la Cosmogonía Perenne. (…) En realidad quien lee las
cartas de Colón y los diarios de a bordo, no puede dejar de advertir
que parejamente con el interés científico del navegante
existe la apertura hacia la poesía y el amor a la naturaleza
(en este caso tropical), encarnación de lo sobrenatural, y sobre
todo, como se lo ha señalado numerosas veces, un "misticismo" que
muchas veces es un "iluminismo", abonado por los signos de
haber llegado a descubrir el paraíso, de conocer aquello que
los sabios de la antigüedad sólo mencionaban veladamente,
y gracias a su gesta heroica, señalada por el destino, poder
participar de un misterio, revelar un secreto. Un ambiente mágico
es obvio en la literatura colombina y el hecho de que la búsqueda
del conocimiento y la del oro estén perfectamente combinadas
en sus empresas, nos permite relacionarle con la Tradición Hermético-Alquímica,
aunque él no haya sido un alquimista estricto-sensu. Precisamente
en su época las gestas materiales no eran ajenas a las espirituales,
sino más bien una prolongación de estas. (p. 162 y 166).
Estas últimas palabras, que las gestas materiales son una prolongación
de las espirituales, expresan perfectamente lo que es una concepción
del mundo y de la vida que no ha perdido todavía sus vínculos
con la realidad de lo sagrado y de lo mágico-teúrgico,
y eso fue también el espíritu del Renacimiento y de sus
mejores hombres y mujeres, sabedores de que pertenecían a una
Tradición perennemente viva y que por eso mismo su adscripción
a ella por la intuición del corazón era la garantía
más cierta y verdadera de que su peregrinar por la existencia,
sus venturas y desventuras, no era otra cosa en realidad que un remontar
hacia la Fuente y el Origen increado, siempre presente.
En definitiva, este tema
toca a la historia oculta de las cosas y a la presencia continua de
Hermes para nuestra civilización.
Y si la Historia de la Ideas es la memoria de los hombres y por lo tanto
necesariamente una visión del cosmos, conocer los orígenes
cíclicos es una forma de reencontrarse a sí mismo en un
mundo que también es otro, de remontar la corriente hacia la
simultaneidad de unos conceptos que están en la esencia de la
Cosmogonía, y que constituyen una apertura a la Metafísica.
Es indudable que con este
capítulo, y en realidad con todo
el libro, el autor ha abierto un campo de investigación muy amplio
relacionado, como él dice, con los orígenes "mágicos" de
la Ciencia, y que es lo suficientemente importante para conocer un aspecto
crucial de la cultura de Occidente que, como en otros casos, ha sido
promovido por la influencia de la Tradición Hermética,
al punto de constituir una
corriente subterránea, secreta,
que la ha alimentado con sus aciertos y errores hasta el día
de hoy, en perfecta simultaneidad con los ritmos y los ciclos que hacen
al tiempo y a la historia en que se manifiestan las ideas.
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