Reseñas

Pernoud, Régine: San Martín de Tours. Ediciones Encuentro, Madrid 1996. 164 págs.

La autora tiene el mérito de situar al lector en el momento histórico en que vivió el personaje tratado, de forma tan vívida y cercana que uno no puede sino sumergirse en ese medio, respirando acontecimientos sociales, económicos, políticos, religiosos, culturales, espirituales, en suma una inmersión en un tiempo anterior, en este caso el siglo IV al que nos acerca de modo sorprendente.

Esta biografía de Martín de Tours, nos dice la autora, se basa en la escrita por un contemporáneo del santo: Sulpicio Severo. Del que señala: "Sulpicio Severo era guapo, joven y rico. Vivía en la ciudad de Burdeos, muy próspera en el siglo IV, donde realizó estudios superiores." Amigo de otro romano convertido al cristianismo: Paulino de Nola, abogado igual que él, perteneciente a la nobleza romana y muy cercano al emperador Valentiniano II. Ambos se despojan de sus bienes siguiendo la llamada del Evangelio. La biografía en cuestión fue un best seller en una época en que los libros eran copiados a mano.

En el siglo IV el emperador Constantino declara el cristianismo religión oficial del imperio. En él vivió también otro conocido emperador: Juliano a cuya guardia personal perteneció Martín y a quien se enfrentó en un episodio notable recogido en este volumen: 

Mientras los bárbaros invadían las Galias, y el césar Juliano concentraba su ejército…, se distribuyó un donativum a los soldados. 

La costumbre era llamar uno a uno a los soldados de la guardia y nos dice la autora que cuando le llegó el turno a Martín, este pidió su licencia definitiva y le dijo al César: 

– Hasta hoy he sido tu servidor permíteme ahora ponerme al servicio de Dios (…). Yo soy soldado de Cristo, no puedo luchar.

El emperador le tachó de cobarde y de escudarse en su fe, a esto respondió Martín: 

– Si se imputa mi actitud a la cobardía y no a la fe, mañana me pondré en primera fila sin armas… 

El emperador le tomó la palabra, mas a la mañana siguiente los invasores germanos enviaros mensajeros para negociar la paz. Y ahí terminó la vida de Martín como soldado romano.

Lo más conocido de su vida es el episodio ocurrido cuando, siendo aún soldado, partió en dos su capa dándole la mitad a un pobre para que se protegiera del frío. La clámide de color blanco era el uniforme de la guardia de élite del emperador a los que llamaban candidati: vestidos de blanco. La parte superior de este abrigo estaba forrada de piel de cordero, al parecer esta es la que Martín cortó y dio al pobre.

Hay otro episodio anterior que queremos destacar. A la edad de diez años se fugó de la casa paterna y estuvo dos días desaparecido, tras su vuelta se negó a decir nada de lo que había hecho, tiempo después se sabrá que pasó esos días en una iglesia haciendo preguntas, pues quería recibir el bautismo.

El siglo IV con la libertad de culto en el imperio, parecería un momento propicio al cristianismo, sin embargo señala R. Pernoud: “contra toda expectativa la Iglesia se desmoronaba”. Comienzan los movimientos heréticos y las reacciones oficiales, uno de estos es el Arrianismo que cuestiona la trinidad como una y trina, y que se extendió prácticamente por toda la cristiandad.

En 325 se celebra en Nicea el primer concilio, el cual es apoyado por Constantino, para tratar el tema de si verdaderamente el Hijo es Dios. Las palabras de Gregorio de Nisa sobre este asunto reflejan claramente la situación: 

– Entremos en casa del cambista, del panadero o en las termas. Os preguntarán si el Padre es más grande que el Hijo o si el Hijo salió de la nada.

La discusión se extiende y divide el mundo cristiano, a lo que colabora sobremanera el hecho de que son las traducciones de Wufila, un arriano, las que leen los invasores: visigodos, vándalos etc. que en lo religioso se van convirtiendo al cristianismo y en lo militar y político se impusieron en buena parte de los territorios europeos, entre ellos los de la Península Ibérica. 

A Martín, el triunfo en ese momento del arrianismo le llevó al exilio.

(Continuará)

Mª V. Espín