
La Vía Láctea, por Jacopo Tintoretto.
Londres, National Gallery
El Espíritu de la Tierra
Notas sobre la Geografía Sagrada
I (*)
Francisco Ariza ︎⤤
La tierra no es un cuerpo sin vida sino que contiene
un
espíritu que es su vida y su alma. Todos los seres creados, comprendidos
los minerales, extraen su fuerza del espíritu de
la tierra. Este espíritu es vida: nutrido por las estrellas, alimenta
a todos los seres vivos que cobija. Por el espíritu recibido de lo alto,
la tierra incuba los minerales en su seno como una madre calienta en su vientre
al futuro recién nacido.
Estas
palabras del célebre alquimista Basilio Valentino resumen en realidad
lo que piensan todas las culturas tradicionales acerca de la Tierra como
una matriz donde se genera, gracias a los influjos sutiles emanados de los
cuerpos celestes, todo lo que en ella habita y nutre como
una Madre, la Mater Genitrix, personificada en las distintas diosas de
la Tierra: Rea, Deméter, Gea, Murcia, etc. Las
leyes de las analogías y las correspondencias simbólicas actúan
a todos los niveles: en el mundo físico también. Por eso en la
Cosmogonía de muchos pueblos (y también en la Alquimia) se considera
que las piedras y metales que se encuentran en el interior de la Tierra sufren
el mismo proceso de
gestación, crecimiento y maduración que sigue el ser humano en
el vientre materno, pero según el modo y carácter de su mundo,
en este caso el mundo mineral. Se trata éste del plano de las solidificaciones
más densas (relacionado por
tanto con la energía de tamas) pero al mismo tiempo también
es capaz de recoger y albergar en la íntima oscuridad de su seno la luz
proveniente de los cuerpos celestes (luz
relacionada a su vez con la energía de sattwa), que tras una prolongada "transmutación",
y mediante
un "matrimonio" con la substancia nutricia terrestre, produce el milagro
de la "luz mineral", cristalizada en sus indefinidos matices, texturas,
colores y formas. Como dice la cita de B. Valentino los minerales (y metales)
son también criaturas, es decir que expresan y simbolizan a su modo aspectos
y cualidades
del Ser universal, y también del ser humano, es decir tanto del macrocosmos
como del microcosmos, de lo cual nos
dan buena cuenta los distintos "lapidarios" que han llegado hasta nosotros
a través de la Alquimia medieval y renacentista. Recordemos por ejemplo
las correspondencias entre los signos zodiacales y determinadas piedras, las
cuales "concentran" las energías y propiedades de dichos signos,
como
si se trataran de auténticos talismanes.
Otro ejemplo lo
tenemos en la relación de magia simpática
(en la que se basa la Magia Natural) entre los planetas y los metales,
estudiada en profundidad por la Alquimia y la Astrología, o sea
por la Cosmogonía Hermética, que considera a estos últimos
(los metales) las emanaciones materializadas de las energías sutiles
de los planetas (es decir de sus deidades), energías que encuentran
también sus correspondencias y analogías con los estados
psicológicos y espirituales del ser humano, tal y como nos recita
el alquimista Stolcius en estos versos:
He aquí el cuadro/ de los tesoros ocultos de la tierra/ He
aquí cómo los astros de los cielos/ están encerrados
en el corazón de las montañas/ La tierra contiene/ sus
propios planetas/ a quienes los elementos/ ofrecen sus cualidades y
potencias/ Si tú albergas alguna duda/ observa atentamente todos
los metales/ y el Cielo te ayudará a comprender.
Y lo mismo podemos
decir de los otros dos reinos de la naturaleza: el vegetal y el animal,
expresión viva también de esa
interrelación cósmico-telúrica. Recordemos, en
este sentido, la importancia otorgada a determinadas plantas y animales
en la cosmovisión de todos los pueblos tradicionales y arcaicos,
muchos de los cuales concebían al universo como un inmenso Arbol
(el Arbol de la Vida), imagen diáfana del "Eje del Mundo" y
cuya copa, tronco y raíces están señalando los
tres planos o niveles cósmicos: Cielo, Tierra e Inframundo. También
se visualiza como el cuerpo de un animal gigantesco, generalmente una
tortuga, pez, serpiente, dragón o lagarto, tal el caso de las
culturas precolombinas, como la Maya por ejemplo, en la que se menciona
a Itzám Ná, el dios lagarto "que crea, conserva
y transforma el mundo para volver a generarlo, siendo considerado como
señor del tiempo y también del fuego, como principio original
siempre renovable"(1). Asimismo, en la propia tradición
alquímica y occidental nos encontramos con el Uroboros,
la serpiente o dragón que muerde y devora su cola, es decir a
sí mismo, regenerándose a perpetuidad como el cosmos,
al que también simboliza. Y no podemos olvidarnos de la tradición
china, donde el dragón desempeña, junto con el tigre,
un papel fundamental en su cosmogonía como más adelante
veremos. En fin, el mismo Zodíaco, de indudable carácter
cósmico y celeste, no quiere decir sino "rueda de los animales",
o "rueda de la vida".
A los ojos de
la Cosmogonía Perenne, las potencias del mundo
invisible (desde los espíritus elementales(2) hasta
los dioses intermediarios y celestes) se revelan al mundo visible
a través de los distintos reinos de la Naturaleza, y de esta misma
tomada en su totalidad, lo que incluye todo lo que se relaciona con
los fenómenos terrestres y atmosféricos, y desde luego
al propio Cielo con sus constelaciones (boreales, australes y zodiacales),
planetas y estrellas, hecho éste que conocían perfectamente
nuestros antepasados por estar dotados de una mentalidad simbólica
y analógica que los hombres de hoy en día hemos reducido
a la mínima expresión, y ciertamente sólo ejercitada
al nivel más literal, lo que nos ha conducido al "aislamiento" con
respecto al Alma y el Espíritu del Mundo. Todos los planos de
la existencia, corporal, anímico y espiritual, si bien están
jerarquizados (el espíritu es superior a la psique y ésta
es superior al cuerpo) son simultáneos e interactúan entre
sí, estando como están comprendidos dentro de un Ser único
e indisoluble.(3)
No es necesario
decir que esa concepción unitaria del cosmos
propia de todas las culturas tradicionales sin excepción choca
inevitablemente con nuestra visión actual del mundo, constituida
por una multitud de fragmentos dispersos sin relación entre sí,
y sumamente limitada al estar huérfana de todo aquello que de
una u otra manera hace referencia a la realidad de lo sagrado, de lo
metafísico y lo supracósmico: realidad que precisamente
es la que constituye el meollo y el ser mismo de las antiguas civilizaciones,
y por tanto de la mayoría de los hombres y mujeres que las integraron,
los cuales crearon las estructuras de su sociedad y su concepción
del mundo de acuerdo a las ideas y principios derivados de la Filosofía
Perenne, –también llamada Ciencia Sagrada o Tradición
Unánime– la que está todavía viva a pesar
de todo, aunque oculta por las apariencias de este mundo ya totalmente "exteriorizado" y "periférico".
De hecho, las ciencias racionalistas, empíricas y materialistas
que arrancan con fuerza a partir del siglo XVIII y que originaron la
civilización actual, y por tanto la mentalidad del hombre contemporáneo,
se desvincularon de esos principios, y al hacerlo fueron perdiendo poco
a poco todo carácter simbólico y sagrado, y con ello la
posibilidad de continuar transmitiendo una enseñanza que en sí misma
siempre ha sido una iniciación a los misterios, o mejor al Misterio,
del cosmos, de la naturaleza y del hombre. En verdad el símbolo
comunica dos realidades entre sí, actuando como intermediario
entre el mundo de "abajo" y el mundo de "arriba",
entre lo visible y lo invisible, lo que hace posible la cohesión
de la Manifestación universal, o sea de la Vida en su más
amplia expresión. Asimismo, y como nos dice la Cábala
hebrea (y con ella todas las cosmogonías) esa misma Manifestación
se divide en tres (o cuatro) planos, siendo el más inferior precisamente
el mundo físico, que sin embargo es el "recipiente" que
recoge los efluvios emanados de los mundos superiores.
De ahí que, como dijimos más arriba, la Tierra, y la
Naturaleza en su totalidad, sean una "matriz" donde lo de "arriba",
lo celeste, los mundos superiores, se concretan en lo de "abajo",
en lo terrestre, en los mundos inferiores, que aparecen así como
un reflejo invertido de aquellos, como la última emanación
de un proceso iniciado en la Unidad primordial, tal y como nos enseña
precisamente la Cábala a través de las sefiroth del
Arbol de la Vida, en donde ese mundo inferior (llamado Asiyah),
la Tierra o la Naturaleza, es el soporte, el fundamento verdaderamente,
que nos permite ascender, y retornar, a los mundos superiores.(4)
Ese carácter sagrado y numinoso de la Naturaleza nada tiene
que ver entonces con el vacuo "naturalismo ecológico" (en
cualquiera de sus variantes: tipo "comunidades Gea", "arco
iris", etc.), tan caro a la new age, o bien como un hecho
estético teñido de "romanticismo", o cosas semejantes,
que tan alejadas están de esa otra concepción propia de
determinados pueblos "primitivos" todavía vivos, como
por ejemplo los aborígenes australianos (pero no sólo
ellos), que consideran que su templo, que su recinto sagrado es la propia
Tierra, como emanación del "Tiempo de los Sueños",
nombre dado en esos pueblos a la Ciudad Celeste, al tiempo virginal
de los orígenes donde habitan los dioses creadores y los antepasados
míticos, los cuales continúan manifestándose y
dejando la huella de su presencia indeleble en determinadas rocas, manantiales
de agua, pozos, ríos, cuevas, montes, es decir en las formas
del paisaje y la geografía de su territorio, que conserva así un
carácter permanente de sacralidad. Desde esa óptica, desde
esa visión del mundo como un hecho nacido del canto y la palabra
de los dioses, la revelación del espíritu está siempre
inmanente en el corazón del hombre, que contempla una roca, un árbol
o una montaña no como un objeto que está "fuera" de él,
sino con la convicción plena de que cada uno de ellos es la expresión
tangible de una energía, de una potencia, de una fuerza, de
un numen,
que brota de lo más profundo y le revela un aspecto esencial
de su ser, de su geografía interior vinculada con la totalidad
de la creación. Como decía el pitagórico Porfirio
la tierra física no es otra cosa que el símbolo de lo
que es la tierra en sí misma.
Existen también símbolos específicamente iniciáticos
especialmente diseñados para favorecer ese "tránsito" de
un mundo a otro, una puerta que abra a la posibilidad de vivir de acuerdo
a una cosmogonía que siempre es necesaria para trascenderla,
pues no deja de ser un medio, como el propio símbolo, para llegar
a ser uno con la Realidad que refleja.
Remitiéndonos a la cosmogonía de los aborígenes
australianos, existen en este sentido determinados símbolos donde
se plasma esa geografía del mundo sutil que evoca el recorrido
que hicieron los dioses en el origen del tiempo, recorrido que son las
sendas que unen entre sí los distintos centros sagrados que surcan
todo el territorio. Hablamos concretamente de los tjuringas,
piedras sagradas donde aparecen grabados por ambas caras una serie
de líneas y círculos que reproducen aquellas sendas y los
centros de la geografía sagrada por donde transitaron y transitan
los dioses, y con los que se comunican los hombres por medio de la invocación
ritual y la concentración en los diseños geométricos
del tjuringa, diseños que guardan un cierto parecido con
el esquema del Arbol de la Vida cabalístico, también una
guía o mapa del cosmos y del alma humana.
La concepción sagrada de la geografía, nacida de la íntima
convicción de la tierra como el cuerpo de la Gran Madre Universal,
es el motivo principal del por qué en todas las sociedades tradicionales
sin excepción cualquier modificación que se hiciera sobre
el medio natural hubiera de estar previamente enmarcada por la acción
de los ritos apropiados, llevados a cabo por sus sacerdotes, teúrgos,
magos y chamanes, y siempre de acuerdo con la voluntad de los dioses
y de sus energías intermediarias, entre las que debemos contar
las zodiacales y planetarias, es decir las astrales, y que son las que
impregnan, marcan o signan con su presencia sutil el "alma" de
una determinada región o territorio, presencia que el ser humano
es capaz de percibir como un aspecto de sí mismo, ya sea que
se manifieste en su dimensión superior o inferior, uránica
o telúrica, y cuando es en este último caso a esa energía
se le ha dado en llamar el "genio del lugar", relacionado
con lo que fueron entre los romanos los dioses lares, penates y genius.
Hemos de tener en cuenta, en este sentido, que desde el punto de
vista hermético y tradicional entre el hombre y la tierra que este
habita existe una relación sutil sustentada en la armonía
intrínseca que existe entre todas las cosas, de tal manera que
un ser humano también "recibe" como parte de su herencia
psíquica y espiritual (ya sea en su nacimiento o no) las influencias
sutiles de las deidades presentes en aquella tierra. De aquí entonces
la importancia otorgada antiguamente a los ritos de "sacralización" de
la tierra, pues gracias a ellos las energías de las deidades
invocadas quedaban de alguna manera "fijadas" en el lugar
determinado, dándole a éste su carácter y su especificidad,
siempre en relación con la naturaleza y las cualidades de dichas
deidades. Cuando éstas eran las celestes, esos ritos ejercían
una acción "sobrenatural" sobre el medio geográfico, "transmutándolo" en
una dimensión superior y convirtiéndolo verdaderamente
en un reflejo directo de su arquetipo: la "Tierra Celeste".(5)
Es evidente que
hoy en día nos cuesta entender todo esto, entre
otras razones porque concebimos al espacio y al tiempo como homogéneos
y cuantitativos, ignorando sus aspectos cualitativos, simbólicos
y metafísicos, que son precisamente los que conocían las
antiguas sociedades tradicionales y aplicaban, por ejemplo, en los ritos
de localización y posterior fundación de las ciudades,
de las viviendas y los templos, ritos que derivaban de la utilización
de aquello que en el Hermetismo se denomina el arte y ciencia de
la Geomancia, y que en otras tradiciones y culturas ha recibido
diferentes nombres, pero siempre referidos a las mismas ideas y principios. *
* *
Robert Fludd, en su Tratado de Geomancia,
habla de esta ciencia como la Astrología terrestre, y en verdad así la considera
también la tradición china o extremo-oriental, que da
a la geomancia el nombre de Feng-Shui, del que se dice en el
Programa Agartha(6) que "estudia las energías de
la naturaleza en su íntima relación con la Tierra",
añadiendo a continuación que la ciencia de la geomancia "está estrechamente
vinculada con la Geografía Sagrada". En efecto, a los ojos
de esta ciencia simbólica que es la Geografía Sagrada,
las montañas, cavernas, valles, islas, mesetas, ríos,
océanos, mares, lagos, cascadas, desiertos, etc., son " símbolos
de ideas arquetípicas, o mejor, de 'otras cosas' existentes también
en el mundo de lo invisible, de lo espiritual"; o lo que es lo
mismo, de aspectos de la geografía interior del ser humano, de
estados del alma, constituyendo, como hemos visto más arriba,
los jalones de su itinerario espiritual, que incluye la búsqueda
y posterior vivencia en la "Tierra Celeste", en la "Tierra
Mítica", de sus orígenes atemporales, que son contemporáneos
de cualquier época histórica, siendo el nexo de unión
con esa Tierra, con esa realidad arquetípica y "sobrenatural" en
el sentido exacto de la palabra, precisamente el Símbolo, o sea
la Tradición, cualquiera que ésta fuese, pues siempre
será una emanación de esa Realidad superior.
En este sentido,
hemos de decir que toda tradición tiene una
Imagen prototípica de la "Tierra Celeste", y muchas
veces esa Imagen, que es propiamente la Cosmogonía, ha sido proyectada
incluso en el paisaje y el medio natural (como fue el caso, entre otros,
de la tradición china a través de la práctica de
la geomancia), cambiando su configuración siempre que fuera necesario
para adecuarlos en lo posible a aquella. Desde esta perspectiva todas
las formas que aparecen en el cielo y en la tierra, en la cosmografía
y la geografía, constituyen un conjunto único pero jerarquizado,
siendo la segunda, la "réplica" de la primera, hasta
el punto de que, como afirma la geomancia china, los picos de las montañas
son las estrellas y los ríos y océanos la Vía Láctea.
Baste recordar en este sentido que entre los egipcios el Nilo representaba
también la Vía Láctea (el Nilo Celeste), lo cual
desde luego no es una "manera de decir" más o menos "metafórica",
sino que realmente era así, como lo es, en otro contexto, que
el Camino de Santiago sea igualmente (y ya desde tiempos precristianos)
esa misma Vía Láctea, y que Compostela, donde culmina
ese camino, quiera decir exactamente "campo de estrellas".
Si esto no fuera así, es decir una realidad que puede ser concebida
y vivida por el ser humano en su integridad, no tendría ningún
sentido la idea tradicional de los "centros espirituales" o
de las "tierras santas".
Por otro lado,
aunque hablemos más en particular de la geomancia
china (Feng-Shui), esto no quiere decir que dicha ciencia, como
un aspecto de la Geografía Sagrada, no haya sido practicada en
realidad por todas las culturas y civilizaciones tradicionales, y los
ejemplos que podríamos dar son muchos, como el de la civilización
egipcia, que consideraba a su país como la imagen misma del Cielo.
Lo que sucede es que las ideas relacionadas con la geomancia, en sentido
estricto, han llegado hasta nuestros días más claramente
definidas a través de los fragmentos dejados por la tradición
china, reconociendo, eso sí, que los principios que conforman
ese arte son exactamente los mismos que en otros tiempos fueron patrimonio
de toda la humanidad. Y desde luego esos mismos principios también
están presentes en la Alquimia occidental, por tratar ésta
como hemos dicho anteriormente de los procesos internos del ser humano
en analogía y correspondencia con los procesos de los tres reinos
de la naturaleza, es decir con la vida de la Tierra, con su Geología
(un nombre también de la geomancia como leemos en el Programa
Agartha), con sus ritmos y ciclos en perfecto acuerdo con los ritmos
y ciclos de los astros.
Dicho esto, debemos
señalar
que el Feng-Shui ha sido
definido como "el arte de adaptar la morada de los vivos y de los
muertos a fin de establecer una cooperación y una armonía
con las corrientes del soplo cósmico", soplo o "hálito
vital" que es llamado chi, o k'i, en la geomancia
china (en todo semejante al "soplo de Brahma" en el hinduismo
y al ruah de la Cábala), que sostiene y ordena la creación
entera mediante el expir y el aspir universal, las dos fases del ritmo
cósmico, activa (yang) y pasiva (yin), presente
en todas las cosas manifestadas en el Cielo y la Tierra, incluido
naturalmente el hombre, el microcosmos, que está ligado a esas dos fases mediante
el ritmo acompasado de su respiración y los latidos de su corazón.
Apuntemos, en
este sentido, que el término Feng-Shui significa
literalmente "viento-agua", afirmándose que es algo "impalpable
como el viento, e inasible como el agua". Esta definición
indica claramente el carácter sutil de la geomancia, y a pesar
de esa sutilidad (o quizá por ello) el viento y el agua son los
elementos que más inciden en la modificación del paisaje,
o dicho de otra manera: que esos elementos vendrían a ser como
los dos "instrumentos" que modelan las formas de la Tierra
en concordancia con el ritmo y la armonía cósmica. El
geomántico debía entender ese "lenguaje" de
la naturaleza, y contribuir con su arte y su ciencia a perfeccionarlo
de acuerdo al modelo cosmogónico revelado por su tradición.(7)
A este respecto debemos decir que todo el sistema del Feng-Shui,
su fundamento teórico y doctrinal, está sintetizado en
el llamado "círculo geomántico", verdadero mandala
y esquema simbólico del cosmos. Desde luego no es nuestra intención
describir pormenorizadamente toda esa simbólica,(8) pero
sí queremos señalar algunos aspectos de su estructura,
y sobre todo insistir en el hecho de que este esquema es, con sus características
propias, análogo a los de otras tradiciones, ya que todos ellos
reposan sobre un conjunto de proporciones numéricas y módulos
geométricos que podemos denominar arquetípicos, o sea
derivados de los principios universales, y que están prefigurados
ya en las formas del Cielo y de la Tierra, y por consiguiente en el
conjunto entero de la Naturaleza. En el centro del círculo geomántico
aparece el "compás magnético", y en torno a él
se van trazando un total de dieciocho círculos concéntricos,
en cada uno de los cuales se encuentran diferentes divisiones donde
se disponen letras y símbolos específicos que sirven al
geomántico para determinar las cualidades sutiles y las influencias
que actúan sobre el paisaje o porción de terreno donde
se pretende edificar, ya sea un templo, una casa o una tumba.
Esas influencias
están relacionadas con las distintas corrientes
magnéticas que discurren por la corteza terrestre, y que hacen
que la Tierra, a nivel físico, esté sujeta a las leyes
bipolares (yin-yang) que rigen el cosmos en cualquiera de sus
manifestaciones. Esas corrientes magnéticas son llamadas por
los geománticos chinos las "sendas del dragón",
las cuales varían la intensidad de su fuerza según las
diferentes posiciones que los cuerpos celestes, especialmente el Sol,
la Luna, los planetas y ciertas constelaciones, tienen con respecto
a la Tierra, ya sea durante el transcurso del año, es decir según
las estaciones, o a lo largo del día según las horas,
lo que indica que dichas sendas están en perfecta correspondencia
con las "vías del Cielo". A todo esto hay que añadir
las influencias que proceden de las corrientes de agua que fluyen por
el interior de la tierra, así como de aquellas que provienen
de las fallas geológicas, de las vetas minerales y metalúrgicas
y del propio magma terrestre, es decir del fuego interior del planeta,
del mundo subterráneo, sacado al exterior por los volcanes. Todas
esas corrientes, accidentes y fenómenos naturales propician la
fertilidad de los lugares por donde fluyen, es decir que representan
la savia que irriga y vivifica el cuerpo de la Madre Tierra,(9) cumpliendo
la misma función que en el cuerpo humano tiene la corriente sanguínea
vehiculada por las venas. Las "corrientes cósmicas",
o "vías del cielo", están simbolizadas en la
tradición china por el "dragón azul", de naturaleza yang,
positiva y activa, mientras que las "corrientes telúricas",
o "vías de la tierra" se simbolizan con el "tigre
blanco", de naturaleza yin, negativa y pasiva. El lugar
donde ambas corrientes celeste y terrestre se conjugan de manera
armoniosa es el idóneo para construir.
Hemos de decir
que el plano donde se inscribe el círculo geomántico
representa a la propia tierra, que actúa efectivamente como un
espejo donde se refleja el cosmos entero. Dicho esquema reposa sobre
algunos símbolos principales.
En primer lugar
debemos considerar el círculo más interior
que rodea al compás magnético. Allí encontramos
a los ocho trigramas del I-Ching, que surgen de las diferentes
combinaciones entre los dos grandes o principios cosmogónicos,
a saber: el Cielo y la Tierra (equivalentes al Purusha y a la Prakriti hindú,
a la Esencia y a la Substancia universal), y a los que hay que añadir
seis elementos más: trueno, viento, fuego, océano, agua
y montañas.(10)
Tenemos asimismo
el Sol y la Luna, como los dos regentes del día
y de la noche; se reconoce la enorme importancia del primero en cuanto
que es el rey de su sistema, al que vivifica con su luz y calor. Pero
además el Sol tiene una relación especial con el Zodíaco,
por cuanto que es su paso por cada uno de los signos (dispuestos alrededor
de la eclíptica) lo que permite actualizar las cualidades de
todos y cada uno de ellos y hacer que éstas se desplieguen sobre
la tierra, influyendo en el hombre, en el microcosmos. En cuanto a la
Luna, está especialmente vinculada con las 28 constelaciones
que se encuentran también a lo largo de la eclíptica,
y a través de las cuales nuestro satélite se traslada
mensualmente. Hemos de decir que este círculo, que representa
en realidad la órbita lunar, es el más externo de los
dieciocho de que se compone el círculo geomántico, y se
utiliza principalmente para determinar los influjos que la Luna y los
de cada constelación ejercen también sobre el hombre y
sobre cualquier lugar de la Tierra.
Esos influjos son desde luego de orden sutil, como lo son aquellos
que provienen de las siete estrellas de la Osa Mayor, consideradas como
las siete rectoras del cielo.(11) En efecto, en su movimiento
diario en torno de la estrella Polar, la Osa Mayor rige los cuatro
orientes celestes, determinando también las cuatro estaciones del tiempo
gracias a las distintas posiciones de su cola, que al comienzo de cada
estación se dirige a un punto cardinal diferente. Observada lógicamente
desde el hemisferio norte de la tierra, cuando al llegar la noche la
cola de la Osa Mayor apunta hacia el este, esto quiere decir que es
primavera en todo ese hemisferio; y cuando apunta hacia el sur es que
llegó el verano; y si es al oeste se entra en el otoño;
y si lo es al norte en el invierno. Esa posición central en el
cielo le permite asimismo "dirigir" los movimientos ordenados
de todas las constelaciones, incluidas las zodiacales, y desde luego
su influencia se deja sentir en las revoluciones del Sol, la Luna y
los cinco planetas, y a través de ellos en los cinco elementos
de la naturaleza terrestre, como veremos a continuación. Es por
eso que en los textos taoístas se dice que la Osa Mayor en su
movimiento "hace girar la manifestación entera", desplegando
así, gracias a las alternancias e interrelaciones entre el yin y
el yang, entre el principio femenino y el masculino, todas las
posibilidades contenidas en dicha manifestación.
En efecto, no
menos importantes en cuanto a las analogías y
correspondencias existentes entre los distintos planos que componen
y hacen posible la Armonía del Mundo son las influencias procedentes
de cada uno de los cinco planetas: Júpiter, Marte, Saturno, Venus
y Mercurio, que a su vez están en correspondencia con los cinco
elementos o "agentes naturales", respectivamente: madera,
fuego, tierra, metal y agua, los cuales actúan directamente sobre
los cuerpos físicos, modificándolos a través del
ciclo de las coagulaciones y las disoluciones. Por lo tanto, el juego
de armonías y desarmonías, condensaciones y disipaciones,
que tanto a nivel físico como sutil entretejen entre sí las
energías planetarias se traslada a la tierra por intermedio de
esos cinco elementos, de sus intercambios y permutaciones incesantes.
Diremos que pese al número y a ciertas coincidencias en la terminología,
a estos agentes naturales no hay que confundirlos con los cinco elementos
clásicos: éter, fuego, aire, agua y tierra, empezando
por el hecho de que éstos no tienen una correspondencia directa
con los cinco planetas, como sí ocurre con los elementos que
trata la geomancia china.
La madera y el
agua son compatibles, como lo son Júpiter y
Mercurio, pero no el metal y el fuego, es decir Venus y Marte, que sí son
compatibles respectivamente con Saturno, la tierra, y Júpiter,
la madera, puesto que esta última alimenta el fuego, etc. Asimismo
el orden de sucesión que aquí se da de los planetas (Júpiter,
Marte, Saturno, Venus y Mercurio) tiene que ver precisamente con su
orden de producción o de coagulación: la madera produce
el fuego, el fuego produce la tierra, la tierra produce el metal, el
metal produce el agua y el agua produce la madera, y así sucesivamente,
generando el ciclo vital de la naturaleza, que también incluye
un orden en cuanto a sus disoluciones, puesto que el metal destruye
la madera, la madera destruye, o en este caso absorbe, la tierra, la
tierra absorbe el agua, el agua destruye el fuego y el fuego destruye
el metal. Por otro lado, si nos fijamos bien, en ese orden la tierra
(Saturno) está en el medio o en el centro, y en esa posición
aparece cuando a estas fuerzas naturales se las hace corresponder con
la cruz de los puntos cardinales y las estaciones del tiempo, en donde
la madera (Júpiter) se vincula con el este y la primavera, el
fuego (Marte) con el sur y el verano, el metal (Venus) con el oeste
y el otoño, el agua (Mercurio) con el norte y el invierno, y
finalmente la tierra (Saturno) con el centro, posición que en
este caso está queriendo señalar el papel de fundamento
y estabilidad que tiene la Tierra (como principio cosmogónico)
en la tradición china y que se simboliza con el cubo, precisamente
la forma geométrica que mejor sugiere esa idea de fundamento
y estabilidad. |