Federico González: La Tradición Viva
Francisco Ariza
V
SIMBOLISMO
Y ARTE

Como decíamos, en
1998 se publica Simbolismo y
Arte,(7) título cuyo nombre reúne dos de los temas más abundantemente tratados en la obra de Federico, quien en su primer libro, La Rueda (págs. 86-87), ya dejó escritas las siguientes
palabras:
El símbolo y el arte –transmisores y receptores de energías– nos
brindan la posibilidad de una salida, de una escala, de un camino a ser
recorrido mucho más fácilmente de lo que uno se imagina.
(…) Además, habiendo un modelo cósmico universal,
la obra de arte ya está hecha. Ha sido simbolizada. Y tiene un
plan y un orden. Todo nuestro trabajo consiste en rescatar y unir los
fragmentos de uno mismo, hacia la síntesis definitiva (…)
Se dice que el símbolo es uno mismo. Que la verdadera obra de
arte es lo que pueda hacer cada cual consigo en el fondo de su corazón.
Las producciones son secundarias y llegan por añadidura. Lo realmente
válido se sitúa en la zona más misteriosa y desconocida.
Y que por cierto nadie podrá juzgar sin equivocarse, pues la libertad
interior es incalificable. Mucho menos por el propio interesado. Ya que
ella no necesita de nada, pues siendo apenas la virtualidad de un punto,
un espacio vacío, es simplemente lo que es.
Desde el punto de vista
de la didáctica del Símbolo,
de su enseñanza, este libro, Simbolismo y Arte, podría
ser considerado también como una "síntesis definitiva" de
todo lo que el autor había escrito hasta ese momento sobre la
Simbólica y la Cosmogonía Perenne. En este sentido, las
obras posteriores a este libro (Esoterismo Siglo XXI: En torno a
René Guénon; Hermetismo y Masonería: Doctrina,
Historia, Actualidad y Las Utopías Renacentistas: Esoterismo
y Símbolo) van a seguir tratando naturalmente de la Simbólica
y la Cosmogonía Perenne, pero su enfoque, su atención,
va a estar centrada más especialmente en aplicar su enseñanza
a la Historia de las Ideas y de la Cultura, es decir a la Historia Sagrada,
con lo cual se abrirán nuevos espacios, nuevos escenarios por
así decir, a través de los cuales nuestro director va
a continuar dando testimonio de la Tradición Viva y Unánime.
Estudiando y meditando este libro, Simbolismo y Arte,
cuyo ajustado discurso conforma una poética, y "que como tal
tiene un indudable trasfondo musical" (como se dice en la contraportada
de la edición de 1998), y expresando por nuestra parte todo lo
que es posible expresar con palabras (que siempre se quedan cortas),
nos damos cuenta de que está escrito desde la esencia del Pensamiento
que formula; que existe en él, en cada uno de sus capítulos,
una concentración de energías, de ideas-fuerza, que son
capaces por su propia dinámica interna de provocar una ruptura
de nivel generada por la comprensión de su significado, y con
ello la posibilidad de poder conjugar opuestos y engendrar nuevas ideas
que nos permitan ser fecundos para con nosotros mismos e ir edificando
nuestra morada interna. Por ejemplo, en el capítulo II, titulado "Simbolismo
y Ciencia Sagrada", y hablando nuevamente de la función
del símbolo y del arte en el proceso de Conocimiento, he aquí lo
que se dice:
Si el símbolo es manifestación y si en lo más
hondo de cualquier expresión se halla escondida una significación
oculta, una realidad otra, es lógico pensar que el arte cumple
una función extraordinaria como sistema de comunicación,
y sobre todo de cohesión en el mundo, y gracias a él (a
la concentración que le dio origen y la que a su vez origina),
no se han perdido determinados valores universales que él ha
fijado en distintos sitios y tiempos, testimoniando de esa manera la
voluntad de ser, y señalando (más o menos conscientemente)
los caminos de la libertad a través de la repetición de
un acto creacional primigenio. El arte es símbolo en acción,
y por lo tanto rito; y no hay rito más perfecto que la cosmogonía,
el funcionamiento complejo y sutil de la máquina del mundo, una
entidad orgánica que constantemente vive el despliegue de sus
posibilidades hasta sus propios límites, configurando la más
bella, profunda e inteligente obra de arte, de cara a la cual todas
las otras son reflejos; aunque las mejores de ellas se encuentran cargadas,
cosmizadas, por las vibraciones de la propia estructura de la manifestación
Universal, figurada por una doble espiral de energías que se
reciclan a perpetuidad.
El mundo, como el más preciso –y precioso– objeto
de diseño incluye a la criatura y al Creador amalgamados en un
continuo donde la expiración de uno constituye la inspiración
del otro y viceversa. Este hecho es un milagro reiterado y configura
la identidad del ser y del Ser Unico, la Suprema Identidad, la que no
admite ningún dúo pues es toda la realidad (p. 42).
No podría decirse de manera más clara, sencilla y profunda
al mismo tiempo semejante verdad metafísica: que existe la identidad
entre el ser individual y el Ser Universal, conjugados en un solo continuo,
y que esa es la Identidad por antonomasia al no existir ninguna dualidad
que la limite en su infinita libertad. A esto se refiere precisamente
el conocido símbolo del "Sello de Salomón",
que ilustra perfectamente la sentencia hermética de que "Lo
de abajo es como lo de arriba y lo de arriba como lo de abajo, para
obrar el milagro de una cosa única", sentencia que es también
el fundamento de las leyes de la analogía y las correspondencias
que nos permiten entender y vivir el modelo cósmico como un
mandala multidimensional
que abarca la totalidad del ser y el soporte más indicado para la construcción del hombre nuevo, de
la ontología, como paso previo a la metafísica; se podría
decir que el ser que edifica su vida de acuerdo a los Universales, o
Arquetipos, se inicia en el Conocimiento de la realidad, lo que ha sido
el caso de todos aquellos que construyeron las culturas de las que somos
herederos. (p. 38).
*
* *
En este sentido hay en Simbolismo y Arte un
capítulo
fundamental que contribuye precisamente a un mejor conocimiento de la
realidad. Nos referimos al capítulo III, titulado "El Ser
del Tiempo. Simbolismo de los calendarios". Este tema, el de la
simbólica de los calendarios, ha sido tratado por Federico en
varios lugares de su obra, especialmente en La Rueda y sobre
todo, como ya dijimos, en El Simbolismo Precolombino, cuyos dos últimos
capítulos están enteramente dedicados a investigar en
su estructura, análoga a la del cosmos, constituyendo "por
lo tanto una clave muy importante para la comprensión de su esencia,
un módulo válido para el conjunto de la creación".
Pero lo que queremos destacar principalmente es que el estudio de los
calendarios (y particularmente de los calendarios Mesoamericanos) ha
llevado a nuestro director a escribir algunas de las páginas
más lúcidas que se hayan escrito contemporáneamente
sobre la naturaleza del dios Tiempo, que todo lo abarca (y al que los
griegos llamaron Cronos y los romanos Saturno), de lo que en verdad éste
significa en el Gran Concierto de la Vida Universal, puesto que, como
decía Platón, y nos recuerda Federico, el Tiempo es un
símbolo móvil de lo Eterno e Inmóvil;
de lo cual da cuenta el
milagro original de la Memoria y las correspondencias que guardan los
seres, las cosas y los sucesos en general, los que los
hacen distintos y significativos y por ello también interdependientes
y no excluyentes. Para una visión tradicional, el Tiempo es el
soplo vital, el Gran Cohesionador de lo creado (en nota: En este sentido
el Tiempo es la imagen del Amor divino permanentemente actualizado para
asegurar la Vida Universal), y es absolutamente natural que su expresión
gráfica sea la de una circunferencia que al limitar un espacio
configura un círculo, una primera figura plana, tanto de un espacio
original, como del ciclo en que es vivido, o revivificado, por la acción
espontánea del tiempo, generador permanente del movimiento y
las leyes que lo rigen y en total correspondencia, como no podía
dejar de estarlo, con sus propios orígenes, con su razón
de ser; con el Ser del Tiempo como supuesto de todo lo creado. Esto
solo bastaría para ligar inmediatamente estas concepciones con
la idea de lo sagrado y la divinidad, evidente en este pensamiento acerca
de los orígenes y estructura cósmica y por cierto son
numerosos los dioses fundamentales de todos los panteones ligados al
tiempo, a su transcurrir, a su velocidad y a la memoria y el olvido,
al hálito vital, anima mundi, ritmo, ciclo, etc.
Es lógico pensar, por tanto, que si el tiempo es sumamente
sagrado para una sociedad tradicional, también lo es el calendario,
miniatura e imagen del cosmos, fijación del devenir, revelación
de un saber atemporal que toma al movimiento como proyección
espacial del tiempo al conjugarlo en un continuo. Por ello consideramos
muy adecuado el estudio de los calendarios en cuanto instrumentos sagrados
reveladores o mediadores del Conocimiento, que ellos mismos portan en
su estructura, es decir, como epifanías permanentemente disponibles
para transformar lo mutable en inmutable, lo visible en invisible, el
caos en orden, la proyección indefinida en verdadera ontología;
o sea en el Ser del Tiempo como hálito vital del Ser del Cosmos.
(…)
El Tiempo es el Verbo
hecho carne, soplo del Espíritu creando
el Alma del Mundo. El Tiempo debe tomarse como expresión psico-física,
viva, de la realidad, cuyas leyes y venturas registran los calendarios,
pues éstos expresan a cabalidad los ciclos y ritmos cósmicos,
y por lo tanto el Conocimiento tiene en ellos su expresión genuina.
(p. 50-51-58).
Está claro que esta concepción del Tiempo es la que
han tenido siempre todas las civilizaciones y pueblos tradicionales,
y es sumamente importante que el autor nos lo haga saber para justamente
liberarnos de una vez por todas de esa lectura lineal y tremendamente
reducida y limitada que tenemos de él, que es precisamente la
que nos hace verlo como algo que nos consume y aprisiona, cuando verdaderamente,
y como el propio Federico González dijo en cierta ocasión,
la revelación del Sí Mismo es coetánea con el tiempo,
es decir que es en el tiempo, o mejor, con el tiempo, donde esa revelación
se produce y gradualmente germina y se desarrolla la comprensión
de la realidad a la que se está refiriendo: la identidad con
el Ser Unico y No-Dual.
*
* *
Decíamos más
arriba que Simbolismo y Arte es
un libro sumamente sintético, y que su autor plasma en él,
con la claridad con que acostumbra a manejar los conceptos, ciertas
ideas esenciales relacionadas con la Cosmogonía Perenne muy útiles
para que el hombre pueda profundizar en su conocimiento, que es en definitiva
el suyo propio, su auto-conocimiento (pues "todo está en
la mente y el corazón del hombre" como se dice en el Programa
Agartha), debido a la total identidad que, como venimos diciendo, existe
entre el macrocosmos y el microcosmos, el Universo y el hombre. Los
tres últimos capítulos ("Arte Alquímica", "Arte
Teúrgica" y "Arte Musical: Arquitectura del Cosmos")
son un ejemplo de esa síntesis, y además de ser muy aclaratorios
sobre el verdadero significado cosmogónico y metafísico
de estas tres Artes nos dan ciertas pautas para descubrir el sentido
de su operatividad en el proceso de trasmutación y transformación
del alma humana, "tomando estos dos términos en sentido
etimológico", es decir como la posibilidad de mutar o cambiar
de estado de conciencia y por consiguiente de percibir y concebir otras
realidades del ser individual (en correspondencia con el Ser Universal),
y por otro lado la posibilidad contenida también dentro de ese
estado de ir "más allá" de él mismo,
naciendo al mundo de lo no-formal, también llamado de las "Aguas
Superiores". Todo cambio de estado se produce en la más
completa oscuridad, en el "negro más negro que el negro",
o nigredo alquímica, resultado de una concentración
del ser en sí mismo, a cualquier nivel en que esto se produzca:
Es bajo esta luz que la
palabra Alquimia adquiere su sentido original, indicado, por lo demás, en la etimología del vocablo,
que se refiere al color negro (los egipcios daban a su país
el nombre de Kemi, o tierra negra), de donde la arabización El-Kimia indica
por un lado el aspecto oscuro y subterráneo de las operaciones
transmutatorias, y por otro su fin último y eterno, que apunta
a superar la primera determinación, la del Fiat Lux,
equiparable a la generación por el Verbo, y por lo tanto a lo que está más
allá de ella: el Silencio Primordial, o la Oscuridad Original.
Por lo mismo a otras posibilidades siempre presentes del Ser Universal
(reflejadas por cierto en el ser particular), y la que experimentan
los sujetos que se acercan a ella con el ánimo de constituirse
en Filósofos, es decir en agentes responsables del gran laboratorio
cósmico, donde la obra aún se encuentra inacabada y debe
ser culminada con la intervención del "hombre verdadero",
lo que explica la importancia del arte y justifica cualquier hecho
creativo. (p. 80).
Los métodos para realizar la Gran Obra en uno mismo son numerosos
y variadísimos, nos dice nuestro director, que en los capítulos
de este libro, como en toda su obra, nos ofrece un buen ejemplo de lo
que decíamos al principio acerca de la necesaria adaptación
a los tiempos de la Ciencia Sagrada. Repetimos esto porque consideramos
que es sumamente importante decirlo, pues como también él
ha afirmado en varias ocasiones, el hombre no nace enseñado y
todo lo tiene que aprender de nuevo, aprendizaje que siempre es permanente,
y que en el caso del viaje del Conocimiento, que la Iniciación
ritualiza, tiene que ver más bien con un "recordar" del
alma, como decía Platón cuando hablaba de la "reminiscencia" (o anamnesis),
ligado todo esto muy estrechamente con la memoria, que es la
materia con que está tejido el tiempo y por lo tanto el hombre,
ya que éste es tanto lo que conoce como lo que recuerda, y en
todo caso si es algo en sí, lo es por su memoria: imprecisa y
frágil substancia que cambia con los momentos y los días
y constantemente se actualiza. (p 88).
Y en nota cita el siguiente pasaje del Fedro 249,
de Platón:
Por esta razón es justo que el pensamiento del filósofo
tenga sólo alas, pensamiento que se liga siempre cuanto es posible
por el recuerdo de las esencias a que Dios mismo debe su divinidad.
El hombre que sabe servirse de estas reminiscencias está iniciado
constantemente en los misterios de la infinita perfección y solo
se hace él mismo, verdaderamente, perfecto. Desprendido de los
cuidados que agitan a los hombres y curándose sólo de
las cosas divinas, el vulgo pretende sanarlo en su locura y no ve que
es un hombre inspirado.
Federico describe algunos
de esos "métodos" operativos
de la Alquimia, advirtiendo no obstante de esos "sopladores" o
falsos alquimistas que "pululan en el ambiente esotérico",
ignorando completamente el fin de nuestro Arte, al que confunden con
la "erudición por la erudición", sin advertir
que el "libro" que se ha de leer, estudiar y conocer es el "Libro
de la Vida", o el "Libro del Mundo" (la Cosmogonía
Perenne), a cuyo desciframiento y gradual aprendizaje ayuda de manera
inestimable la doctrina manifestada por una Tradición Unánime
y las formas particulares que ésta adopta según las circunstancias
de tiempo y de lugar. No hay, en este sentido, diferencia entre teoría
y práctica, nos dice:
Y muchas veces el enunciado
de la doctrina, en cuanto ésta
se comprende 'en el corazón' constituye un verdadero programa
práctico, cuando no un método en sí (…) Si
todo está en todo, la ciencia y arte de la transmutación
se halla presente en cada ser, fenómeno o cosa, los que a su
vez pueden ser igualmente los soportes de una acción tendiente
a desentrañar cuál es su realidad final, qué secretos
está expresando con su ser, qué hay detrás de la
apariencia, en qué medida existe aquello que tomamos por real,
etc. Por lo que el método de la ciencia de la transformación,
o metanoia, en estrecho vínculo con las circunstancias,
siempre contingentes y relativas, donde se produce esa "efectivización",
signada por innumerables factores externos, o fuerzas astrales, comenzando
con la determinación del nacimiento individual, está igualmente
siempre presente.
Sin embargo debe destacarse
una constante fundamental en el arte alquímico,
o sea en el trato con ángeles, cielos y nombres divinos (también
con dragones), que no es sólo la convergencia en un mismo fin;
se trata aquí de la unanimidad de opinión y enseñanzas
en cuanto a que ese fin está invertido con respecto a las posibilidades
del hombre en estado ordinario, que siempre busca la multiplicidad y
la dispersión, mientras que todo proceso alquímico tiende
a una síntesis, a una concentración de posibilidades del
mismo, ya que en la esencia o en el "elixir", o en la "piedra
filosofal", radican tanto el misterio del Ser Universal, como sus
virtualidades, fuente de su poder, que podrá ser entonces desarrollado
en cualquier dirección y en todo momento. Se trata pues de una "conversión",
de una vuelta a los orígenes, o a la fuente primordial de donde
todo ha emanado, o el viaje de regreso a casa, semejante al que se realiza
de la multiplicidad a la unidad. Del punto casi inexistente ha nacido
la Rueda del Mundo y debemos regresar a su inmutabilidad, incluso para
encontrar sentido a lo que se mueve, para saber que uno también
es eso, la inmovilidad del comienzo, y por lo tanto su simultaneidad
y comprender así la movilidad de lo sucesivo, como apariencia
o proyección perpetua de la realidad central. Desde el punto
de vista alquímico estamos invertidos con respecto al discurso
creacional que constantemente va de lo menor a lo mayor (lo cual es
evidente en cuanto se piensa que una gota de semen es el origen físico
de un ser humano o animal, lo mismo que una semilla el de un árbol),
de lo inmanifestado a lo manifestado, mientra el alquímico se
basa en lo manifestado para remontarse a la inmanifestación,
provocando el ser humano en sí mismo una "regeneración",
una nueva vida, el nacimiento de otro ser que va de mayor a lo menor,
pues ha comprendido que no hay alternativa posible entre la cantidad
y la cualidad, y sabe por intuición directa que es en lo más
pequeño donde se oculta el secreto y donde se aloja la central
d más alto poder. (p. 82-83).
*
* *
La Alquimia y la Teúrgia, se nos dice, persiguen los mismos
objetivos y sus principios son idénticos, si bien "la Alquimia
trata más del ser individual que del universal, del microcosmos
más que del macrocosmos". Esos principios están basados
en las analogías y las correspondencias, en las que también
se sustenta la Magia Natural y en realidad todas las artes y ciencias
de la Cosmogonía, la que constituye "un Todo indisoluble
e indivisible en partes", siendo esto justamente lo que da sentido
y sustancia al rito, por cuyo intermedio el hombre participa enteramente
del fluir del ritmo, cadencia y armonía universal, entendida
como expresión polarizada de la Unidad arquetípica a cualquier
nivel en que se manifieste, por ejemplo: como un sonido, palabra o música
articulada con sus silencios; o como una proporción nacida precisamente
de la relación analógica entre un todo con sus partes,
o las partes entre sí, como es el caso de la arquitectura, o
de la vida misma, en la que también observamos ese ritmo fundamental
en la alternancia de sus luces y sus sombras, de sus coagulaciones y
disoluciones, análogas a la sístole-diástole del
corazón, o al aspir-expir de la cadencia respiratoria.
En ese delicado juego de
equilibrios, analogías y correspondencias
entre los distintos planos que constituyen la Armonía Universal,
el alquimista, teúrgo o chamán, el hombre de conocimiento,
sabe que:
Ejercer acción sobre una cosa es ejercer esa acción
sobre un conjunto innumerable de cosas en un mundo concebido como concatenado;
igualmente hacerlo sobre un ser humano implica realizarlo en toda la
humanidad; la economía de la Teúrgia fija sus propios
límites sin imponerlos. Sus fines son imprecisos, sus medios
han de ser exactos, por paradigmáticos y míticos y perfectos,
es decir especialmente adecuados a la situación espacio-temporal
que signa el rito aunque resulten totalmente paradójicos para
el propio operador que en su gestión no sabe definir con claridad –y
no lo necesita– dónde y cómo los distintos sucesos
de su propia y divina comedia pudieran ser traducidos en medio de una
Revelación Permanente. El hombre es el corazón del Universo.
(p. 94).
Y por eso mismo:
es capaz de recrear perennemente
la vida con la que se encuentra indisolublemente unido, pues es un
todo con ella, correspondiéndose ambos de manera
perfecta e idéntica al punto que constituyen, han constituido
y constituirán, una misma entidad. El mundo entero está animado
y perfectamente vivo hoy día (y siempre), como un animal o ser
gigantesco cuyas partes u organismos se articulan y moldean constantemente
entre sí impulsados por los movimientos de su corazón,
el ser humano, centro del Universo. Y este ser, siendo parte esencial
de la creación regenera permanentemente el cosmos, aun con su
sola presencia. En un mundo así todo es mágico y cada
gesto, signo o palabra un acto generativo capaz a su vez de producir
indefinidos reflejos de sus mismas características. (…)
entonces, ¿qué más operativo y mágico que
la oración del corazón, la cual debida a una concentración
en el meollo del ser humano que pronuncia la plegaria o invocación
[por ejemplo a las Musas], se dirige al corazón del Ser Universal
con el que pretende, y logra armonizarse? (…)
Cuando el chamán enciende el fuego genera vida, en el momento
en que derrama agua sobre la tierra ya está lloviendo, el universo
se encuentra estrechamente ligado a los hombres, los cuales lo conforman;
somos señales en un mundo de señales y el mago es un generador,
operando sus ritos ancestrales, renovando el mundo a perpetuidad. Sus
ceremonias no son vanas, al contrario, son imprescindibles para que
se reconozca el Sí Mismo dentro de sí mismo; son por lo
tanto tan arquetípicas como necesarias y su acción inmediata,
y sobre todo mediata, es fundamental, y puede fructificar en innumerables
formas, y cada una se organizará en conjuntos y éstos
en estructuras precisas, las que terminarán manifestándose
concretamente. De allí la enorme importancia asignada a la Teúrgia,
ciencia que acompaña a los ritmos del cosmos, como lo hace la
naturaleza, y que, como ella realiza su gesto desinteresado y gratuito
para preservar la vida del mundo, por tanto, la de la especie; por lo
que el objetivo último de la Teúrgia es ligar con la cadena
interna de unión, con la Iglesia Secreta, que opera y se manifiesta
en nosotros y en nuestro entorno, dándonos así el poder
de expresar la Ciencia Sagrada. (p. 94-96).
"Arte Teúrgica" ("llamada también magia
intelectual, espiritual o pneumática, es decir la verdadera Alquimia
del Conocimiento", como se dice en la nota 155 de Hermetismo
y Masonería) acaba con un canto de Hesíodo a las Musas
y una cita del Fedro de Platón sobre estos entes espirituales
que inspiran al hombre el Conocimiento, y que a su vez sirven al autor
para hacerse, y hacernos, las siguientes preguntas:
¿Por qué motivo esos seres espirituales, o energías
reales, si se quiere, se supone que no existen hoy en día? ¿Acaso
sólo porque se los niega? Por otra parte: ¿qué o
quién nos impediría tomar contacto con las diosas y
entes espirituales que nos aguardan y conforman? (p. 103).
*
* *
Estas palabras
también son de alguna manera como un preámbulo
al séptimo y último capítulo: "Arte Musical:
Arquitectura del Cosmos". En efecto, la palabra Música deriva
de las Musas, estrechamente vinculadas con Apolo, cuya lira de siete
cuerdas le fue entregada por Hermes, su inventor, sin olvidarnos que
por las siete notas que estructuran todo su discurso tiene también
relación con los siete planetas, los que generan la música
de las esferas. Asimismo se vincula con Atenea (Minerva entre los romanos),
a quien estaba consagrada precisamente el número siete, paradigma
de la perfección y de la idea de virginidad, virtud atribuida
a esta diosa de la Sabiduría y patrona de las Artes y las Ciencias,
nacida de la cabeza de Zeus-Júpiter, de su Inteligencia, la cual
distribuye generosamente a quienes la invocan con nobleza de corazón.
Este capítulo extraordinario, en el sentido auténtico
de la palabra, es en verdad una introducción a la metafísica
de la Música a través de la descripción sintética
de los elementos cosmogónicos y ontológicos que la conforman,
y que como símbolos velan y al mismo tiempo revelan la esencia
del discurso musical, que mediante la idea de las proporciones numéricas
y geométricas implícitas en la conformación de
su estructura sutil se emparenta en realidad con todas las artes (arquitectura,
pintura, poesía, danza, etc.), vehiculando, en lo que a Occidente
se refiere, una tradición cultural cuyo pensamiento se origina
en la escuela pitagórica, pasando por Platón, la escuela
de Alejandría, San Agustín, Boecio, la Edad Media, llegando
hasta el Renacimiento con M. Ficino y su amplia irradiación a
través de los filósofos herméticos y cabalistas
cristianos (C. Agrippa, F. Zorzi, R. Fludd, A. Kircher, y llegando finalmente
a los mismos albores de los tiempos modernos por medio de Kepler, Newton,
etc.).
Lo más importante en el Arte Musical es la audición
del receptor del sonido –se nos dice–, en este caso el hombre,
que se reconoce a sí mismo como
un instrumento preciso
y afinado en la sinfonía del conjunto,
capaz también de crear y transmitir lo inaudible en expresiones
armónicas –aunque ellas a veces desentonen en la uniformidad
del fraseo corriente– por el hecho evidente de que aquél
que 'escucha', regenera la permanente actualidad del arte musical
siendo a la vez el sujeto y el objeto del mismo; el sonido, como la
materia,
como el cosmos, es uno solo. (p. 109).
Y el Arte, así entendido, nace en primer lugar de la Palabra
o Sonido Primordial (en el principio era, es, el Verbo), cuya vibración
original engendra en primer lugar la "idea" del Principio
No-manifestado de donde la Palabra emana como la primera determinación
del Silencio (No-Ser). En la transmisión de la Enseñanza,
oral o escrita, lo que el sujeto-objeto receptor "oye" en
primer lugar, aunque sea inconscientemente (todo el proceso posterior
es en gran medida hacerse precisamente consciente de ese hecho asombroso
que acontece en él, en su alma) no es otra cosa que esa "idea" de
lo No-manifestado, que le llega a través de la imagen o forma
simbólica que la representa, y que es el detonante, por así decir,
de todo ese proceso que se llama de Conocimiento porque no pone límites
a la permanente posibilidad de ser todo lo que el ser es, y también
de lo que está "más allá" de él:
el No-Ser.
La verdadera audición se refiere a la identidad con la vibración
sonora del plano sutil, increado, pero tan real que constituye el origen
de lo audible, lo cual es sólo un símbolo o imagen de
la auténtica percepción intelectual, equiparable a la
audición metafísica, originada por esa entidad o diosa
llamada Inteligencia, capaz de seleccionar valores por nuestro intermedio
y presentarse ante la Sophia universal. Saber es escuchar la
música cósmica, obtener una respuesta que se ordena igualmente
en cada quien a fin de acceder a la audición metafísica.
Los mediadores del conocimiento
son los símbolos visibles y
audibles que, ya diferenciados, han comenzado a fijarse en el alma,
a imprimirse en su virginidad a la par que comienzan a relacionarse
entre ellos, produciendo así nuevos espacios, generando frases
e iluminando áreas cada vez más definidas, precisas y
claras, que se complementan y articulan en un discurso: en su cadencia
musical. Este proceso es análogo en cualquier desarrollo o gestación,
por lo que la Manifestación Universal es el Arquetipo inevitable
de cualquier audición, es decir del diálogo entablado
por primera vez entre el "yo" y el "otro", que en
forma binaria intercalan sus roles tal cual lo hace la relación
activo-pasivo, pasivo-activo. (…) Esta es la gracia del Arte Musical
capaz por su propia naturaleza y sus valores intrínsecos de manifestar
ayer, hoy y mañana, lo no manifestado, la perpetua posibilidad:
aquello que, sin ser jamás, igualmente conforma el sonido paradigmático
de la esperanza. (p. 108-110).
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