Aspectos Simbólicos de
Algunos Rituales Operativos (*)
Francisco Ariza ︎⤤
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ciertas logias masónicas de Inglaterra y Escocia que conservan gran
parte de los antiguos rituales operativos se continúan celebrando
tres fiestas altamente significativas e importantes, cargadas de un rico
simbolismo que testimonia la fuerza y vigor de la tradición masónica,
heredera de los antiguos misterios, los cuales, en tanto que misterios,
conservan una presencia inalterable y una actualidad permanente a lo largo
del tiempo1.
Se trata de la Conmemoración de la Fundación del Templo de
Jerusalén, la Conmemoración de la muerte del maestro Hiram
y la Ceremonia de la Dedicación del Templo. La primera de estas
festividades, la Fundación del Templo de Jerusalén -también
llamado de Salomón-, se celebra durante la época de la Pascua
judía, concretamente en el mes de Abril (Ziv), que es el
segundo en el calendario judío, cuando, según nos relata
la Biblia (I Reyes, VI, 37-38) dio comienzo su construcción.
Abril es llamado el mes de "las espigas", pues es en él cuando éstas
comienzan a crecer gracias al ímpetu renovado de las energías
vitales de la naturaleza (expresión de las energías cósmicas),
manifestando así toda su fuerza regeneradora. La segunda conmemoración,
la muerte del maestro Hiram, tiene lugar el 2 de Octubre, coincidiendo
a su vez con la fiesta judía del Yom Kipur, o "Gran Perdón",
época en que los frutos maduran y la naturaleza entera se prepara
para su recogimiento y concentración invernal, pero que también
anuncia el Jubileo y el Juicio Final, los que coinciden con el "fin de
los tiempos" y el descenso de la Jerusalén Celeste sobre la Tierra.
La tercera conmemoración, la Ceremonia de la Dedicación del
Templo, tiene también lugar durante el mes de Octubre, el día
30, y su desarrollo está marcado por las lecturas de los pasajes
bíblicos en donde se mencionan las palabras que Salomón dirige
al Señor invocando su presencia en el tabernáculo del Templo
recién terminado (I Reyes, VIII, 22-30). Se trata de la consagración
del mismo, cuya edificación había durado exactamente siete
años, número simbólico que asimila su construcción
a la creación del mundo, que fue formado según el Génesis
en "siete días" o ciclos temporales.
Como vemos, las tres celebraciones giran en torno y están
directamente relacionadas con el Templo de Jerusalén, referencia
esencial de la logia masónica (y también del templo cristiano),
del que es su modelo simbólico, como el propio Templo de Jerusalén
es, a su vez, la imagen simbólica de la Ciudad Celeste. Y esto explicaría
también por qué el desarrollo de la iniciación masónica,
en sus diversos grados, implica necesariamente un conocimiento de las estructuras
simbólicas de la logia (que son las del cosmos), conocimiento que
ha de ir acompañado, para su plena realización, de la transmisión
de las palabras sagradas, toques y signos rituales, inseparables (pues
conforman un todo) de las leyendas y relatos que aluden a los diversos
episodios de la historia sagrada de la orden masónica (que comienza
a contarse a partir de la construcción del Templo de Jerusalén,
si bien en algunas crónicas esa historia se remonta al origen mismo
de la humanidad), lo que permite actualizarla viviendo la realidad a la
que dicha historia se refiere.
Hablábamos del número siete, y hemos de
decir que éste es el número cosmogónico por excelencia,
siendo también el número de la jerarquía iniciática
en muchas tradiciones, pues el proceso de la realización espiritual
reproduce paso a paso (grado a grado) el proceso cosmogónico mismo,
incluido el de la propia naturaleza, que con sus ciclos y ritmos periódicos
y perennes nos invita a la contemplación de un orden preciso y armónico,
en el que el hombre está insertado y participa enteramente, lo sepa
él o no lo sepa. Asimismo, en las logias operativas que mencionamos
son también siete los grados iniciáticos, todos ellos relacionados
con la edificación y acabamiento del templo (hecho a imagen, volvemos
a repetir, del orden universal), correspondiendo el séptimo y último
de esos grados únicamente a los Tres Grandes Maestros de la masonería,
los cuales representan y asumen en su función al rey Salomón,
al rey Hiram de Tiro y a Hiram Abi, el cual no es otro que el maestro Hiram,
constructor del Templo de Jerusalén, y cuya muerte ritual y simbólica
es la que se conmemora, se "hace memoria", el 2 de Octubre. Hemos de añadir,
a este respecto, que siete es también la edad simbólica del
maestro en todos los Ritos masónicos actuales, estableciéndose
así una relación analógica entre ese grado y el acabamiento
del Arte Real o Gran Obra de la cosmogonía (su aprendizaje y conocimiento
efectivo), abriéndosele a partir de ese momento las posibilidades
de realización de orden verdaderamente extracósmico y metafísico2.
Así pues, esa muerte simbólica en realidad representa una
superación o "exaltación" del dominio cósmico (de
la dualidad inherente a las acciones y reacciones de las energías
bipolares que determinan toda manifestación), lo cual se vive en
el interior de la conciencia como una síntesis o conciliación
de esas mismas energías, lo que procura el nacimiento a la realidad
metafísica y espiritual, simbolizada por la "resurrección"
que sigue a la muerte de Hiram.
En las logias operativas, la ceremonia de acceso a la
Gran Maestría se denomina el "Gran Drama Anual"3,
porque en él se ritualiza la muerte, búsqueda y finalmente
el hallazgo del cuerpo de Hiram, tras lo cual comienza propiamente la instalación
del nuevo tercer Gran Maestro, que junto a los otros dos dirigirá
la logia operativa durante un año, finalizado el cual (coincidiendo
con la fecha del 2 de Octubre) se procede a la instalación de un
nuevo tercer Gran Maestro, encarnando en su función a Hiram. Por
otro lado, en dichas logias únicamente los dos primeros Grandes
Maestros (que representan, volvemos a repetir, a Salomón y a Hiram
de Tiro, respectivamente) lo son de por vida, mientras que es tan solo
el tercer Gran Maestro (Hiram Abi) el que se "sustituye" cada año,
o ciclo completo, por quien haya sido elegido para acceder a la Gran Maestría.
Sólo así es posible revivir periódicamente
el que sin duda constituye el rito más importante de la masonería:
la muerte de Hiram y su resurrección en el nuevo maestro. Y cuando
decimos masonería nos estamos refiriendo tanto a la que conserva
los antiguos rituales operativos (casi completamente desconocida, por no
decir totalmente) como a aquella otra que se ha dado en llamar "especulativa"
(que es la que comúnmente se conoce, aunque bastante mal), nacida
en los albores del siglo XVIII, es decir en una época en la que
por motivos que serían muy largos de explicar, pero que en el fondo
hay que atribuir a razones de orden cíclico, los rituales de la
antigua masonería operativa (de origen medieval) fueron prácticamente
olvidados, con lo que esto supuso de pérdida irreparable del riquísimo
legado simbólico y espiritual que hasta entonces había conformado
a la tradición masónica. Sin embargo, y a pesar de esa pérdida
y de las diferencias que puedan existir entre la logia operativa y la especulativa,
la orden masónica es una sola en esencia. Nuestra afirmación
no es gratuita, pues siendo distintas en muchas cosas (y desde luego hay
una superioridad de la primera con respecto a la segunda), no obstante
tanto la una como la otra conservan intacto el ritual de la muerte y resurrección
del maestro Hiram, ritual que es el que verdaderamente le da su identidad
y su unidad a la masonería en su conjunto. Además, la simbólica
de dicho ritual expresa lo más exactamente posible el sentido profundo
de una de las principales divisas y funciones del maestro masón,
que consiste en "difundir la luz, y reunir lo disperso"4.
De ahí también el título de "Príncipe de los
masones" dado a Hiram, pues bajo su directa inspiración, es decir
de lo que él representa en el plano iniciático y simbólico,
los masones reciben la plenitud de su iniciación, y la masonería,
por extensión, continúa transmitiendo la influencia espiritual,
único fin que justifica su existencia.
Centrándonos en la ceremonia de instalación
del tercer Gran Maestro, una parte importante y significativa de la misma
(y que demuestra el origen operativo de este grado) consiste en los siete
peldaños o gradas que el candidato ha de ascender, rodillas en tierra,
hasta el "trono" (así se designa exactamente) donde se sientan los
tres Grandes Maestros. Cada peldaño alude a una ciencia o arte liberal,
las que en su conjunto describen toda la cosmogonía. El candidato
a la Gran Maestría ha de responder a las preguntas que se le formulan
sobre cada ciencia, correspondiendo el primer peldaño a la Gramática,
el segundo a la Retórica, el tercero a la Lógica, el cuarto
a la Aritmética, el quinto a la Geometría, el sexto a la
Música y el séptimo a la Astronomía5.
Superada la prueba, el nuevo Gran Maestro es recibido en las "moradas de
la potencia", así llamadas muy probablemente porque esa parte de
la logia se asimila al Debir, que era el "Santo de los Santos",
Tabernáculo o Sanctasantorum del Templo de Jerusalén,
y en el que era depositada el "Arca de la Alianza", siendo, en consecuencia,
el lugar más sagrado e interno del templo6.
Los siete peldaños que se han de ascender constituyen
la línea que separa, y a la vez une, el Debir del Hikal (el "Santo"), que es aquella parte del templo que se extiende desde esa
línea divisoria hasta el pórtico de la entrada, presidido
por las dos columnas Jakin y Boaz, cuya simbólica desempeña
un importante papel dentro de la enseñanza masónica. Si en
la logia el Debir, por su posición elevada, simboliza el
Cielo y la vertical, el Hikal simboliza a su vez a la Tierra y a
la horizontal, con lo cual el ascenso se vive como un viaje axial de la
Tierra al Cielo, o de una realidad condicionada por las limitaciones espacio-temporales,
a la verdaderamente incondicionada y eterna. En el mismo contexto, añadiremos
que en la logia operativa los tres Grandes Maestros están ubicados
simbólicamente sobre el monte Moriah, considerado como una de las
tres montañas sagradas de la masonería (las otras dos son
el Tabor y el Sinaí), pues fue sobre su cima donde se edificó
el Templo de Jerusalén. La sacralidad de esta montaña hace
de ella un verdadero Eje del Mundo, y por tanto un nexo de unión
y comunicación entre la Tierra y el Cielo7.
El "ascenso" del candidato se realiza entonces a lo largo de dicho eje,
y los peldaños de las siete ciencias constituyen también
un ascenso por los grados del conocimiento, los cuales, una vez asimilados,
conducen al hombre a la reintegración con la Unidad del Sí
Mismo, lo que en lenguaje masónico equivale a la identificación
con la energía o potencia creadora del Gran Arquitecto del Universo8.
De ahí que durante la ceremonia de instalación
del tercer Gran Maestro se aluda directamente a uno de los símbolos
más antiguos del Gran Arquitecto: la cruz svástica. Se dice
que la explicación de este importante símbolo dura 70 minutos,
tiempo que ha de entenderse también en clave simbólica, pues
de nuevo tenemos aquí al número siete como parte constitutiva
y esencial de esta ceremonia. La svástica está estrechamente
relacionada con la Estrella polar, ubicada en el centro mismo de nuestro
universo, el único punto que permanece inmutable mientras toda la
bóveda celeste gira en torno de él. Los cuatro brazos de
la cruz svástica representan asimismo las cuatro posiciones (dirigidas
a los cuatro puntos cardinales celestes) de la constelación de la
Osa Mayor, la cual, en efecto, gira constantemente en torno de la polar9.
Existe, por tanto, una directa vinculación entre esa rotación
celeste y la propia Estrella polar, pues dicha rotación emana de
ella misma, y como dice René Guénon ese movimiento "no es
un movimiento cualquiera, sino una rotación que se cumple en torno
de un centro o de un eje invariable... el Centro imprime a todas las cosas
el movimiento, y como el movimiento representa la vida, la svástica
se hace por eso mismo un símbolo de la vida o, más exactamente,
del papel vivificador del Principio con respecto al orden cósmico"10.
Es por ello también que la svástica es el símbolo
del Polo, que es la Gran Unidad (llamada Tai-Ki en la tradición
extremo-oriental), o el Centro de centros, o el Sol de soles, pues de idéntica
manera que todo el conjunto de la Existencia universal surge de él,
en él se reintegra cuando finaliza su ciclo de manifestación.
Esto último está muy relacionado con la iniciación
(por lo que antes hemos dicho acerca de la analogía entre el proceso
cósmico y el espiritual), ya que ésta, la iniciación,
consiste en la paulatina y gradual reintegración de todos los elementos
dispersos del ser individual en el Sí Mismo, lo cual implica la
universalización de esa individualidad, que pasa así de la
periferia del movimiento incesante de la Rueda del Mundo (de su rotación
o girar indefinido) al Centro de esa misma Rueda11.
Por otro lado, en el séptimo grado de la logia
operativa, el Gran Arquitecto recibe el nombre hebreo de El Shaddai,
que quiere decir "Dios Todopoderoso", el que es invocado al final de la
ceremonia de la Dedicación del Templo por el primer Gran Maestro
(Salomón) en estos términos: "Yo he terminado el trabajo
que mi padre me manda cumplir", en clara referencia al acabamiento y culminación
de la obra. En el simbolismo arquitectónico (ampliamente desarrollado
en los rituales operativos) la idea de "acabamiento" del Templo está
presente en la simbólica de la "piedra angular" (pues efectivamente
ella es la última piedra que se pone, "coronando" toda la construcción),
cuya posición es esencialmente axial al ubicarse en el centro mismo
de la bóveda o domo (de ahí el nombre de "clave de bóveda"
para designar dicho centro), el cual representa la cúpula celeste
dentro de la construcción12.
La piedra angular equivale a la Estrella polar13,
y ambas simbolizan, cada una en su orden, al Todopoderoso Gran Arquitecto,
vivificador y sostén, principio y fin, alfa y omega de toda la Creación14.
Toda esta simbólica se resume en un momento de
la instalación del tercer Gran Maestro cuando son reunidas cuatro
escuadras de manera que formen la cruz svástica. Tres de esas escuadras
pertenecen a cada uno de los tres Grandes Maestros, y la cuarta es la que
se encuentra sobre el Libro Sagrado. Esa svástica es, a su vez,
una réplica o reflejo de la que está dibujada en el techo
(cielo) de la logia, de cuyo centro desciende una plomada-eje en dirección
al centro mismo de la svástica terrestre formada por las cuatro
escuadras, simbolizando de esta manera la unión entre el Cielo y
la Tierra15.
Por su vinculación con el Polo y el Centro del
Mundo la svástica es considerada uno de los principales símbolos
que remiten directamente a la Tradición Primordial, cuna de la humanidad,
y cuyo origen, según todas las fuentes tradicionales, fue en un
principio polar o hiperbóreo. Y el hecho de que este símbolo
constituya parte integrante y fundamental de este ritual operativo demuestra
una vez más que la simbólica, ritos y misterios de la masonería
proceden, por una transmisión ininterrumpida a lo largo del tiempo
y con todas las adaptaciones necesarias, de esa misma Tradición
primigenia. Tal vez a todo ello es a lo que también se refiere Guénon
cuando al final del artículo sobre "La letra G y el svástika"
afirma "... que la teoría polar ha sido siempre uno de los mayores
secretos de los verdaderos maestros masones"16. |