Gea recostada.
Juan Richepin (dir.), Nueva Mitología Ilustrada II.
Barcelona 1927
El Espíritu de la Tierra
Notas sobre la Geografía Sagrada
II
Francisco Ariza
De
acuerdo con las analogías entre el macrocosmos y el microcosmos, los
cinco elementos, planetas y puntos
cardinales tienen también sus correspondencias con el ser humano, tanto
corporal como espiritualmente.
Corporalmente tenemos a las cinco vísceras principales: hígado,
corazón, bazo, pulmones y riñones, que se corresponden con
Júpiter, Marte, Saturno,(12) Venus y Mercurio; y espiritualmente
a
las cinco "grandes virtudes", respectivamente: bondad,
espíritu ritual, santidad, equidad y
sabiduría.(13) En este sentido, si nos fijamos bien estas mismas "virtudes" asignadas
a cada uno de los planetas se corresponden exactamente con las que reciben en
el Hermetismo y la Astrología occidental.
Un aspecto también importante desde el punto de vista de la geomancia (y de la geografía sagrada) es el hecho de que los planetas y las
energías que éstos representan están en relación
con las formas de las montañas, y más concretamente con sus
cumbres, de tal manera que las montañas que tienen sus cimas quebradas
están bajo la influencia de Júpiter; aquellas otras que son
muy altas y con picos y laderas escarpados se sitúan bajo el influjo
de Marte; las que pertenecen a Saturno presentan sus cimas aplanadas, mientras
que las de Venus son también muy altas y con las cumbres redondeadas,
y finalmente aquellas que están presididas por Mercurio son bajas
y tienen su cima en forma de cúpula. Por lo tanto, y siguiendo las
reglas del Feng-Shui, la montaña que presenta características
jupiterinas (cima quebrada) ha de estar junto a otra que presenta a su
vez características mercuriales (cima con forma de cúpula),
pues entre ambas se armonizan y complementan, como lo hacen la madera y
el agua según hemos visto anteriormente, ya que la primera es alimentada
por la segunda. Otro tanto puede decirse de una montaña con características
de Marte (cima escarpada), que conjugará con otra cuya cumbre presenta
características saturninas (cima aplanada), ya que el fuego produce
la tierra (al convertir todo en ceniza), elemento este último que
también está en armonía con una cima venusina (alta
y redondeada), puesto que como vimos la tierra genera el metal en sus entrañas.
Se puede dar la circunstancia, como de hecho se da, de que existan de forma
natural dos cimas juntas que no se adecuen a estos principios, y en este
caso la solución vendría por modificar la cima de una de
ellas para que ambas se armonizaran, buscando siempre que el paisaje terrestre
concuerde con el paisaje celeste. Como consecuencia de esa práctica,
podría decirse entonces que una gran parte de la fisonomía
topográfica y orográfica de la China actual ha sido modelada
por los geománticos a lo largo de los siglos, lo que explicaría
la sugestiva y serena belleza de muchas zonas de ese inmenso país.
En este sentido,
quizá la denominación de "Celeste
Imperio" dada al territorio de la antigua China tenga relación
también con esa adecuación del paisaje terrestre a la armonía
del cielo. En cualquier caso ese territorio estaba sintetizado simbólicamente
en el Ming-Tang (literalmente "Templo de la Luz"), donde
el emperador realizaba importantes ritos relacionados con el mantenimiento
del orden cósmico y del orden terrestre. El Ming-Tang era,
al igual que dicho territorio, de forma cuadrada, y su división
en nueve salas (con una de ellas en el centro, de tal manera que semejaba
el "cuadrado mágico de Saturno") equivalían exactamente
a las nueve provincias en que estaba dividida entonces la China.
Se da la particularidad de que aunque estuviera dividido en nueve
salas, en
realidad el Ming-Tang tenía doce aberturas al exterior:
tres por cada uno de sus cuatro lados, "de tal manera que, mientras
que las salas del medio de los lados tenían tan sólo una
abertura, las salas en ángulo tenían dos cada una, y estas
doce aberturas correspondían a los doce meses del año".(14) El
emperador se desplazaba por las salas del templo como si lo hiciera
por las nueve provincias de su imperio, ya que al ser ambos de forma
cuadrada les permitían estar perfectamente orientadas según las cuatro
regiones del mundo, y también según las cuatro estaciones:
las salas (o provincias) del lado de oriente a la primavera; las del sur
al verano; las del oeste al otoño y las del norte al invierno.(15) Así pues,
aunque la forma del Ming-Tang, como la del territorio de China,
fuese cuadrada (como la Tierra), hemos de tener en cuenta que por
su relación
con las doce estaciones, y en consecuencia con los doce signos del Zodíaco,
también conservaba implícitamente una forma circular (como
el cielo), constituyendo ambos por tanto una Imagen del Mundo. En
este sentido hemos de recordar que el Ming-Tang era cuadrado por
su base y redondo por su techo, sostenido por ocho columnas que
describen un octógono, equivalente simbólicamente al Mundo Intermediario
al estar situado efectivamente entre el cuadrado (tierra) y el círculo
(cielo).
*
* *
Naturalmente, y
como ya dijimos, esta concepción no es exclusiva
de los geománticos chinos, sino de prácticamente todos los
pueblos de la antigüedad, que supieron ver en ella las pautas por
las que regir su vida individual y la manera de relacionarse con la vida
universal. Así ocurre por ejemplo entre los pueblos que habitaron
las Islas Británicas en tiempos prehistóricos, los cuales
configuraron y ordenaron la totalidad de su territorio de acuerdo a principios
de orden geométrico inspirados en el modelo celeste. De todo ello
dan cuentan los restos que todavía quedan de los monumentos realizados
por aquellas culturas (Stonehenge, Avebury, Newgrange, etc.), revelándonos
la extraordinaria inteligencia e intuición de sus constructores,
astrónomos-astrólogos, magos y teúrgos, los cuales,
herederos de una tradición primordial, supieron cómo trasladar
a la geografía las formas simbólicas de la Harmonia Mundi,
y a través de ésta tener acceso a la Tierra Celeste.
Así ocurre, por ejemplo, con el famoso "templo zodiacal" de Glastonbury, situado en plena campiña inglesa. Se da la particularidad
de que ese templo zodiacal está trazado en el suelo (como una imagen
del cielo en la tierra) ocupando un área circular de unos 16 kms.
de diámetro. Dicho trazado, o sea las formas de las constelaciones
zodiacales, está sugerido en parte por la propia orografía
del terreno, por las colinas, ríos y taludes, lo cual indicaría
que ese lugar no fue elegido al azar, sino que de alguna manera aquella
tierra se había hecho "receptiva" a los influjos sutiles
de los astros, haciéndose necesario acudir, para acabar de conformar
esas figuras a sus modelos celestes, a la geometría y al arte de
los constructores, tan estrechamente unidos a la geomancia y a la geografía
sagrada como estamos viendo.(16)
Y en lo que se
refiere concretamente a Stonehenge se trata de un paradigma de cuanto
estamos diciendo y muestra
también los profundos conocimientos
astronómicos de quienes lo edificaron. Este cromlech ("círculo
de piedras") fue en realidad un templo y un centro espiritual muy
importante para los antiguos britanos, siendo una de sus características
principales la de señalar los solsticios y los equinoccios, y también
los ciclos lunares y la predicción de los eclipses, constituyéndose
así en un verdadero observatorio astronómico que seguía
los cursos regulares de las dos grandes luminarias, las cuales, junto
a los demás cuerpos celestes, ordenan el tiempo y sus revoluciones
cíclicas, ya sean diarias, anuales o cósmicas. Existen otras
características no menos importantes de Stonehenge, pero en las
que no vamos a entrar debido a su complejidad y porque nos saldríamos
un poco del tema específico que estamos tratando. Sólo diremos
que recientes investigaciones han descubierto que la estructura numérico-geométrica
de Stonehenge reproduce a escala las medidas y dimensiones de la
tierra, incluida la de su radio polar.(17) En cualquier caso
esas investigaciones han sacado a la luz algo que ya sabían todas las culturas tradicionales
desde siempre: la existencia de un canon universal de medida empleado
en el arte y la ciencia, y que guarda relación también con
los números cíclicos fundamentales, vinculados con la precesión
de los equinoccios, precesión que desde luego era conocida ya por
distintas civilizaciones muchísimo tiempo antes de que Hiparco
de Rodas la descubriera para el Occidente grecolatino hace algo más
de dos mil años.
En realidad casos
semejantes a los de Glastonbury y Stonehenge se repiten por doquier en
los vestigios
de las antiguas civilizaciones esparcidos
por toda la Tierra, como ocurre, entre los antiguos indios norteamericanos,
con los llamados "constructores de montículos" (mound-builders),
montículos que muchas veces reproducen formas de animales, ya sean
serpientes, aves o mamíferos,(18) mientras que otros,
sin embargo, tienen forma de pirámide cónica aplanada (propiamente
un túmulo), o bien escalonada a modo de los zigurats babilónicos
y las pirámides precolombinas, relacionados por tanto con el simbolismo
axial, sirviendo muchos de ellos también como auténticos
observatorios astronómicos al mismo tiempo que monumentos funerarios,
lo cual no es nada extraño entre las culturas que hicieron este
tipo de construcciones. En este sentido, túmulos semejantes a los
de los indios norteamericanos y con ese mismo simbolismo astronómico
y funerario, los encontramos en muchas partes del mundo antiguo, y siempre
esta asociación entre pirámide, túmulo y tumba nos
remite al simbolismo de la montaña y la caverna, estando evidentemente
las dos primeras (la pirámide y el túmulo) en relación
con la montaña, y la última (la tumba) con la caverna y
también con la matriz: la matriz de la Madre Tierra y por tanto
con la idea de "nacimiento" a una nueva vida, tal cual ocurre
con la iniciación, considerada como un simbólico "regreso
al útero" materno.
Hablando anteriormente del Feng-Shui hemos
visto que el "dragón
azul" y el "tigre blanco" simbolizan respectivamente las
energías celestes y terrestres. En otras tradiciones esas mismas
energías están representadas por el águila y la serpiente,
siendo su significado siempre el mismo: destacar la dualidad de dos tendencias
que aparentemente son irreconciliables, pero que misteriosamente se atraen
como los polos positivo y negativo de un imán, haciendo posible
de esta manera la "unión de los contrarios", de lo que
vuela y de lo que repta, de la vertical y la horizontal, aquello que en
términos alquímicos se designa como el andrógino
o rebis. Cuando esas dos energías se repelen provocan el caos y
la ruptura del equilibrio cósmico-telúrico (afectando entre
otras cosas a la fertilidad de la tierra), y cuando se atraen restauran
el equilibrio y la armonía, devolviendo a la tierra su fecundidad
en beneficio del hombre y de todos los seres vivos que alberga en su seno,
los cuales dependen enteramente de las interrelaciones entre "lo
de arriba y lo de abajo", ya sea desde el punto de vista material
o desde el punto de vista espiritual, aspecto éste que concierne
más especialmente al ser humano, intermediario entre el Cielo y
la Tierra.
En este sentido,
el lugar donde se concilian y unen las influencias celestes y terrestres,
simbolizadas
por el águila y la serpiente,
deviene un "centro", el cual era señalado también
por esas construcciones mencionadas anteriormente (los mound-builders,
etc.), y a las que habría que añadir el poste ritual, los
menhires, betilos y montículos de piedras (todos ellos auténticos "ejes
del mundo")(19), en torno a los cuales en muchas ocasiones
se construyeron las aldeas y posteriormente las ciudades. Este es
el caso de la civilización azteca, que edifica su primera ciudad, México-Tenochtitlan,
y con ella el germen de su imperio y civilización, gracias a que
sus sacerdotes y sabios avistan en una isla en medio de un lago a un nopal,
encima del cual se encuentra un águila atrapando una serpiente.
Esta es la señal que necesitan para encontrar "su centro,
su ubicación, y a partir de él es que han de crear su nación,
cumplir su destino como pueblo y como hombres, en la totalidad del
espacio y el tiempo que desde ese momento se ordenan y sacralizan,
es decir existen
verdaderamente.(20)
Asimismo, en la
tradición griega se cuenta la leyenda según
la cual Zeus envió desde los extremos oriental y occidental del
mundo dos águilas con el fin de que en el lugar donde éstas
se encontrasen fuese establecido el "centro del mundo" para
esa tradición. Dicho lugar no fue otro que Delfos, que ya era un
importante santuario y oráculo de la Diosa Tierra, simbolizada
por la serpiente Pitón (de donde el nombre de "pitias" dado
a las sacerdotisas de dicho oráculo), y centro también de
una civilización prehelénica que bajo el nombre de pelásgica
floreció en distintos lugares del Mediterráneo. Este episodio
contado por el mito relata en verdad una historia sagrada y señala
el cambio de ciclo de una tradición por otra, cambio ejemplificado
precisamente por la lucha del dios Apolo con la serpiente Pitón.
Pero por encima
de ese cambio cíclico (ligado como tal con el
devenir temporal), y que en un sentido toma el aspecto de lucha y enfrentamiento
entre dos civilizaciones, lo que se está dando a entender con este
episodio es esencialmente la idea de la interacción de dos energías
o principios cósmicos, que por un lado se repelen pero por otro
se atraen, pues constituyen la doble expresión de un mismo principio
(o como se dice en la Alquimia "dos naturalezas y una sola esencia"),
representados en este caso por Apolo, el dios solar, de naturaleza
expansiva y luminosa (yang), y la serpiente Pitón, que encarna las
potencias telúricas ligadas con lo femenino y las aguas generatrices,
y por tanto de naturaleza receptiva y oscura (yin). Esto está corroborado
por el hecho de que durante los ritos de fundación del templo de
Apolo en Delfos se depositara el ónfalos (la piedra oracular de
la que se decía era un betilo descendido del Cielo) encima de la
cabeza de la serpiente Pitón, que quedaba así atravesada
simbólicamente por ese eje que era en realidad el ónfalos
apolíneo, es decir que Pitón, o mejor lo que ésta
sintetizaba (el don profético y oracular de la Diosa Madre primordial)
quedaba integrado y asumido por la nueva civilización, pues sobre
aquella, sobre la anterior, puso ésta sus cimientos.(21)
De una u otra
manera, en todas las tradiciones encontramos el mismo tema, tratándose, como se trata, de algo arquetípico que
el ser humano, receptor y transmisor de la Tradición Unánime,
no puede soslayar pues está en la trama y la urdimbre con la que
se teje la Vida universal. Esto es lo que pasó, por ejemplo, con
el Cristianismo, que en tantas cosas fue el heredero de la tradición
greco-latina, y asimismo de las culturas que pervivían en el Occidente
europeo, especialmente la celta, como es evidente en todo lo que se refiere
a la saga y gestas iniciáticas del Grial, por no hablar de la llegada
a Inglaterra de los primeros cristianos encabezados por José de
Arimatea y Nicodemo, que asimilaron efectivamente parte de las tradiciones
locales, fundando posteriormente la primera iglesia de Inglaterra precisamente
en el mismo lugar donde siglos más tarde se construiría
la abadía de Glastonbury. En la tradición celta encontramos
también las mismas ideas en lo que se refiere a la relación
entre esos dos principios representados por el dios Apolo y la serpiente
Pitón. En dicha tradición tenemos el equivalente (incluso
etimológico) de Apolo en el dios Ablun (o Belen), mientras que
la serpiente Pitón equivale precisamente al dragón o serpiente,
llamado en inglés Worm, o Horm, palabra ésta que se encuentra
en la toponimia de muchos enclaves de Gran Bretaña, Francia y otros
países de origen celta, especialmente en lugares elevados o colinas,
en donde, y según los principios de la geomancia china (similares
a este respecto a los profesados por los druidas celtas) se concentra
con más intensidad la "corriente del dragón",
la cual, y como ya hemos dicho, tiene que ver con la fuerza vital que
fertiliza la tierra en determinadas épocas del año, especialmente
la primavera y principios del verano, cuando el astro rey, en el
hemisferio norte, alcanza su mayor apogeo.(22)
En esos lugares
elevados muchas veces se alzaban piedras que marcaban puntos significativos
en
el paisaje, y que, como en el caso de los túmulos,
los cairns o "montones de piedras"(23) prehistóricos
y los mound-builders norteamericanos, tenían también
una significación astronómica. En cualquier caso las piedras
alzadas en las colinas estaban indicando la unión de esos dos principios
a que nos estamos refiriendo, quedando ambos sintetizados en el "dragón
alado", que simbolizaba la "fusión", si así pudiera
decirse, de las energías celestes y terrestres.(24) En
efecto, la palabra Worm, o Horm, indica al dragón o serpiente alada
(o "serpiente emplumada" como el Quetzalcóatl precolombino),
y es notoria la similitud etimológica que dicha palabra tiene con
la de Hermes, cuyas dos serpientes aladas enroscadas en torno al eje central
están aludiendo a las mismas ideas, y recordaremos de pasada las
relaciones simbólicas que existen entre Apolo y Hermes-Mercurio,
y entre éste y Lug, otra deidad civilizadora y demiúrgica,
hasta el punto de que los lugares dedicados a este último(25) pasaron
a ser consagrados a Mercurio tras la conquista romana.
Abundando más en este simbolismo debemos recordar que entre los
griegos los "hermes" o "hermais" no eran otra cosa
que pilares de piedra situados en las encrucijadas de los caminos y los
centros de las plazas, donde el pueblo era invocado para escuchar las
palabras de la Sabiduría por boca de sus sacerdotes y hombres de
conocimiento, permitiendo así que esas palabras se expandieran
y propagaran por todo el país, región o comarca, es decir
por las cuatro direcciones del espacio, lo que desde luego era una forma
de transmisión de la enseñanza tradicional acorde con los
atributos de una deidad que como Hermes-Mercurio es patrón de los
viajeros y comerciantes.(26)
Como dijimos el
Cristianismo de los orígenes hereda gran parte
de esta simbólica, lo cual se traduce, entre otras cosas, por una
asimilación de los antiguos lugares sagrados de las tradiciones
precedentes, sustituyendo los nombres antiguos de esos lugares por otros
nuevos (si bien a veces se seguían conservando los mismos con leves
adaptaciones), pero cuyo significado espiritual y esotérico era
exactamente el mismo, con lo cual no se perdía lo esencial de sus
atributos. Al menos esto fue así hasta que con el tiempo el exoterismo
religioso acabó por imponer la rigidez de su dogmatismo haciendo
todo lo posible para borrar cualquier huella de lo que ese exoterismo
consideraba despreciativamente como "paganismo", extirpando
así (si bien no totalmente debido a que en ciertos lugares algo
pervive todavía en el folclore popular) la herencia de una memoria
que vinculaba al ser humano con la sacralidad de sus orígenes míticos
y atemporales.
El cristianismo
que penetra en las Islas Británicas asimila efectivamente
determinados elementos doctrinales conservados por los sacerdotes y teúrgos
druidas a través de los símbolos, los ritos y los mitos
cosmogónicos y metafísicos de su tradición, la cual
entronca directamente con la Tradición primordial. Como hemos visto
Glastonbury es un ejemplo claro de lo que estamos diciendo. Y lo mismo
ocurre con aquellos lugares consagrados a Worm, el dragón alado,
del que hemos indicado también su vinculación con Hermes.
Casi todos esos lugares, la sumidad de las colinas y los riscos, fueron
dedicados en época cristiana a San Miguel, que tan estrechas relaciones
tiene con las deidades solares de todas las tradiciones. Tengamos en cuenta
además que las ermitas, iglesias y santuarios enclavados en los "altos
lugares" están casi en su totalidad consagrados a San Miguel
arcángel, y en menor medida al caballero San Jorge y a Santa Margarita,
todos ellos considerados popularmente como "matadores de dragones".
Por otro lado, son sobradamente conocidos los distintos "Montes San
Miguel" que existen a todo lo largo y ancho de Europa, todos ellos
ligados entre sí por una geografía sagrada que antiguamente
tenía que ver fundamentalmente con la instauración de distintos "centros" transmisores
de las influencias espirituales en toda la Cristiandad.
En efecto, San
Miguel, como el Apolo délfico, el Ablun-Belen
celta y como Hermes-Mercurio, domina en los lugares elevados, donde la
tierra y sus energías se subliman en una transmutación que
es atracción hacia lo alto al encuentro con las energías
celestes que descienden también en las cúspides de las montañas
y penetran en su interior, en la caverna, lugares ambos eminentemente
hierogámicos. Todo esto remite a un simbolismo primordial, pues
toda montaña (como el árbol), y especialmente aquellas consideradas
como sagradas son, propiamente hablando, una imagen natural del Eje del
Mundo, de la "montaña polar" de los orígenes,
que los hindúes llaman Meru, los antiguos persas Alborj, los griegos
Olimpo (sede de los dioses), los chinos el monte Kuen-Lun, Montsalvat
entre los caballeros del Grial, entre los egipcios el Set Amentet (el
monte a través del cual se llegaba a la celeste "tierra del
triunfo", otra denominación de la "tierra solar"),
entre los aborígenes australianos Uluru (o Ayers Rock), etc.(27)
En la montaña
(de las que las piedras, betilos y menhires no son sino miniaturas)(28) así como en la caverna o gruta
(o su equivalente el dolmen y otros semejantes entre las construcciones
megalíticas), se concentra más en particular el "espíritu
de la Tierra" (inseparable del "espíritu del Cielo" como
estamos viendo), de tal manera que constituyen una imagen completa de
la cosmogonía. Montaña y caverna representan respectivamente
los principios activo y pasivo de la manifestación, ejemplificados
en sus formas respectivas: mientras la montaña tiene forma fálica,
la caverna evoca el órgano femenino, y también la matriz,
lugar de gestación y nacimiento del nuevo hombre en la perspectiva
iniciática. Recordemos que Hermes nace en una cueva situada en
la cima del monte Cilene, y lo mismo podemos decir de Cristo, e incluso
de Mitra, nacido de una piedra, la "piedra generadora", análoga
a la "Madre Generadora" o Mater Genitrix, lo que desde
luego nos remite al simbolismo de los hombres nacidos de las piedras,
como se relata en la leyenda griega de Deucalión. De hecho, las
grutas y cavernas son receptáculos eminentes del espíritu
de la Madre Tierra, revestidas de una sacralidad reconocida desde los
tiempos más remotos, sacralidad que se acrecienta, si cabe, cuando
de esas cavernas mana el agua vivificante surgida de las "entrañas" de
la Diosa, de su seno purificante y regenerador.
Efectivamente,
en la cosmogonía de muchos pueblos los ríos
sagrados manan del útero de la Gran Diosa, y las propias cavernas,
pozos y fuentes son asimilados a su "vulva" o "vagina".
Antes mencionamos al santuario de Delfos, y justamente esta palabra quiere
decir útero (delphis), de donde procede también delfín
(el pez que salva a los náufragos), una imagen del cual figuraba
junto al trípode donde la pitia revelaba los oráculos. Es
interesante advertir, a este respecto, que el trípode tenía,
como su palabra indica, forma triangular, figura geométrica que
cuando aparece con el vértice hacia abajo, es un símbolo
de la matriz y de la caverna, y asimismo del corazón, palabra que
en sánscrito tiene la misma raíz etimológica que
gruta o cripta.(29) El triángulo, o el Delta, tiene así un
significado que se refiere directamente a la idea de generación
espiritual: nacer del Delta es "nacer de lo alto", de la matriz
de la Madre Celeste (que se corresponde con Binah, la Inteligencia,
la tercera sefirah del Arbol cabalístico), y que en uno
de sus aspectos es también la "Diosa del fondo de los mares",
como bien lo indica la Kwan-yin taoísta (análoga
a Venus-Afrodita nacida de la espuma del mar), que precisamente aparece
en la iconografía apoyando sus pies sobre un delfín.
Existe, en este
sentido, toda una simbólica referida a la búsqueda
de esa Madre Primordial generadora del ser, lo que implica previamente
un "descenso al fondo de los mares", simbolismo ciertamente
análogo al "descenso al interior de la tierra", es decir
al mundo subterráneo, que en cualquier caso, y desde el punto de
vista iniciático que nada tiene que ver con lo religioso,(30) es
un paso necesario para quien aspira ser recibido en la Ciudad Celeste,
pues mediante ese descenso en la caverna (que es el interior de nuestra
propia conciencia como bien nos lo dice Dante) se trata de "desanudar" los
lazos que nos unen al mundo profano y todo lo que éste representa:
la tierra yerma y estéril que es pérdida y olvido de nuestra
verdadera identidad. Para recuperar esa identidad, para no beber las aguas
del olvido y sí las de la memoria y el recuerdo del Sí mismo,
se hace imprescindible liberarnos de esos lazos, invocando para ello a
las fuerzas disolventes asociadas también con lo femenino en su
aspecto abisal, es decir a la naturaleza indiferenciada y caótica,
aquello que en la Alquimia se designa, entre otras expresiones, precisamente
como el "disolvente universal" o el "dragón terrestre" que
todo lo devora, excepto lo que no pertenece verdaderamente a este mundo
y que en el ser humano es su germen o núcleo de inmortalidad, el "lazo" con
sus estados superiores, el renacimiento en un "cuerpo intelectual" que,
como nos dice el Corpus Hermeticum, no tiene color, ni es tangible
ni mensurable, ni puede ser visto con los ojos: el "arraigo" profundo
y permanente en la verdadera Tierra Nutricia que es, en esencia, la Diosa
Sabiduría. |