Michael Maier, Atalanta Fugiens. Oppenheim, 1618.
Emblema XIV: Este
es el dragón
que se muerde la cola.
Epigrama: "La áspera hambre enseñó a
los pulpos a comerse sus propias patas, y a los hombres a nutrirse de carne
humana.
Mientras el
dragón
se muerde la cola con el diente y la mete en el vientre, se convierte a sí mismo
en gran parte de su propio alimento. Aquel debería ser domado mediante
hierro, hambre, cárcel, mientras se devore y se vomite, se mate y se
vuelva a parir." (Trad. Pilar Pedraza).
Federico González: La Tradición Viva (*)
Francisco Ariza ︎⤤
I
Y sembré en ellos las palabras de la sabiduría y fueron alimentados con el agua de ambrosía.
Corpus Hermeticum I, 29.
Quienes
tenemos la inmensa fortuna de conocer a Federico González y su obra,
en la que estamos
trabajando y meditando desde hace más de veinticinco años, sabemos
muy bien que ésta constituye por sí misma un corpus doctrinal
que traduce hoy en día los contenidos de la Ciencia
Sagrada y la Tradición Unánime. Se trata, en efecto, de una obra
que remite constantemente a las ideas y los
principios universales, y que además tiene la enorme virtud de expresarlos
en un lenguaje accesible a cualquier persona que busca encontrar respuestas a
las preguntas que se hace sobre
la esencia de su identidad. Esto último es muy importante,
y más teniendo en cuenta los tiempos tan oscuros y
sombríos que nos toca vivir, donde todo lo que se refiere a estos temas
requiere de una interpretación previa, de una
didáctica transmitida de forma gradual que facilite su entendimiento y
comprensión, y haga posible que el interesado pueda emprender el camino
de su realización espiritual sin más
obstáculos previos que los que le imponen sus propias limitaciones y condicionamientos,
que son precisamente los que necesita ir superando en el recorrido de dicho camino.
Esa didáctica es realmente una adaptación, a las circunstancias
propias de cada momento histórico, de la forma de
comunicar la Enseñanza tradicional, evitando que ésta se convierta
en un anacronismo, es decir que esté "fuera de su tiempo" y
reste así fuerza a su mensaje salvífico, y siempre y cuando, naturalmente,
dicha adaptación no suponga desvirtuar
la esencia de ese mensaje, razón por la cual constantemente se la ha dejado
en manos de los verdaderos intérpretes y
maestros de la Tradición, bajo los auspicios del Dios Hermes.
Por todo ello,
y esto es algo que se constata inmediatamente cuando se la comienza
a conocer,
la obra de nuestro director está muy lejos
de la vana erudición libresca fomentada y propagada desde la llamada "cultura
oficial", que evidentemente poco tiene que ver con lo que en todos
los pueblos y civilizaciones tradicionales se ha entendido siempre por
cultura, y que el propio Federico se encarga de recordarnos con frecuencia
a lo largo de su extensa obra, a saber: que ella es una intermediaria entre
el hombre y la deidad y un vehículo especialmente apto para el Conocimiento,
para la Gnosis. Y si esa obra está lejos de la erudición
libresca, lo está aún más del pensamiento de quienes
confunden la religión con la metafísica, o lo exotérico
con lo esotérico, e incluso lo psíquico con lo espiritual,
personas éstas que están muy cercanas a aquellas otras que
apelando a la Tradición se hacen sin embargo cómplices de
la literalidad y del dogmatismo más grosero y contrario al Verbo
que la fecunda y la hace permanentemente viva y actual; es decir de quienes,
como dice la parábola evangélica, no han hecho fructificar
sus talentos y prefieren la seguridad engañosa del "confort
espiritual" a un trabajo serio consigo mismos, negando así de
hecho la efectivización y encarnación de lo que se va comprendiendo
en el camino del Conocimiento, es decir su auténtica operatividad,
pues en el fondo, en dicho camino, de lo que se trata sobre todo es de
superar el plano puramente teórico y mental y avivar ese "fuego
sutil" de que habla la Alquimia y que moldea constantemente la "materia
prima" o "piedra bruta" de nuestra individualidad hasta
lograr su total transmutación y regeneración.
Esa didáctica a la que nos referíamos más arriba,
en la obra de nuestro autor, se articula en torno a la Vía Simbólica,
que es la manera contemporánea de denominar lo que siempre ha sido
el esoterismo en Occidente, dentro del cual la Tradición Hermética
ha ocupado y ocupa un lugar verdaderamente central, teniendo en cuenta
que en ella confluyen también la síntesis de la Cábala
judeocristiana y toda esa sabiduría vehiculada por la filosofía
y la metafísica de Pitágoras y Platón, auténticos
padres fundadores, junto a toda su progenie intelectual, de la cultura
occidental. En este sentido, la Vía Simbólica tal cual se
expresa en la obra que comentamos testimonia la pervivencia de ese pensamiento
filosófico, metafísico, esotérico y hermético,
al que, efectivamente, insufla una nueva vitalidad al actualizarlo, y
también al vincularlo con otras tradiciones no necesariamente integradas
dentro del acervo cultural de Occidente (o más específicamente
europeo), pero al que no son totalmente extrañas gracias a la identidad
común que existe entre sus símbolos fundamentales; y no
nos referimos tan sólo a las grandes tradiciones del Oriente (Hinduismo,
Taoísmo y Budismo), estudiadas en profundidad y desde diferentes
enfoques por autores de la talla intelectual de René Guénon,
Ananda Coomaraswamy, Alan Watts y Mircea Eliade, sino también a
todas aquellas tradiciones y pueblos "arcaicos" que aún
subsisten en distintos lugares del planeta, y cuya cosmovisión
y concepción sagrada de la existencia, conservadas a través
de sus símbolos, ritos y mitos sapienciales, han sido sacadas a
la luz para beneficio del lector occidental gracias a los estudios realizados
desde hace tiempo por toda una pléyade de investigadores e historiadores
de las religiones y la cultura.
Muchas de esas
tradiciones son vestigios de otras que existieron en todo su esplendor
no hace
demasiado tiempo, como es el caso, por ejemplo,
de las culturas precolombinas (fragmentos de las cuales todavía
subsisten en distintos lugares de América), y que nuestro director
conoce perfectamente al haber penetrado en el contenido profundo de su
arte, su cosmogonía y su teogonía, lo cual es evidente no
sólo en su libro El Simbolismo Precolombino, sino también
en otras partes de su obra, estableciendo una permanente relación
y analogía con el simbolismo universal, con lo cual se enriquece
la perspectiva y se amplía la comprensión del lector que
la estudia al reconocer, bajos ropajes y formas distintas, la voz de la
Tradición Unánime.
Pues bien, todo
ese legado con que se expresa en un determinado segmento histórico y geográfico la Ciencia Sagrada, está sintetizado
en la obra de nuestro autor; y esa síntesis, verdaderamente magistral
(y pocas veces esta expresión puede ser invocada de forma tan adecuada),
no es otra cosa que el resultado de un conocimiento directo, vivido y
experimentado de la doctrina metafísica y sus distintas expresiones
a través de la Cosmogonía Perenne, fundamentada en los símbolos
sagrados de todas las culturas tradicionales como intermediarios entre
el mundo inteligible y el mundo sensible, entre el Alma Universal y el
alma humana, que, como decía Plotino, tan sólo se libera
de sus cadenas si guía sus pasos en pos de la Diosa Inteligencia,
que es la que verdaderamente se invoca en todo momento en la obra de nuestro
autor. Ese conocimiento directamente vivido se transmite de alguna manera
a quienes se acercan a esa obra sin prejuicio de ningún tipo y
dejan que las imágenes arquetípicas que ella despierta se
comuniquen y revelen a la inteligencia de su corazón, a la que
nutre con el alimento que viene "de lo alto", recobrando así la
Memoria del Origen y la constatación clara y diáfana de
que ese Origen es nuestro Destino, y que está aquí y ahora,
enteramente y fundido con nuestro ser, que se abre así a la posibilidad
infinita de un conocimiento de la realidad cada vez más sutil y
universal hasta la total identificación con el Sí Mismo.
Esto tiene que ver evidentemente con la transmisión de una influencia
de carácter iniciático al ser de orden estrictamente intelectual,
en el sentido en que entendía René Guénon esta palabra,
que la hacía sinónima de espiritual. En otros términos,
se trata de que a través de la obra de Federico, de su profundización
y comprensión, nos incorporemos a la "cadena áurea" que
entronca directamente con la "noble Tradición de los hijos
de Hermes", y a través de ella con la Tradición Unánime,
reconociendo que ese hecho asombroso es al mismo tiempo la aceptación
de una responsabilidad relacionada con la continuidad de esa Tradición
y su mensaje primordial, hasta el fin de los tiempos. "Dar, recibir
y devolver".
CRONOLOGIA DE UNA OBRA
Dicho
esto, y dentro de los diferentes aspectos con que puede abordarse
dicha obra,
donde
se aúnan en perfecta armonía la poética
evocadora y mágico-teúrgica del lenguaje simbólico
y el tan necesario rigor intelectual, nosotros hemos querido hacerlo a
través de la cronología de su publicación, es decir
de la secuencia temporal con que se ha ido dando su pensamiento, que nada
tiene de individual salvo en la forma y el arte con que lo expresa su
autor. Por otro lado, somos conscientes de que nuestra aportación
es tan sólo una aproximación a una obra que cuando se estudia
con atención se da uno cuenta de su magnitud y profundidad, por
cuanto que en ella está todo lo necesario para promover una reconversión
total de la psiquis (lo que se entiende como la metanoia), en el
sentido de orientarla en la dirección de trascender su dualidad
intrínseca y concebir lo universal, absorbiéndose en él.
Debemos
decir en primer lugar que nuestro autor comienza a publicarla cuando ya
lleva
muchos
años entregado a la difusión de la
Enseñanza a través de diversos Centros e Instituciones Culturales,
Universidades y Bibliotecas repartidas a lo largo y ancho de Ibero-América
y de Europa, y dentro de esta última especialmente España,
donde en 1979 funda en Barcelona el Centro
de Estudios de Simbología de esa ciudad.(1) Visto un cuarto de siglo después, la
creación de ese Centro (en pleno vigor todavía) supuso una
punta de lanza en la penetración de las ideas herméticas,
y tradicionales en general, en tierras hispanas tras varios siglos de
destierro de las mismas, y desde luego fueron en aquellas conferencias
y cursos impartidos por nuestro director donde la obra de René Guénon,
apenas conocida en ese momento, se expuso por primera vez en España
de acuerdo al espíritu con que fue creada, es decir, interpretándola
a la luz de la Tradición Unánime. De esto último
no se desprende ni mucho menos que Federico González sea un "exegeta" de
la obra guenoniana, entre otras cosas porque no sería cierto y
además porque esa no es bajo ningún concepto su función
intelectual-espiritual, pero sí estamos convencidos de que muy
pocos autores conocen como él la verdadera dimensión de
esa obra, la diversidad enriquecedora de los diferentes aspectos bajo
los que puede ser comprendido su mensaje, al que precisamente ha señalado
con toda justicia como una guía de la Filosofía Perenne
para nuestro tiempo, y especialmente en lo que se refiere a Occidente.
En el Centro de
Estudios de Simbología nuestro director impartía
la enseñanza de los códigos simbólicos del Hermetismo
y la Tradición Unánime (Cábala, Alquimia, Tarot,
Numerología, Simbolismo de la Rueda, Ciclología, el Arte
y la Ciencia tradicionales como vehículos de la Cosmogonía,
etc.) destacando por encima de todo sus auténticos valores como
emisarios de la Ideas Eternas, es decir de la Tradición Primordial
y la Metafísica, siendo el contexto histórico en que dichos
códigos se generan considerado completamente secundario frente
a su auténtico origen atemporal y suprahistórico. Hace veinticinco
años el Centro de Estudios de Simbología generó un
espacio invisible en torno a la idea de la realización efectiva
del Conocimiento por la adscripción de muchos de sus integrantes
a la Vía Simbólica y la Tradición de Hermes, los
cuales llegaron a tomarse completamente en serio las enseñanzas
que allí estaban recibiendo y que iluminaron sus conciencias al
confirmarles en la certeza, intuida confusamente desde siempre, de que
en verdad existía un mundo otro completamente nuevo, identificado
con el propio Cosmos u Orden Universal y su vivencia a través del
Mito. Las enseñanzas allí vertidas y recibidas eran el propio
símbolo en acción. El rito en su expresión más
directa. La Tradición Viva revelada por intermedio del gesto gratuito,
la Gracia, la Belleza, el Amor y la Sabiduría.
En un momento
dado Federico definió al Centro de Estudios de
Simbología como un "modelo cultural", definición
que podríamos extenderla también al conjunto de su obra,
cuya estructura se ha ido edificando sobre sólidos cimientos y
pilares, pero teniendo siempre como guía la referencia axial y
central de la clave de bóveda, es decir de la Unidad primordial,
y lo que está más allá de ella: la posibilidad de
lo supracósmico, del No-Ser y la No-Dualidad metafísica.
LA RUEDA: UNA IMAGEN SIMBOLICA DEL COSMOS
De la portada de la primera edición
Esa estructura aparece claramente definida ya en La
Rueda: Una Imagen Simbólica del Cosmos. Esta primera obra no se publica de hecho
sino hasta 1986,(2) aunque comienza a escribirse en Abril
de 1980 durante el transcurso de un viaje que realiza por Oriente y
la India.
Un dato importante a retener es que la publicación de La Rueda coincide
prácticamente con el momento en que el autor pasa a consagrarse
casi por entero a su obra escrita, la cual se irá dando en el
tiempo de forma paulatina y conservando siempre un carácter didáctico,
como no podría ser de otra manera, pues como venimos diciendo
ese carácter constituye un "sello" inherente a toda
su obra, ya sea oral o escrita, y ciertamente no hay diferencia entre
ambas en lo que toca a la esencia de la doctrina. En este sentido, y
como el propio Federico señala en la Nota Preliminar, el libro
de La Rueda constituye "una síntesis de lo expresado
en varios años de conferencias y cursillos", y de alguna
manera esa síntesis supone la "fijación" de un
itinerario intelectual que hasta entonces había tenido como medio
de expresión fundamentalmente la palabra y el verbo, y que, como
decimos, a partir de ese momento va a dar nuevos frutos al cristalizarse
por medio de la escritura; cristalización que no es de ninguna
manera sinónimo de "solidificación", sino todo
lo contrario, pues más bien tendría que ver con la naturaleza
traslúcida de la piedra cristalina (el diamante por ejemplo),
a través de la cual la luz pasa sin resistencia ni opacidad alguna,
y lo que proyecta no es otra cosa que la luz misma en su prístina
pureza, como no podía ser de otro modo al tratarse de los Principios
y las Ideas Universales. Sabemos muy bien que en Federico González
no hay solución de continuidad entre su pensamiento y su acción,
que es su obra, y que ésta no es sino la prolongación de
ese pensamiento, lo cual naturalmente se plasma en la coherencia sutil
de su discurso (hablado o escrito), reflejo sin duda alguna de una armonía
interna que los antiguos llamaron poiesis en su acepción
más alta, aquella a la que se refiere la Cábala como Tifereth (Belleza,
Esplendor, Armonía), corazón del Arbol de la Vida y reflejo
directo de Kether, la Unidad.
En este sentido, y como nos dice Paracelso:
Cuando al escribir
uno se atiene exclusivamente a la verdad, no son letras lo que escribe,
sino que es el espíritu el que fija la verdad,
que en sí es invisible y tiene que llegar hasta nosotros mediante
la palabra escrita o hablada.
La "fijación" a que nos estábamos refiriendo
anteriormente puede ser vista también, y haciendo uso del simbolismo
de la rueda, como una "concentración de energías" en
un punto que al "irradiarse" va a generar nuevos espacios y
tiempos que traerán consigo nuevas formas de difusión de
la Enseñanza, como es el caso de la creación de la Editorial
Symbolos (que se inaugura precisamente con la edición de La
Rueda) –y sus dos colecciones: "Cuadernos de la Gnosis" y "Papeles
de la Masonería"–, así como de la revista del
mismo nombre, la cual verá la luz en 1990, como bien saben sus
lectores, y que fue, y sigue siendo, prácticamente la única
publicación en lengua española dedicada íntegramente
a la transmisión de las doctrinas tradicionales a través
del Arte, la Cultura y la Gnosis de todos los pueblos y civilizaciones
de cualquier época y lugar poniendo el énfasis en los códigos
de la Tradición Hermética. Igualmente a mediados de la década
de los ochenta comienza Federico a escribir el Programa Agartha,
el cual en aquel tiempo se distribuía en forma de fascículos
por el sistema de Universidad a distancia, constituyendo de hecho una
Introducción a la Ciencia Sagrada y la Tradición Hermética.
De esta manera nuestro director buscaba la forma de difundir al mayor
número de personas posible la Buena Nueva del Conocimiento, como
años después lo haría también a través
de Internet: por ejemplo con el mismo Programa Agartha, la revista SYMBOLOS
y otras "páginas" que han ido surgiendo con el tiempo,
y que demuestran con toda claridad el interés por la transmisión
de la Enseñanza que siempre ha mostrado, utilizando los medios
más adecuados para canalizar, como él mismo expresa,
el gran interés acerca del Conocimiento. Porque verdaderamente
existe una sed de saber (…) más relacionado con la Cosmogonía,
el Simbolismo y la Metafísica y otras numerosas alternativas.(3)
La conocida frase "hay que multiplicar esfuerzos" es una realidad
hoy en día, y como se dice en los Evangelios:
"es mucha la
mies y pocos los obreros".
Hablando ya concretamente del libro de La Rueda:
además
de tratar específicamente este símbolo, el autor habla abundantemente
de la función didáctica de los símbolos y la Simbólica,
y por consiguiente como iniciadores y guías en el camino del Conocimiento,
sabedor de que sin una formación sólida acerca de lo que
los símbolos significan se hace realmente muy difícil transitar
por cualquier vía iniciática, sobre todo si esa vía
tiene como fundamento el trabajo y la entrega al estudio y meditación
en los símbolos sagrados. Por eso mismo, en todos sus libros, trata
del símbolo, y si nos damos cuenta en casi todos ellos aparece
la palabra símbolo, simbolismo o simbólica formando parte
del título, es decir del encuadre de la obra, lo cual no es por
casualidad, evidentemente, sino que así lo ha querido su autor
para destacar el gran valor de los símbolos como reveladores de
la Cosmogonía Perenne y la Metafísica, y por tanto capaces
de articular el proceso del Conocimiento, es decir la Iniciación.
Por eso mismo el símbolo, y por supuesto el rito y el mito, constituyen
los vehículos de toda la enseñanza iniciática, que
nada tiene que ver con cualquier tentativa de "sistematización",
y por supuesto tampoco con la enseñanza escolar propia de la mentalidad
profana, que es precisamente todo lo contrario al trabajo desarrollado
con los códigos simbólicos, en los que siempre permanece
algo por desentrañar, un misterio insondable que la mente humana
no puede advertir por sus propias limitaciones y que sólo es posible
conocer por medio de la intuición intelectual (emanación
directa de la Inteligencia Universal, del Noûs de los filósofos
herméticos alejandrinos, idéntico al rayo buddhi de
la Tradición hindú), a la que precisamente la enseñanza
simbólica ayuda a despertar y que pone al ser humano en comunicación
con sus estados más sutiles y superiores.
El grado de intensa
profundidad y de belleza plena de inteligencia con que se nos "revela" la interioridad del símbolo, su "mecanismo" interno
basado en las analogías y las correspondencias que existen entre
los distintos planos que conforman la realidad de los seres y las cosas,
queda patente en estas líneas:
Gracias al símbolo nos revelamos a nosotros mismos, pues merced
a éste se forma la inteligencia, se crea nuestro discernimiento
y se ordena la conducta. Pudiera decirse que él es la cristalización
de una forma mental, de una idea arquetípica, de una imagen. Y
al mismo tiempo su límite; lo que posibilita el retorno a lo ilimitado
a través del cuerpo simbólico, que permite así las
correspondientes transposiciones analógicas entre un plano de realidad
y otro, facultando el conocimiento del ser universal en los distintos
campos o mundos de su manifestación. Ya que expresa lo desconocido
por su apariencia sensible y conocida (…) Por su intermedio algo
abstracto se concreta, e inversamente algo concreto se abstrae (p. 22).
La regeneración es la posibilidad de que todo sea siempre nuevo
y ahora, de que la existencia sea real y no un vago teatro de formas indeterminadas
y fluctuantes. El símbolo es el punto de contacto entre la realidad
que él cristaliza y el ropaje formal con el que se viste para hacerlo.
Este vestido ha de ser agradable y correlativo con la idea que expresa,
para que ésta pueda ser comprendida en verdad. Entonces manifestará cabalmente
la energía-fuerza que lo ha conformado y podrá transmitirla
en el contexto adecuado, que él mismo condicionará, por
la actualización de su potencia. Inversamente se puede decir que
esta energía inteligente trasciende al símbolo considerado
como mero objeto estático, o soporte de conocimiento. Y siendo
esto así, él nos permite pasar por su intermedio de un plano
de conciencia a otro, constituyéndonos en los protagonistas del
conocimiento, vale decir, del ser, ya que existe una identidad entre lo
que se es y lo que se conoce (…) El símbolo es la revelación
de un alto secreto cognoscitivo, manifestado por una forma inteligible,
lo que caracteriza a una transmisión de energías ordenadora,
que hace posible, por otra parte, el fluir de su discurso existencial
(p. 27).
Toda la obra de
nuestro director está ya contenida en este primer
libro, como está contenido el árbol entero en su semilla.
Esto es así efectivamente, pero, al mismo tiempo y como indica
su propia simbólica, el libro de La Rueda es un todo en
sí mismo. Se trata además de uno de los símbolos
más primordiales y perteneciente a todas las tradiciones y culturas
sin excepción, pero al que paradójicamente, como allí se
dice, no se le ha prestado la debida atención entre los propios
investigadores de la Simbólica, lo cual hace doblemente importante
que le haya dedicado un estudio completo, y relacionándolo además
con otros vehículos simbólicos análogos y complementarios,
como el Arbol de la Vida cabalístico, el Tarot, la estructura del
Cielo y de la Tierra (y del hombre como intermediario) a través
de las dos mitades del Modelo Cósmico, la Ciencia de los Ciclos
y los Ritmos (fundamento de la Astronomía-Astrología), la
Alquimia y el Simbolismo Constructivo (y con él la geometría
y la aritmética sagradas), y por tanto con el Arte, considerado
como una 'poética' comprometida con el conocer del hombre, al
que consideramos parte imprescindible de este proceso perenne de interrelación
y expresión, donde la inteligencia universal que él mismo
refleja, manifestada como un arte de indefinidas posibilidades, le brinda
la opción de ser todo lo que él conoce.
o sea, las disciplinas
propias de la Tradición Hermética
(a la que está dedicado un capítulo completo) y que conforman
el armazón doctrinal de la enseñanza transmitida en la obra
de Federico González.
Estamos pues ante
unos textos que nos inician y guían en la Ciencia
Sagrada mediante una reactualización de la Cosmogonía Hermética
y convierten a su autor en el más cualificado esoterista y simbólogo
de nuestro tiempo. Doctrina entendida en su sentido auténtico,
prístino, pues trata esencialmente de los principios destinados
a instruir y a enseñar con arte, ciencia y sabiduría, tal
cual el Dios Hermes Trismegisto, educador e instructor de los hombres,
creador de la escritura y generador por el Verbo o Logos espermático
que "hace nuevas todas las cosas":
Es unánime la idea de un dios civilizador y ordenador, o la de
un héroe liberador e instructor. Los símbolos necesitan
ser enseñados, para que haya una comprensión real de las
fuerzas que concentran. La energía que permanece oculta en el símbolo
en estado potencial requiere ser activada. Mediante el rito del aprendizaje,
el estudio y la meditación, se despierta al símbolo y éste
actúa. La relación es mutua. La energía-fuerza que éste
expresa viene a nosotros, y nosotros a nuestra vez la proyectamos sobre él,
estimulando su propia esencia. Se evoca entonces, además, la energía
de todos los que han conocido, comprendido y transmitido el símbolo.
Y esa misma entidad, o estructura arquetípica, actualiza los principios
universales, haciendo que éstos devengan a nosotros y nosotros
participemos de ellos, gracias a la identificación con el símbolo
y la mediación simbólica, reactivada por una exégesis
ritual, que es aquélla que a lo largo del hilo de la historia ha
mantenido viva la posibilidad de la regeneración, o lo que es lo
mismo, lo que hace factible que todo sea siempre nuevo y verdadero ("De
los Símbolos y la Simbólica", p. 35).
Ciertamente estas
palabras son sumamente reveladoras y nos llevan a preguntarnos qué es realmente el símbolo, pues no puede
ser sólo una representación, una imagen visual o sonora,
sino que en él tiene que existir una causa de orden más
profundo, su causa última, que es también la más
próxima a nuestra esencia. Entendemos que esto es lo que quiere
decir la Cábala cuando asigna al nombre de Atsiluth dos
significados: el de "emanación" y el de "proximidad".
Lo más elevado, y de donde todo emana, resulta al mismo tiempo
lo más próximo, lo más íntimo,(4) y
esto es también lo que viene a decirnos la Tabla de Esmeralda cuando
nos enseña que lo de arriba y lo de abajo conforman una sola y única
cosa:
El auténtico valor de los símbolos no radica tampoco en
sus efectos transmisores, que son secundarios, sino en la (o las) causa
(s) de su propia existencia. Es decir en lo que ellos simbolizan en su
esencia, lo que por otra parte justifica su intermediación. Y esta
causa (o causas) bien comprendida y vivenciada, se resuelve siempre en
su unidad, que no es sino afirmación o manifestación de
sus posibilidades no-causales, valga la expresión. (p. 205)
Es decir de sus
posibilidades metafísicas. Nuestro director lo
dice con toda claridad: el símbolo siempre se está refiriendo,
en última instancia, a la Unidad, pues la dualidad característica
de las "dos partes" que constituyen la dialéctica interna
del símbolo (lo de arriba y lo de abajo, la izquierda y la derecha,
el día y la noche, macho y hembra, etc.) evidentemente
no se simbolizan
entre sí, sino que ambas son símbolos
de la realidad vertical que es su origen y al que las dos representan.
(ibid.)
El fin último del símbolo es conducirnos a la Unidad,
a la síntesis de las síntesis. Más allá de
ella nada puede ser contado, ni medido, en su absoluta indiferenciación
más que luminosa.
Estas dos últimas citas pertenecen al cap. VIII, "Las dos
mitades del modelo cósmico". En él nos habla el autor
de la estructura del modelo cósmico estudiado en este libro sobre
la rueda (al que podríamos considerar como el símbolo de
los símbolos de la Cosmogonía Perenne) en base a la teoría
hindú de los tres gunas: sattwa, rajas y tamas,
que representan las tres tendencias o energías presentes en todas
las cosas manifestadas, tanto a nivel macrocósmico como microcósmico.
Constituyen una ley universal y nada de lo que existe se sustrae a ellas.
Por lo tanto debe atraer nuestro interés conocer esa ley fundamental
(que es también la de la analogía), la cual, muy pocas veces
se ha explicado con la amplitud y profundidad con que aquí se hace.
Por otro lado, y además de referirse a sus aspectos principales,
Federico los relaciona con otras simbólicas y ejemplos varios de
cómo estas energías se manifiestan en distintas circunstancias
de la vida y de la historia, buscando así una mayor comprensión
por parte del lector. He aquí algunos fragmentos:
Tal vez la energía de la gravedad y sus leyes no son sólo
principios aplicables a la "materia", sino algo más universal,
arquetípico, vinculado con cualquier forma de la atracción
en diferentes niveles expresivos. Esto si es que contamos con la similitud
de dos entes que se atraen al complementarse, los que deben oponerse siempre
para que esta conjunción se realice. El rito y la magia conocen
este principio que constituyen su razón misma de existir como tales
(en nota: ¿No será esta energía expresión, a
su nivel, de lo que los griegos entendían por el pneuma?)
Las leyes de la analogía suponen diversos planos, donde las transposiciones
puedan efectuarse e incluyen la atracción y el rechazo, el reconocimiento
de lo que realmente significa lo mutuo, dando por sentado que esta similitud
entre plano y plano –que coexisten simultáneamente– es
una condición previa a todo rito o analogía. Por otra parte,
este tipo de energía se encuentra explícita en la tradición
hindú, cuando ésta se refiere a los tres gunas: sattwa, rajas y tamas.
En efecto, si sattwa se vincula a una energía vertical
ascendente, tamas se
encuentra en el extremo opuesto de esa verticalidad y manifiesta a la
energía descendente. Va de suyo que entre ambas hay una complementación,
ya que no podrían ser la una sin la otra y que ellas coexisten
simbolizando la evolución y la involución y generando
a una tercera, llamada rajas, que permite la expansión y el
desarrollo del plano horizontal y sucesivo. Por lógica, en cada
una de estas "fuerzas" han de estar presentes las otras dos,
como parte constitutiva de las mismas. Por lo que conforman un conjunto
interdependiente, donde una sola y misma energía, al desdoblarse,
se polariza, constituyendo un eje vertical por el que ascienden y descienden
fuerzas, equilibrándose en un punto medio o centro, que genera
un plano horizontal de desplazamiento de esa energía hasta sus
propios límites, es decir, directamente proporcional al juego
de sattwa y tamas,
al de la evolución y la involución de un ser cualquiera,
así fuese un hombre, una civilización o un mundo. (…)
Sin caída no hay redención y es obvio que sin tamas, sattwa no
tendría lugar en la conciencia, es decir, en nuestro mundo. Y en
vez de adjudicarle un valor a estas energías referido a su bondad
o maldad –excluyendo ilusoriamente a una en beneficio de la otra–,
bien haríamos en tratar de comprenderlas bajo la luz recíproca
que ellas simultáneamente emiten, merced a la cual podemos diferenciarlas,
como posteriormente distinguiremos a ambas de rajas, su expansivo
reflejo generador. También tamas es una forma de la deidad
y por lo tanto su energía es sagrada. (…) En el momento actual
del ciclo, la energía gravitacional, es decir la atracción
hacia lo descendente –seguida de un paulatino opacamiento y densificación–,
es la que prima sobre las otras. Por ese motivo esta energía es
fuerte y dominante, y por lo mismo tiene particular interés, puesto
que también –en forma velada– hace explícitas
a las demás: en particular a su opuesta y complementaria sattwa,
la cual puede entonces aparecer como "salvadora" gracias a tamas,
con la que se enlaza naturalmente, ya que ambas son una sola y misma
energía
polarizada, con signo opuesto, invertida la una con respecto a la otra,
y viceversa.
Esto también es válido para las dos mitades de un círculo,
rueda o esfera. La superior simboliza el cielo, la inferior significa
la tierra. En medio de las dos, como un eje vertical, se halla el hombre,
al que cabe un papel de mediador, de intermediario en la creación,
que va mucho más allá de lo que vulgarmente éste
se imagina, ya que su rol o función (…) es el punto imprescindible
de la obra de la creación, que él mismo acaba y corona al "redondear" su
sentido unitario y establecer un foco de unión –el equilibrio
de un eje estático en un mundo en constante movimiento y fuga– en
el perpetuo devenir de las cosas y las formas, cumpliendo un papel re-unificador
en distintos planos o mundos (…)
El cuaternario,
simbolizado por la cruz, nos dice que la misma oposición
entre la energía ascendente-descendente, se ha transferido al plano
de conjunción, horizontal o creacional, donde también se
oponen análogamente –pues han pasado a ser componentes del
mismo– en esta figura que simboliza la totalidad de lo creado o limitado,
donde ahora se enfrentan dos a dos, generando y equilibrando la manifestación
entera, que queda marcada con su sello, reproduciéndolo indefinidamente.
(p. 189-90-91-92-95).
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