El Viaje del Conocimiento:
Diálogos con Federico González
Segunda Parte
Mª ángeles Díaz
EL SIMBOLISMO PRECOLOMBINO (*)
El Simbolismo Precolombino.
Cosmovisión de la Culturas Arcaicas, es el segundo
libro que Federico dedica a exponer los principios de la Simbólica, Ciencia
Universal basada en la ley de la analogía que relaciona todas las cosas entre
sí.
Siempre
en el tono didáctico que caracteriza a toda su obra, Federico continúa
presentando esta Ciencia como una Vía Iniciática y un medio a través del cual
el ser humano actual puede obtener el conocimiento de otras realidades, que
aunque permanecen veladas a los ojos de muchos, en verdad existen y son
posibles de vivir como estados superiores de la conciencia. No obstante
advertirnos lo difícil que es conseguir ese crecimiento (ya que el asunto tiene
que ver con reformar la propia psique, o sea purificarla de todo aquello que
uno no es y que más bien tiene que ver con adherencias que ha ido imprimiendo
en nosotros el medio social y familiar y que ahogan nuestra verdadera
identidad), la obra de Federico González nos brinda la posibilidad de
conseguirlo al ponernos en contacto con una Tradición sapiencial, heredera de
los Antiguos Misterios, que porta en sí misma un método de realización que de
seguirlo con seriedad finalmente nos da la posibilidad de ampliar el campo de
nuestra conciencia para poder leer sin dificultad en el Libro del Universo, donde
por supuesto está escrito nuestro verdadero nombre y el de todos los seres y
las cosas.
En esta obra en particular Federico nos
descubre la cosmovisión de los antiguos pueblos americanos, cuya simbología tan
profundamente conoce, y lo hace estableciendo continuas relaciones con otros
símbolos de muy diversas tradiciones, guiando de ese modo al lector hasta un
pensamiento universal que nace cuando se reconoce que en todo ello existe una
misma relación de ideas y una descripción análoga de la realidad. O sea, que
aunque haya indefinidos códigos simbólicos, y cada uno tenga su forma, según
las peculiaridades y características de las distintas sociedades tradicionales
que los crearon, todos en el fondo reflejan un único modelo universal,
tradicionalmente asociado a la arquitectura del cielo y la tierra encuadrada en
los límites del espacio y del tiempo.
Desde
sus páginas, esta obra de Conocimiento nos invita nada menos que a “redescubrir
América” a través de conquistar su cultura, algo que no puede darse si no es
comprendiendo verdaderamente sus símbolos, sus ritos y sus mitos, es decir
haciendo nuestros los valores con los que han expresado esa cultura, así como
el modo de concebir el tiempo y el espacio.
Buenos Aires. Lunes, 4 de Abril de 2005.
Hoy me encuentro
con Federico en esta su ciudad natal, Buenos Aires, la más europea de
Latinoamérica. Aquí, en el hemisferio sur, el otoño está llegando aunque los
calores del verano no se han apaciguado totalmente y una brisa cálida recorre
todavía las bulliciosas calles de la ciudad porteña. Nos encontramos muy cerca
del Río de la Plata, uno de los más enormes caudales de agua del mundo que
recoge también la de multitud de ríos y afluentes que brotan del corazón mismo
de la selva amazónica y de la cordillera Andina, ambas a cientos de kilómetros
de aquí. Un lugar idóneo para comenzar a dialogar con Federico de este libro
que además de ser el resultado de un concienzudo estudio lo es del contacto
directo con muchos de esos pueblos.
– ¿Qué es lo que
más te llamó la atención de todas esas culturas tradicionales, con las que
incluso has convivido? –le pregunto.
– Comprobar que esas cosmovisiones
–dice Federico–, constituyen una modalidad de la Cosmogonía Arquetípica, en la
que el hombre está incluido. También, como no, el haber descubierto que la
deidad es igual para todos los pueblos que la conocen, aunque evidentemente
cambien los nombres que le dan, y la llamen de un modo u otro. Lo que quiero
decir es que la deidad en sí es finalmente una sola aunque sus manifestaciones
sean múltiples.
– Conociendo un
poco la enorme discordancia que hay entre los informadores y cronistas respecto
a todo lo que concierne a las culturas americanas, se diría que este trabajo ha
sido una labor titánica que ha venido a reunir cientos de fragmentos dispersos.
– ¡Ah sí! Para escribir este libro
no sólo visité cada uno de esos lugares y me leí todas las crónicas y
documentos, sino que tuve en cuenta distintos testimonios, una investigación a
fondo, y ahí estuvo…
– ¿Qué te llamó
más la atención de esa investigación?
– Para cualquiera que se aproxime a estas culturas yo creo que lo
más interesante con lo que se encuentra son sus códigos, sus monumentos
parcialmente completos, las huellas en el folklore, las danzas, los diseños de
sus cerámicas, sus tejidos, etc.
Sin embargo este mundo es muy envolvente, muy
mágico y tremendamente arrebatador y asombroso..., y no sólo por sus fuertes
contrastes. En la selva, por ejemplo, todo habla y uno aprende a relacionarse
con el vegetal, o de lo contrario no puedes entender nada.
O sea que nadie vaya a pensar que lo que
encontrará en el libro son las investigaciones hechas por un experto en
arqueología, o sea, en ruinas, por más extraordinarias que éstas continúen
siendo. Tampoco se encontrará con la descripción literaria del esplendor que
hubo en el pasado indígena, sino que lo que se destaca aquí es la constatación
de un lenguaje universal –vivo y actualizado– que tiene toda la potencia de
las antiguas culturas americanas, y en general de las primitivas, arcaicas y
tradicionales, las que se alumbran mutuamente gracias a las constantes
analogías establecidas entre ellas.
Tengo que decir que estoy completamente de
acuerdo con quienes han calificado esta obra de fundamental en la bibliografía
de nuestro autor, e imprescindible para profundizar en la Simbólica Universal.
Federico no desaprovecha la ocasión para lanzar su
crítica al mundo moderno, dado que ha sido esta sociedad la que ha asentado la
base de considerar que Dios, la Unidad original a la que se refieren todas estas
cosmovisiones, es un invento del hombre surgido en algún momento de la
historia, y no una expresión de algo preexistente a la propia historia.
– ¡Sí, eso es muy infantil…¡ –me dice. Algo así como si fuera posible
que las energías cósmicas cuyos principios expresan las deidades, dejaran de
ser o de existir por el simple expediente de dudar de su existencia o
simplemente negarlas!
Es una pendejada pensar así...
¡Además, la Deidad se muere de la risa con todo eso!
El Simbolismo de los Calendarios
La cualidad de un tiempo que transcurre y
que al mismo tiempo es eterno es una cuestión central en la historia de las
ideas que han articulado el pensamiento y ha hecho posible la cultura del ser
humano. Los calendarios, fruto de ese pensamiento, ha sido uno de los temas que
abordas en este libro. Si bien siempre para hacernos reflexionar sobre la
insignificancia que hoy en día se da a este instrumento, relegado a pura agenda
fuera de lo cual a nadie parece interesar entrar a averiguar su origen
histórico siquiera, y menos aún sus contenidos.
– Desde luego
nada que ver con lo que éstos son, ¿no es así?
– En efecto, los calendarios
mesoamericanos siempre deben ser considerados como la expresión sintética de un
pensamiento que ha dado lugar por su intermedio, como imagen de la cosmogonía
en movimiento, al desarrollo de las grandes civilizaciones y a su ordenamiento
cultural.
– Federico, de
tomar en cuenta el calendario como símbolo histórico y sapiencial ¿qué
podríamos aprender los contemporáneos de su significado? y, ¿cómo debería
enfocarse una investigación de esta índole?
– Bueno… Contestando primero a la
segunda pregunta, te he de decir que lo primero que debe uno hacer para
acercarse a estos estudios es dejar de lado toda idea que tenga que ver con
medir el tiempo de forma cronométrica y lineal, es decir hay que abandonar la
idea de ver al tiempo medido por relojes inexorables que almacenan porciones
inútiles de información.
– ¿Y en cuanto a
la primera cuestión...?
– ¿Qué era? ¡Ah, sí!, la enseñanza
que se desprende de los calendarios. Pues yo no sabría bien qué decirte...,
supongo que cada quien aprenderá una cosa u otra dependiendo de muchas circunstancias,
pero lo realmente imprescindible es entender que las sociedades que crearon los
calendarios, y de las que heredamos el nuestro, comprendían el tiempo como
recurrente, o sea cíclico, constituyendo parte esencial de la misma Creación Universal.
– Dices en Simbolismo y Arte, cap.
III: “El tiempo no está fuera del hombre, sino que es el Gran Cohesionador de
lo Creado y una imagen del Amor Divino que permanentemente se actualiza para
asegurar la Vida Universal...”
– Sí, eso es muy increíble cuando
uno se para a pensarlo...
– Federico se
queda unos momentos en silencio, fija su mirada en un punto de la estancia;
luego sigue diciendo:
– O sea, lo que quiero decir es que
el tiempo no es sólo una categoría del ser, sino el Ser mismo en toda la
potencia universal contenida en la propia idea de Tiempo como símbolo móvil de
lo Eterno e Inmóvil.
– En un párrafo del capítulo XX de El Simbolismo Precolombino,
donde tratas de esta cuestión, afirmas que:
El tiempo siempre es actual; no es algo generado en los comienzos
y que subsiste como un componente abstracto de la realidad psicofísica, sino
que expresa esa misma realidad ahora, pues él es una de sus condiciones, es
decir, un elemento siempre presente sin el que la vida no sería posible.
– Así es, en efecto –afirma–, y por
eso su cualidad es entonces parte constitutiva del cosmos y su forma de
manifestarse, que puede ser medida cuantitativamente en el espacio, la manera
en que éste se expresa, y por lo tanto una clave para la comprensión de su
esencia, un módulo válido para el conjunto de la creación.
– Nada extraña
pues que ante esta perspectiva cobre particular relevancia las revoluciones de
los astros y las estrellas en el firmamento, que por estables con respecto a la
rapidez del movimiento de la tierra son imprescindibles puntos de referencia.
– Efectivamente, los astros son los
que establecen las pautas generales del conjunto, marcan el compás y regulan
los periodos.
– ¿La armonía
que Pitágoras llamaba la “música de las esferas”...?
– Sí, naturalmente, pues ¿qué sería
sino? La Música que finalmente se logra por la interacción de todos los
movimientos individuales, incluido el de la tierra, coincidentemente con lo que
ella produce, comenzando por el hombre.
– Estoy
totalmente de acuerdo con esa afirmación que haces respecto a que esta imagen
de una sinfonía, en la que todo participa, tiene tanto sentido que maravilla
comprobar que su realidad no extraña a nadie, sino que simplemente se reconoce
y se toma como símbolo de la Unidad del Ser, lo que explica que el tiempo sea
un concepto o idea que representa en distintas culturas a la divinidad…
– Así es. Si para una sociedad
tradicional el tiempo es sagrado también lo es el calendario en cuanto que es
una imagen del Cosmos, ya que fija el devenir y nos revela un saber atemporal
que toma al movimiento como proyección espacial del tiempo, al que conjuga en
un continuo. Por ello siempre he considerado muy adecuado el estudio de los
calendarios en cuanto instrumentos reveladores o mediadores de un conocimiento
que ellos mismos portan en su estructura o su diseño.
– ¿Es a eso a lo
que te refieres cuando dices que los calendarios son “epifanías permanentemente
disponibles para transformar lo mutable en inmutable, lo visible en invisible,
el caos en orden, la proyección indefinida en verdadera ontología”?
– ¿Eso lo he dicho yo? –dice con
sorpresa.
Luego de un
momento de risas, continúa:
– En todo caso estoy de
acuerdo con ello, pero lo que ahora me gustaría agregar es que el tiempo, o
mejor el Ser del tiempo, en todas las culturas tradicionales, y muy
especialmente en las precolombinas, es considerado como el hálito vital del Ser
del cosmos.
La Iniciación
Martes, 5 de Abril.
– Los hombres y
mujeres actuales, aquellos que hemos nacido en las sociedades modernas, de
alguna manera hemos perdido nuestra ubicación en el mundo, o sea, que hemos
roto la conexión con las entidades superiores, con los dioses. ¿Dónde crees que
nos encontramos entonces?
– Para saber dónde es que está
parada la sociedad actual uno no tiene más que poner la tele o leer la prensa…
Nadie puede dejar de darse cuenta de lo perdido que está el colectivo humano, y
la acelerada desintegración de los valores que se está produciendo en los
últimos años y que afecta a la totalidad de los estamentos.
– ¿Crees que hay
alguna solución…, quiero decir un modo de despertar colectivo o algo que nos
hiciera reaccionar?
– Desprogramarnos sería una buena
solución.
– ¿Cómo?
– Viendo todo lo que no somos, y que
algunos llaman personalidad, que si lo observamos bien no es más que un cúmulo
de cosas que sobre nosotros ha sido implantado, como decíamos: el medio, la familia,
la economía, en definitiva debemos desprogramarnos de nuestras circunstancias
espacio-temporales.
– ¿Cuál crees
que es el mayor error en el que vivimos los nacidos en esta época?
– Creer que progresamos
indefinidamente es un error bien grueso, también haber sucumbido al
materialismo espiritual, al racionalismo cartesiano, la producción como un fin
en sí, el consumo, la deshumanización… Podría decirse que estamos en un momento
donde lo sagrado, su verdad, se desprende de la falsedad de lo profano, de su ineficacia.
– Claro, por
contraste –comento yo–, luego añado: Para la Tradición Hermética profano y
sagrado son ideas equiparables con ignorancia frente a conocimiento…
– ¡Esa me pareció muy buena! Sí, en
efecto, así podría decirse… Mira, lo que sucede es que la sociedad moderna ha
dado bastante cancha a lo profano al punto que casi no conoce otra cosa, y eso
es básicamente lo que la diferencia de las sociedades tradicionales.
– La Iniciación,
como saben los que han leído tu libro, es una realidad común a todos los
pueblos arcaicos, y mediante la cual accedían a otros planos del mundo. Aquí,
en estos textos, afirmas que la vida no tiene sentido sin la iniciación.
– ¡Y así es, en efecto, ya que es la
que da significado a nuestra vida o puede dárselo! Me refiero a que puede abrir
un mundo, una puerta demasiado tiempo cerrada y en definitiva es la que puede
darnos la oportunidad de ser.
– Lo que uno se
juega en la vida siempre es la libertad...
– Siempre, en efecto... (Se hace un silencio). Lo que he podido constatar es que
para todos los pueblos arcaicos o tradicionales la Iniciación es la
posibilidad, o la necesidad, real de conocer y revivir la cosmogonía original,
la virginidad del comienzo, lo que se conoce también como realización
espiritual y que puede obtenerse a través del símbolo y del rito.
– Decíamos que
cualquiera que se interne en el mundo de las culturas arcaicas se encuentra con
el hecho unánime de la iniciación y por tanto se da perfecta cuenta de que su
importancia es obvia. Sin embargo, muchos estudiosos no suelen ir mucho más
allá y por eso no pueden dejar de verla como si se tratara de un cierto
costumbrismo o naturalismo...
– Sin embargo –me interrumpe–, debo decirte que hay muy buenos
estudios sobre el tema de lo precolombino, investigadores muy serios que se han
dedicado durante años a él y que han posibilitado nuevas vías de exploración...
Desde luego que yo aporto mi propia
experiencia y el fruto de mis investigaciones, pero el libro no se podría haber
escrito sin la contribución de los esforzados cronistas, comentaristas e investigadores
de todos los tiempos.
Pero lo cierto –continúa al cabo
del rato– es que este hecho cultural y, como vos decís unánime, que es la
iniciación, marca la vida del aprendiz que accede a ella y establece el paso de
un estado de conocimiento a otro, de un plano de conciencia a otro diferente,
de lo profano a lo sagrado, de una manera de ser en el mundo a otra de
concebirlo y, por lo tanto, de ser.
Date cuenta que fuera de nuestro campo mental, y mientras éste no tenga una apertura, es
imposible comprender algo que nos es ajeno por completo. Precisamente las
“pruebas” que acompañan a la iniciación crean también las condiciones necesarias
para esa apertura.
– En nuestra literatura clásica la iniciación ha
sido descrita muchas veces como un viaje. Por ejemplo el que hiciera el héroe
troyano Eneas, cuya gesta cantó Virgilio en La Eneida, o el emprendido por Homero
en la Odisea, al relatar las peripecias de Ulises de vuelta a su patria, Itaca, o el que Dante mismo inicia cuando se da cuenta de que está a la mitad de su vida y que no muchos han de ser los años
que le separen de su muerte por lo que apremia emprender la búsqueda del Sí
mismo. Una necesidad que el hombre ha mantenido como una constante a lo largo
de la historia, me refiero al ansía de ampliar sus conocimientos muchas veces
relacionada con la idea del viaje y la novedad de otras tierras. ¿En el viaje
iniciático hay que ir a por todas?
– ¡Bueno, eso son imágenes...!, lo que yo diría es que tratándose del viaje iniciático el viajero debe arriesgarlo
todo, su vida incluso va en ello. Yo suelo decir que se juega entero. Pero no
sabe que está simbolizando lo que es la mayor apetencia del alma: el conocerse
a sí misma, es decir, la aventura del viaje interior, inmensamente más rica que
cualquier aventura o conquista en lo exterior.
– ¿La conciencia se construye?
– Desde luego no puedo contestar sino que la Tradición Hermética establece que las bases de una construcción
interior, y el espacio donde se edifica, no es otro que el campo de la
conciencia.
– Los que leen el libro descubren que hay distintos
tipos de iniciaciones, unas relacionadas con la edad, por ejemplo la pubertad;
otras grupales, como las que festejan el año nuevo y la muerte del año
anterior, vinculadas con los ritos agrarios, comos los de fertilidad, las
cosechas, y que abren el acceso a la comunidad a participar en un rito
colectivo y de regeneración. Pero al mismo tiempo el lector tiene la
oportunidad de descubrir que hay otras formas de iniciación que se presentan o
que se viven de forma gradual y que lo que buscan es realizar esos otros
estados de conciencia o estados de nuestro ser.
– Obviamente, si hablamos de la iniciación propiamente dicha tenemos que decir que en una sociedad
tradicional no todos comparten la misma vivencia de lo sagrado, o lo que es
igual, que no todos sus integrantes se acercan a esa vivencia de la misma manera,
sino que hay estadios o grados en el conocimiento de la realidad invisible, de
la Suprema Identidad, que se dan en la conciencia de algunos individuos de esa
sociedad, y esto es precisamente lo que marca su función dentro de la misma.
Aunque no debemos olvidar que los medios de realización son siempre distintos de acuerdo a las características peculiares de los pueblos y los individuos, los tiempos, el espacio, etc.
Pero yo creo
que lo fundamental es darse cuenta de que todos los pueblos del mundo supieron
de otras realidades referidas al espacio y al tiempo y que esa es la visión que
aplicaron a todos los actos, incluso los más cotidianos. Algo que las
sociedades modernas hemos perdido de vista.
– En cuanto a la
Tradición Hermética, cuyos modelos simbólicos de realización iniciática has
actualizado, de tomarla como paradigma de la iniciación sapiencial, ¿qué
destacarías?
– Pues
que su realización es individual, por eso hay tantas formas y métodos de
conocimiento como seres hay en el mundo. Pero mira, lo principal, lo que
realmente importa es lo que pasa dentro de cada quien. Las simbologías, los
vehículos, son sólo eso en el fondo.
– ¿Qué es lo que
nos impide a los seres humanos actuales hacernos de nuevo con el punto de vista
trascendente que tenían esas sociedades?
– El hombre moderno no puede
entender las sociedades tradicionales porque en primer lugar las considera una
antigualla…, algo que está en un periodo menos
evolucionado de la humanidad. ¿Me explico?
– Sí, como si se
tratara de algo que ya hemos superado.
– ¡Exacto!, y eso, por consiguiente, hace imposible el
acercamiento a esas simbologías reveladoras de la tradición, el mito y la leyenda.
Algo verdaderamente lamentable.
El Redescubrimiento de América
Miércoles, 6 de Abril.
– Volviendo al
encuadre de este libro –le digo a Federico nada más producirse el encuentro de
hoy–, la simbología precolombina, me gustaría destacar que esa lectura nueva de
la realidad que en él propones, tomando como base el legado cultural y
sapiencial de esa simbólica, no sólo nos permite aproximarnos a las diferentes
civilizaciones, como es el caso de las antiguas americanas, con criterios tan
renovados y amplios que uno no puede sino sentir que ese legado verdaderamente
le pertenece.
– Tal vez lo que hago en este libro es justamente eso, o sea aproximar
las diferentes civilizaciones, como es el caso de las precolombinas, al lector,
sabiendo que una tradición o cultura, viva o muerta, no es patrimonio de un
país o grupo, sino que como forma parte de la Tradición Primordial y Unánime,
es patrimonio de la humanidad.
Por
eso, en el libro digo que re-descubrir América a quinientos años del viaje del
Almirante Colón significa, a la luz de los medios y los valores actuales,
comprender el gran mensaje que los pueblos que allí vivieron legaron a la
posteridad, o sea, al género humano.
– ¿Es por eso
también un libro de homenaje personal a las culturas del Nuevo Mundo?
– Sí, así es, ¡como podía ser de
otro modo después de haber recibido de ellas todas esas perspectivas sobre la
realidad.
– Llegar a
entender que los símbolos y las manifestaciones culturales del Viejo y del
Nuevo Mundo se están refiriendo a una misma realidad, siempre lo has
considerado un grado en la escala de la iniciación. Un escalón nada sencillo de
superar.
– Desde luego que aquí nadie dijo
que esto fuera fácil, pero también es cierto que cuando uno reconoce ese hecho
unánime es que ha tenido que reconocer antes un montón más de cosas, y por lo
tanto reconocer esa identificación sólo puede ser el resultado de un trabajo
interior, profundo, consigo mismo conseguido a base de abolir un mundo de imágenes
caducas, con el consiguiente nacer de nuevas perspectivas de todo tipo, lo cual
lógicamente tiene que ver con la alquimia espiritual.
Federico hace
una pausa, se pone de pie y se acerca a la ventana por donde, apartando el
visillo, se detiene a observar la calle. Luego añade:
– Y es igualmente conciliar los
opuestos de dos culturas aparentemente contradictorias y asimilar la herencia
de ambas en el punto aquel en que ellas no se excluyen sino se complementan. Y
es tal vez encontrar de manera personal el sentido del descubrimiento de
América.
– En el libro afirmas que la ciencia de los
precolombinos no es inductiva como la actual, sino que es deductiva, como la de
todos los pueblos tradicionales...
– Sí, esto es muy interesante de
destacar, pues nos acerca un poco más al conocimiento de esos pueblos y a su
concepción unitaria del mundo, y de la que tanto provecho podemos sacar hoy en
día, y no sólo eso, sino que nos muestra hasta qué punto parte de la ciencia
moderna que todavía se apoya en los postulados racionalistas y positivistas del
siglo XIX está invertida con respecto a la ciencia tradicional. Me refiero a
que los seres humanos en efecto deducían todos los fenómenos de principios
universales, los cuales les habían sido revelados por sus dioses y antepasados
míticos, constituyendo así su Ciencia Sagrada.
Federico habla pausado y concentrado,
aunque en ciertos momentos acentúa el tono, enfatizando sus palabras, como
reafirmándolas. Otras veces bromea con algunas de las cuestiones que le planteo
y acabamos riéndonos los dos. A veces interrumpe la conversación para
continuarla en la calle en alguno de los muchos lugares que conoce de hace
años.
Hoy por ejemplo decidimos salir a dar un
paseo en taxi, hasta llegar a la Avenida de Mayo, uno de los ejes principales
de la ciudad, ya que en un extremo de la misma se encuentra el Parlamento de la
Nación y en el otro la Casa Rosada, la residencia presidencial. Federico me
cuenta que esta calle es conocida aún como “la Avenida de los españoles” debido
a que en los diversos hoteles que la surcan a uno y otro lado se alojaban
antaño muchos de los actores y cantantes que venían de España a actuar en sus
teatros. Aún hoy lo siguen haciendo.
En esta
misma Avenida se encuentra el famoso Café Tortoni, donde nos detenemos, y donde
comentamos sobre la tremenda situación y decadencia en que se encuentra todo el
país, tema del que no puede uno sustraerse en estos momentos, y que a su escala
está reproduciendo lo que ocurre en tantos lugares del mundo, como Federico no
deja de observar y señalar.
Jueves, 7 de Abril.
Leo en el capítulo XI, “El Cosmos y la
Deidad”
Ya hemos hablado del centro como
quinta dirección diciendo que allí mora Ometéotl, el dios dual. En efecto, en
ese punto se concentra la energía vertical que desciende y asciende entre los
dos polos de un eje. Esa misma polaridad ascendente-descendente de energías va
a repetirse en el plano horizontal conformando los propios límites del
cuadrángulo, equilibrándolo, o entre los brazos de la cruz, dando lugar a las
armoniosas tensiones de la figura, en donde la energía ascendente-descendente
se desdobla oponiéndose por pares y manteniendo al centro como lugar de reposo,
como punto de conjunción de las contradicciones y sitio de comunicación axial
con otros planos o mundos; los cielos o grados superiores y los estadios
inferiores, el infernus, el país subterráneo.
Ubicado en ese eje
inmóvil también está Xiuhtecuhtli como dios del fuego, en el sentido de que
éste representa la energía central y constituye el principio simbólico original
que –a través de su desdoblamiento y de sus oposiciones internas– genera la
ronda alternada de los elementos, la guerra constante de las vibraciones y
formaciones cósmicas. Ese mismo dios es el patrón del año o del siglo, lo que
representa el fuego nuevo, o sea el nacimiento del tiempo que constantemente se
regenera a sí mismo, siempre cambiante pero inalterable en su esencia, dios
viejo, tan antiguo como la creación temporal que él mismo signa y origina por
su actividad, conformando el plano horizontal donde se manifiesta la vida. Para
los náhuatl nacer en la tierra es descender de la morada celeste original para
vivir una existencia ilusoria cuyo verdadero sentido se realizará efectivamente
cuando culmine como un ascenso a los cielos, operaciones ambas –la del descenso
y el ascenso– que se efectúan a través del mismo eje central que está representado
por el dios del fuego primigenio y del tiempo como encarnación de una energía
dual original presente en todas las cosas –lo que repta y lo que vuela, el
cielo y la tierra– cuya síntesis siempre renovada es capaz de generar el plano
creacional por la oposición y la conjunción de su actividad y su reposo, es
decir, gracias al ritmo alternado y dual del aspir y el expir universal que se
expande hacia los cuatro rumbos del mundo –como flechas lanzadas por
guerreros–, configurándolo, limitándolo.
Más adelante, en el capítulo XII, “La
Dualidad: Energías Descendentes y Ascendentes”, añade:
Volvamos ahora sobre la
división ya tratada entre energías descendentes y ascendentes, las que se
hallan en constante movimiento en el plano intermediario, en la tierra, entre
el cielo y el mundo subterráneo, y que son las que ligan estas polaridades y
cuyas características encarnan los númenes, las estrellas y la vegetación en la
perpetua batalla cósmica. Las deidades son estas energías o atributos de la
unidad indisoluble, del dios desconocido que habita en lo más alto del cielo y
que inmóvil se inventa perpetuamente a sí mismo manifestándose a través de
emanaciones descendentes que luego de recorrer y conformar todas las cosas vuelven
a ascender a él con el ritmo alternado y cíclico de la energía universal,
expresándose en tres niveles: cielo, tierra e inframundo. Son pues los dioses
los intermediarios por excelencia del plan cósmico y su permanente interacción
lleva los nombres de todo lo creado. Este maridaje del cielo y de la tierra
(...) es permanente, y los dioses nacen y mueren y resucitan, como los hombres,
los astros en el día y en la noche, y también como la vegetación en el período
cíclico anual, y en general en toda idea de reciclaje o de ritmo presente en
cualquier manifestación (...)
Deseamos insistir en que los dioses más altos del cielo se comunican con
la tierra por mediación de las deidades del plano intermediario, es decir, por
los planetas y estrellas –en especial el Sol, la Luna, Venus y las Pléyades– en
estrecha relación con la medida armónica del tiempo, los fenómenos atmosféricos
y los númenes del trueno, el rayo, el relámpago, el viento y la lluvia,
deidades creadoras en cuanto fecundadoras o regeneradoras. En términos
generales podemos decir que los antiguos americanos concebían el cosmos como un
ser gigantesco cuyos ojos eran el sol y la luna o las estrellas, su aliento (su
hálito de vida) el viento, su voz el trueno, su arma (mirada=flecha) el rayo y
su llanto la lluvia.
Es decir, la idea de un pensamiento divino que se expresa por
la palabra del dios significada por sus atributos, o lo que es lo mismo, por lo
númenes planetarios o atmosféricos –jerarquizados en planos o cielos–, hijos
del Dios Uno y de su Dualidad Primigenia, los que en su lucha dialéctica son
capaces de producir la reacción necesaria –fecundadora y regeneradora– de las
deidades de la tierra. Las que por su concurso pueden completar el ciclo
ordenado que da lugar a la vida universal, y establecer así el equilibrio del
cosmos por la posibilidad de ascender nuevamente a su origen como una ofrenda
sacrificial a la deidad última cuyo alimento es simbólicamente la vida, las floraciones,
el maíz, los animales y también el hombre.
Me detengo en
el último párrafo y le digo a Federico: – sin embargo estas deidades más altas no
suelen ser las más populares, sino que los populares son los dioses de la
tierra, tan arraigados en estas culturas. ¿A qué crees que se debe?
– Es lógico que sea así, su misma condición los hace más accesibles a la mayoría, mientras que los astrales o
celestes, por ser más elevados y abstractos, se hallan más alejados por su
naturaleza intangible. Esta misma jerarquización existe en el interior de cada
conciencia individual con respecto al proceso del Conocimiento. En el esquema
de la civilización azteca lo más abstracto corresponde al cielo más alto y a la
casta sacerdotal. Lo material a lo más bajo y a la casta de los macehualli. El punto central lo ocupa el sol –la casta guerrera– como hijo y nieto del Padre y Abuelo divinos, y la luna como su
paredro. Sin embargo, se transfieren al sol los atributos de los dioses más
altos y esto coincide con el paso de la casta sacerdotal a la guerrera (de
Quetzalcóatl a Huitzilopochtli) y el alejamiento de la deidad más alta en
virtud de estas leyes cíclicas que constituyen el universo.
En el mismo capítulo, y acerca de
Quetzalcóatl, el Thot-Hermes precolombino:
El Quetzalcóatl mesoamericano y
el Viracocha incaico, junto con otras muchas deidades precolombinas análogas,
como el Gukumatz-Kukulkán maya y el Bochica colombiano, ilustran de modo neto
esta interrelación de lo ascendente–descendente, efectuada en el cuerpo mismo
de la deidad. Efectivamente, estos dioses encarnan como hombres, mueren,
resucitan y ascienden nuevamente a su morada (...)
En verdad la energía descendente-ascendente que Quetzalcóatl encarna y
sintetiza se desdobla en el plano de la tierra donde ella se manifiesta en dos
pares de opuestos simétricos, según lo llevamos dicho en este trabajo.
Quetzalcóatl es el símbolo de la energía axial bipolar alto-bajo, la que al
encontrar un medio apto se expresa generando así el plano horizontal. Con respecto
a este plano, la energía axial descendente-ascendente es central ya que al
desdoblarse en dos pares de contrarios, a los que se transfiere la oposición
descendente-ascendente en forma cruciforme, permanece en el quinto punto, en la
encrucijada inmutable, puesto que su fuerza es la que ha creado la figura;
asimismo es a este al que ella siempre retorna al tener que asegurar
constantemente su equilibrio mediante el juego de las tensiones de su propia
estructura, es decir, de todo lo que ella es. Este quinto punto corresponde a
Quetzalcóatl como intermediario de estas dos energías, de lo que repta y lo que
vuela, de lo humano y lo divino, las que como ya hemos dicho se conjugan en él,
por lo que se le atribuye la creación, la estabilización y la salvación y se le
signa con el número cinco, número del hombre y del misterio de su doble
naturaleza, que puede ser unificada en su propio corazón como dios hombre y
hombre dios (...)
Este papel intermediario
le ha sido atribuido siempre a Quetzalcóatl –y de allí su vinculación estrecha
con el sol– puesto que es el constructor del mundo, el demiurgo, asimismo
sostén y columna del cosmos, y también el creador del hombre a partir de los
huesos de los difuntos, regados por la sangre de su propio desmembramiento,
como otros dioses de distintas tradiciones. Es también el sustentador y como
tal ‘descubre’ el maíz, el alimento constitutivo del género humano. Es
educador, psicopompo, ha dado la ciencia y dispensa el conocimiento de los
misterios cosmogónicos y teúrgicos. Es asimismo salvador y liberador ya que la
revelación y encarnación de esta entidad así llamada promueve en nosotros la
iniciación al Hombre Verdadero, al Hombre Arquetípico por excelencia, modelo,
símbolo y ejemplo a seguir por sabios, guerreros, artistas y agricultores que
conformaron la comunidad de los pueblos americanos. Quetzalcóatl está en el
comienzo (como creador), en el medio (como sustentador), y en el fin (como
esperanza de retorno, o sea, la posibilidad de ser recibido por el hombre
actual en su interioridad), pues de manera tradicional y unánime se espera su
vuelta mesiánica...
Viernes, 8 de Abril.
Hoy he
almorzado con Federico, su esposa y un amigo de ambos en un restaurante del
Patio Bullrich, unas conocidas galerías comerciales cercanas a la zona de La
Recoleta. Este es un simpático anticuario, el cual durante la comida me ha
invitado a ver la colección de piezas de arte hispanoamericano que tiene en su
tienda. Federico, que conoce la muestra, me anima a ir a verla.
El arte tradicional, una manera de conocer y de ser
Lunes, 11 de Abril.
Federico me recibe de nuevo en el tranquilo
y acogedor apartamento que tiene aquí en Buenos Aires. En la sala donde nos
encontramos hay una colección de preciosos mates de plata y pequeñas muestras
textiles andinas y de ponchos pamperos, algunas perfectamente enmarcadas y
colgadas sobre las paredes, sin duda fruto de sus frecuentes visitas a los
anticuarios y especialmente los del popular San Telmo, uno de los barrios
históricos de Buenos Aires, y en donde ha encontrado verdaderas bellezas. Este
es el caso de la figura en bronce de Hermes que desde el centro de una mesa
preside la estancia donde se están sucediendo estos diálogos. La figura en
concreto es la que aparece expuesta en la contraportada de uno de sus libros (Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon).
Y de
arte precisamente comenzamos hablando hoy, pues me parece una gran oportunidad
poder charlar con Federico sobre el arte que impregna la vida y la cultura de
todos los pueblos y sociedades tradicionales. “Perspectivas desde el Arte” (en La Rueda), es una muestra de ello, y donde a mi en particular se me reveló lo que es el arte en estado puro, sin
adjetivos.
También en
este libro (El Simbolismo Precolombino) ha dedicado un capitulo, “Arte y Cosmogonía”, donde asegura que
lo primero que debe hacerse para comprender el arte tradicional es cambiar esa
valorización que tenemos, según la cual el arte está en una serie de objetos o
artefactos a los que se asigna características estéticas que por estar fijadas
a parámetros de gusto son por ello tan variables como la moda.
– Entonces –le digo– si el arte está sometido al cambio en la moda debemos pensar que también
las ideas se ven afectadas.
– Por descontado –responde– hay
conceptos filosóficos y científicos que hoy son una cosa y mañana otra.
– La mayoría de
artistas actuales (especialmente los pintores, cuya actividad está injustamente
sobrevalorada con respecto a otras artesanías), desconocen que el verdadero
arte ni es casual ni arbitrario, ni tampoco tiene nada que ver con la
genialidad de un artista particular.
– Ciertamente
siempre hemos visto a la pintura como la más injustamente afortunada de las
artesanías. Aunque también debo decir que estas perspectivas me han interesado
bien poco. El arte es para mí un modo de conocer. El arte sagrado o arte
tradicional debe verse como la expresión de un concepto que a su vez se relaciona
con otros, los cuales se complementan conformando una verdadera sinfonía de
significados que se interrelacionan entre sí, los que conjuntamente configuran
la cultura de la que los seres particulares son hijos y en la cual se realizan,
en toda la extensión de la palabra, pues ella representa la suma de las
posibilidades individuales.
– Es decir que
el valor de las obras de arte tradicionales consiste en que son simbólicas, o
sea que están expresando conceptos y son, por ello mismo, el testimonio de una
serie de ideas y arquetipos cuajados en la belleza y composición de una obra.
– Así es, y por eso estos objetos
manufacturados son arte, o sea artísticos, en la medida en que son fieles a su
arquetipo original.
– Obviamente si
no se conoce ese arquetipo ideal, ya sea cosmogónico, filosófico, cultural, es
poco lo que se puede apreciar del arte tradicional, aunque siempre queda su
belleza formal, la composición técnica y de color o cuanta riqueza pueda tener
la obra, pero si se desconoce su valor simbólico la posibilidad evocativa está
totalmente cerrada, y la obra es enteramente huera.
– Efectivamente este desconocimiento
cierra las puertas a la contemplación, y por tanto a la percepción directa de
la belleza. Lo importante es darse cuenta de que el arte tradicional transmite
conceptos cosmogónicos que tanto el símbolo como el
mito representan. Por eso los pueblos primitivos lo tomaban como el modo
natural de transmitir los conocimientos de su cultura y por ello no tenían una
palabra específica para designarlo, ya que el arte era una manera de ser.
– A. K.
Coomaraswamy dice que las cosas no son arte, sino que están hechas con arte.
– ¡Claro!, eso es porque cuando se
habla de arte se piensa en algo estático, una cosa, cuando en realidad el arte
está en aquellos que lo plasmaron y no en el artefacto.
– ¿Podría
decirse entonces que más que un objeto el arte es un gesto?
– ¡Un gesto inteligente como es
también el rito! Lo que te puedo decir es que siempre me importó mucho más el
arte como una actitud específicamente humana. Lo de los esquemas y las clasificaciones
nunca me interesó, aunque nadie podría negar la enorme utilidad de estas
perspectivas. Sin embargo, el arte es para mí un modo de conocer, una manera
que tiene el hombre de adentrarse en otras dimensiones del mundo lineal de su
entorno, aunque a veces él mismo sea poco consciente de ello.
– Dirías que el arte es además de un medio para
conocer, es una manera de ser.
– Sí, desde luego, el arte así
considerado se refleja en un trabajo ordenado y concentrado donde se reúnen las
propias posibilidades, o mediante la síntesis catártica totalizadora, tal y
como lo deja entender William Blake con aquello de que “la vía del exceso
también conduce al palacio de la Sabiduría”. Pero lo cierto es que es de los
dos modos, pues no sólo no se excluyen sino que más bien se complementan y
armonizan.
– ¿La cultura en toda su extensión configurará
también una obra de arte?
– Y un soporte adecuado para acceder
a lo sobrenatural, si fuéramos capaces de verla en sus raíces como la respuesta
original a todas las preguntas y necesidades, desde las más grandes a las más
humildes, la réplica humana a los misterios insondables de la vida.
– Claro, y en
ese caso la cultura y todas sus formas tendrían otro sentido, y no las
consideraríamos sólo como utilitarias y materiales, sino como símbolos vivos de
ideas-fuerza capaces de actualizarse por nuestra comprensión.
– Como ya vimos, el arte en una
sociedad tradicional es un rito donde todas las cosas están interrelacionadas y
conforman un universo animado y solidario, en el que se puede influir por el
rito mágico del arte, tanto a nivel individual como colectivo.
– ¿Estás de
acuerdo con que el arte sin la ciencia no es nada...?
– ¡Cómo no, si son inseparables! Lo que
quiero decir es que se refieren a lo mismo, y de hecho toda auténtica ciencia
está hecha con arte, equilibrada y nítida, como lo requieren las leyes de la
armonía. El arte y la ciencia revelan al hombre los secretos del cosmos y la
naturaleza, y de esa manera les dan una vida nueva al actualizarlos mediante
gestos precisos y nítidos...
– En ocasiones
te has referido al artista como a un símbolo, o sea, un objeto dinámico de
transmisión de un punto de vista vertical, es decir un intermediario, tal cual
el mago, el teúrgo o el chamán, que se conoce a sí mismo a través de sí mismo,
y que es capaz de revelar al mundo los misterios ocultos de la Verdad y la
Belleza y que de ese modo emula la figura del Demiurgo, del Dios creador, con
quien se identifica.
– Así es..., y por ello mismo en las
culturas tradicionales el arte está relacionado con lo esotérico e iniciático.
Siempre las artes y artesanías han sido formas de aprendizaje y conocimiento.
– En la segunda
edición de este libro has incluido numerosos grabados, que acompañados del
texto nos sumergen en la riqueza de esas imágenes tan enigmáticas del arte
precolombino. ¿Qué destacarías de esa visualización?
– Lo primero que se advierte en presencia de todo el arte precolombino
es una impresión de misterio, de cerrado enigma, que se manifiesta con una
ajustada y coherente forma, fruto de un pensamiento que no conocemos, de una
realidad que se nos escapa y simultáneamente se manifiesta ante nuestros ojos.
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