Los Compañeros (*)
La palabra 'compañero'
quiere decir "el que comparte su pan". En su significado mismo hallamos,
pues, lo que dicha palabra es en esencia: un gesto de generosidad y desprendimiento.
Este gesto es, sin duda, una forma del amor y de la belleza, las que se
manifiestan como energías benefactoras que disuelven los espejismos
del ego ilusorio, de esa entidad psíquica enemiga de lo humano.
En el contexto iniciático, esto es, en el plano de las ideas, "compartir
el pan" no es otra cosa que dar lo mejor de uno mismo, pues no tan sólo
esta expresión se está refiriendo al alimento material, sino
sobre todo al alimento sutil y espiritual que sustenta y propicia el crecimiento
del ser interior. Al que ha recibido una herencia de este orden le nace
compartirla con otro, o con otros; sabe que a él no le pertenece,
en el sentido de que dicha herencia no es de la 'propiedad' exclusiva de
nadie. Los que a sí mismos se sienten receptores de la Palabra no
pueden hacer sino comunicarla, ser sus emisarios, brindando la posibilidad
de que al 'otro', que es su semejante, le sea restituido el recuerdo y
la memoria. Todo ello supone una entrega y una plena identificación
con la Tradición, pues es ella, y su energía salvífica,
la que verdaderamente es el vehículo transmisor del Conocimiento.
El que se siente compañero de otros lo da todo por ellos, es decir
se sacrifica (con todo lo que esta palabra significa de 'hacer sagrado'),
les entrega su vida para después ganarla, pues como se afirma en
los Evangelios: "El que quiera salvar su alma (su vida), la perderá".
Hay entonces una voluntad de servicio en el gesto de dar y compartir, y
es esto precisamente lo que distingue a los auténticos copartícipes
en la cadena tradicional, de aquellos otros que antes de entregarse presuponen
las 'ganancias' o los 'intereses' que su acción les puede reportar.
Es en los Evangelios donde asimismo se dice: "Que no sepa tu mano izquierda
lo que hace tu derecha". Esta sería también la idea de fraternidad
iniciática: los que comparten la Tradición y la doctrina
han sido aspirados por ella, y muriendo, han vuelto a nacer de nuevo, pero
ya no como extraños los unos a los otros, sino que un vínculo,
sellado por un secreto, les hermana en lo invisible y sagrado. Naturalmente,
esto no tiene nada que ver con la mojigatería 'beata' con olor a
sacristía, y además ese vínculo no es ningún
yugo. Al contrario, los hermanos y compañeros son hombres libres,
o aspiran a serlo, pues su 'contrato' es consigo mismos, y ese secreto
es algo que está guardado en lo más profundo del corazón,
sin ellos muchas veces saberlo. En todo caso, esto siempre es una sorpresa
y un permanente asombro. Si así no fuera, la posibilidad de la fecundación
y la regeneración no tendría lugar, y por consiguiente sobrevendría
la petrificación. El "amiguismo" y la complicidad sustituirían
a la auténtica fraternidad. No es por casualidad entonces que la
palabra compañero sea el nombre de un grado iniciático, concretamente
del segundo de los tres que componen la Masonería. Por otro lado,
también existe una orden iniciática por nombre Compañerazgo,
que tanta relación tuvo, y tiene, con aquélla. Y es interesante
resaltar que ambas organizaciones son de origen artesanal, lo que quiere
decir que el trabajo colectivo se toma como la base y el fundamento para
el desarrollo espiritual del ser que participa de ellas. Asimismo, en el
sello de la antigua Orden del Temple aparecen dos jinetes compartiendo
el mismo caballo, o el mismo vehículo simbólico, dando a
entender que la colaboración y la ayuda mutua son imprescindibles
también en una organización que, como el Temple, fue sobre
todo caballeresca y guerrera. En suma, que el gesto de "compartir el pan"
es una cualidad inherente al proceso iniciático, cualquiera sea
la forma que éste adopte, y que si ese gesto faltara se haría
bien difícil, por no decir imposible, emprender y continuar el viaje
hacia el Conocimiento.
Francisco Ariza |