Kingsley, Peter: En los Oscuros Lugares del Saber. Ediciones Atalanta. Girona, 2006.
Esto dice el autor en las primeras líneas del libro:
Este libro no versa sobre hechos reales ni ficticios. Versa sobre algo más extraño, comparado con lo cual aquello que consideramos realidad es mera ficción.
No es lo que parece, de la misma manera que las cosas que nos rodean tampoco son lo que parecen. Trata, sobre todo, del engaño; del engaño absoluto del mundo en que vivimos, así como de lo que hay detrás.
Podría parecer una historia en torno a cosas que sucedieron hace mucho tiempo. Pero, en realidad, trata de nosotros mismos. Los detalles tal vez sean poco familiares, muy poco familiares. Y, sin embargo, su importancia alcanza las raíces de nuestro ser.
Esta falta de familiaridad es importante. Por lo general, cuando algo nos es ajeno se debe a que no guarda ninguna relación con nosotros, ni nosotros con ello. Sin embargo, lo que nos resulta menos familiar es lo que tenemos más cerca y hemos olvidado. Es como un miembro anestesiado o que lleva mucho tiempo sin utilizarse. Cuando recuperamos la sensibilidad nos es ajeno de un modo muy extraño, precisamente porque es parte esencial de nosotros.
Y ese es el propósito de este libro: despertar algo olvidado, algo que nos han hecho olvidar con el paso del tiempo aquellos que no lo entendieron o que, por motivos propios, quisieron que lo olvidáramos.
Podría decirse que este proceso de despertar es profundamente sanador si no fuera porque hemos llegado a una idea de salud tremendamente superficial. Para la mayoría de nosotros, la curación es lo que hace que nos sintamos cómodos y lo que alivia el dolor. Es lo que mitiga, lo que nos protege. Y, sin embargo, con frecuencia aquello de lo que queremos ser sanados es lo mismo que nos cura si podemos soportar la incomodidad y el dolor.
Queremos curarnos de la enfermedad, pero, precisamente, a través de la enfermedad crecemos y nos sanamos de nuestra apatía autocomplaciente. Tememos la pérdida y, sin embargo, precisamente a través de lo que perdemos somos capaces de averiguar que no pueden quitarnos nada. Huimos corriendo de la tristeza y la depresión, pero, si dejamos de ignorar la tristeza, veremos que habla con la voz de nuestro anhelo más profundo; y si seguimos prestándole atención un poco más, encontraremos que nos enseña la manera de alcanzar lo que deseamos.
¿Y cuál es nuestro anhelo? De eso trata esta historia.
Apenas leídas estas primeras líneas, que expresan el sentir del resto, libro y lector emprenden un viaje hasta el final, que dice así:
Así pues, todo lo que se ha mencionado hasta el momento –el principio del relato de Parmeneides acerca de su viaje a otro mundo, las tradiciones sobre él, los hallazgos de Elea– puede parecer una historia o incluso una historia dentro de una historia. Pero la historia está lejos de haber concluido y este libro que acaba de terminar, lector, es sólo el principio.
Así pues, el final de este viaje es sólo el principio. El principio de redescubrir la realidad o, lo que es lo mismo, de redescubrirnos. Algo que, como queda claro ahí, tiene que ver con la sabiduría, con el amor a la sabiduría, y con una corriente de pensamiento y obra, libres en la sabiduría, que existe desde tiempo inmemorial. En este viaje, libro y lector levan anclas y navegan con buen viento en pos de esta corriente.
Otras obras de Peter Kingsley: Ancient Philosophy, Mystery and Magic, Empedocles and Pythagorian Tradition (1995). [En castellano en Eds. Atalanta, 2008: Filosofía antigua, misterios y magia. Empédocles y la tradición pitagórica]
Primera parte del poema de Parménides, según la obra de Peter Kingsley, Los Oscuros Lugares del Saber.
Las yeguas que me llevan tan lejos como el anhelo alcanza avanzaron, después de venir a recogerme, hacia el legendario camino de la divinidad que lleva al hombre que sabe a través de lo desconocido vasto y oscuro. Y adelante me llevaron, mientras las yeguas, que sabían donde ir, me llevaban y tiraban del carro; y unas jóvenes indicaban el camino. Y el eje de los cubos de las ruedas silbaba, ardiendo con la presión de las dos ruedas bien redondas, una a cada lado, que veloces avanzaban; las doncellas, hijas del Sol, que habían abandonado las moradas de la Noche hacia la luz, se apartaron los velos de la cara con las manos.
Allí estaban las puertas de los caminos de la Noche y del Día, bien sujetas en su sitio entre el dintel superior y un umbral de piedra; se elevan hasta los cielos, cerradas con hojas gigantescas. Y las llaves –que ahora abren, ahora cierran– las custodia la Justicia, la que siempre exige el pago exacto. Y con dulces palabras seductoras, las jóvenes astutamente la convencieron para que retirara inmediatamente, para ellas, el cerrojo que cierra las puertas. Y cuando las hojas se abrieron –ahora una, luego la otra–, haciendo girar en sus goznes huecos como flautas los ejes de bronce con sus remaches y clavos, formaron una enorme abertura. Las jóvenes siguieron adelante por el camino con el carro y las yeguas.
Y la diosa me dio la bienvenida amablemente, me cogió la mano derecha entre las suyas y me dijo estas palabras:"Seas bienvenido, joven, compañero de inmortales aurigas, que llegas a nuestra casa con las yeguas que te llevan. Porque no ha sido hado funesto el que te ha hecho recorrer este camino, tan alejado del transitado sendero de los hombres, sino el derecho y la justicia. Y es necesario que te enteres de todo: tanto del inalterado corazón de la persuasiva Verdad como de las opiniones de los mortales, en las que no hay nada en que confiar. Pero aprenderás también esto: cómo las creencias basadas en apariencias deben ser verosímiles mientras recorren todo lo que es".
Miguel A. Aguirre