EL AMOR Y LOS MITOS (Introducción): Manuel Bernad Felices.

"La primera vez que oí hablar de los mitos tenía catorce años; estudiaba Bachiller Superior en el Seminario Diocesano de Zaragoza y una de las asignaturas era "Griego". Aprendiendo aquel idioma de letras tan extrañas que se hablaba hacía varios miles de años, empecé a escuchar los nombres de Zeus, Atenea, AFelicespolo, etc. El profesor nos contaba historias de aquellos dioses tan peculiares que habitaban en un cielo llamado Olimpo, así que poco a poco me fui familiarizando con ellos. Este primer acercamiento a los mitos duró cuatro años y, aunque a partir de entonces desaparecieron de mi campo de atención, aquello quedó como una semilla que, muchos años después, habría de germinar. La vida se despliega en ciclos sucesivos de crecimiento, y en cada uno de ellos reconocemos huellas del pasado. En mi actual interés por los mitos resuenan aquellos años de juventud en que escuchaba los relatos que hablaban de los dioses y héroes griegos, cuyos nombres siempre he recordado a pesar del tiempo transcurrido.

Veinte años más tarde empecé a encontrar referencias a los mitos en mis lecturas habituales, y mi interés se fue despertando poco a poco. Comencé a recordar más vivamente aquellas historias que nos contaba el profesor de griego y a quedar fascinado por los significados que ahora me traían. Estos relatos bullían dentro de mí, tocaban zonas tan profundas que me acercaban a un fondo arcaico y primordial. Desde ese momento mi vida entró en una dimensión mítica; en todas mis decisiones, algunas muy dolorosas, era el héroe quien actuaba dentro de mí. Estaba siendo transformado por los mitos.

ése es el único modo posible; si pretendemos desentrañar los mitos desde el entendimiento se convierten para nosotros en algo acartonado e inaccesible; no es posible realizar una interpretación racional que nos sirva a nuestra vida interior. El camino pasa por dejar que los mitos penetren dentro de nosotros sin condiciones ni juicios previos, y que depositen allí su sabiduría; eso requiere un acto de humildad y confianza, y a la vez un paciente trabajo de autoconocimiento.

Los mitos pertenecen a una realidad sagrada que se presenta teñida por características culturales e históricas; a pesar de estas diferencias, en todas las mitologías late un núcleo común, y ése es el que resuena dentro de nosotros cuando nos acercamos a los mitos dispuestos a dejarnos guiar por ellos. Es así como se convierten para nosotros en un pozo sin fondo, oscuro pero cargado de tesoros; algo tan fecundo que se renueva a cada instante y nos aporta nuevos y profundos significados. Nunca hay un significado definitivo de un mito, sobre todo porque los mitos nos hablan directamente al corazón, y sólo ahí es posible recibirlos. Esta acogida es necesariamente individual, ese relato me está hablando a mí en exclusiva, y lo que me dice en este momento es lo único que puedo hacer mío. Los mitos beben de una fuente inagotable, y esto hace posible que un mismo mito pueda hablar por muchas bocas. A pesar de ser creaciones tan antiguas como el propio ser humano, continúan estando plenamente vivos, tan frescos y lozanos como cuando vieron la luz por primera vez.

A través de los mitos podemos penetrar en nuestro mundo interior de un modo genuino y creativo. Cualquiera que sea nuestro estado emocional podemos vernos reflejados en los relatos mitológicos, no importa que nos parezca absurdo, mísero o insoportable; si permitimos que los mitos entren en nuestra vida podremos acoger cada momento como corresponde a nuestra nueva condición de héroes. Y es que los mitos son creaciones colectivas que reflejan en realidad nuestro propio mundo interior; los dioses, héroes y monstruos habitan dentro de cada hombre y de cada mujer, aunque a menudo se encuentran en un estado de sueño profundo. Sólo cuando me decido a descender hacia mí mismo ellos comienzan a desperezarse y a hacerse visibles en mi vida. Ahí es donde empieza mi tarea; yo no puedo manejar a los dioses, pero sí acogerlos cuando aparecen, y para ello he de estar muy atento, o pasarán de largo.

Iniciar esta aventura equivale a dejarse transformar por los mitos; a partir de ahora van a ser los dioses quienes trazarán mi camino, una senda que habré de recorrer paso a paso, aceptando el halo de misterio que la envuelve.

Para penetrar en el mundo de los dioses hay que deshacerse de los apegos y apetencias habituales; no es posible entrar con condiciones previas ni hacerlo a medias. Los dioses imponen esta primera exigencia: o todo o nada. No podemos tomar esto y dejar aquello, hemos de estar dispuestos a acoger cualquier dios, héroe o monstruo que se haga visible, sin importar el impacto que eso nos provoque. Todos los seres que aparecen en los mitos tocan zonas de nuestro ser íntimo, y rechazarlos significa renunciar a esa parte de nosotros. Los distintos mitos configuran un todo armónico e integrado; si nos quedamos con partes aisladas, los árboles no nos dejarán ver el conjunto; sólo abriéndonos a los mitos de par en par podremos disfrutar de la belleza de todo el bosque.

Al entrar en este universo se quiebra nuestra habitual tendencia a trazar fronteras y compartimentos; comprobaremos que podemos sentir por igual la compostura y elegancia de Apolo y el éxtasis frenético de Dioniso; el alma guerrera de Heracles, el héroe arquetípico, junto al espíritu reservado y ascético de Hestia, la diosa del hogar; que podemos acoger la belleza de Afrodita unida a la deformidad de Hefesto, el dios cojo que no en vano era su esposo; que pueden convivir en nuestro interior Zeus, dios supremo del Olimpo, y Hades, el dios de los infiernos; que podemos contemplar en una misma escena la egregia figura de héroes como Odiseo o Aquiles junto al aspecto extraño y temible del dios Pan. Ya nada es lo uno o lo otro, sino lo uno y lo otro, mezclados formando una nueva naturaleza. Los dioses que albergo dentro de mí ya no tienen necesidad de pelearse entre sí por alcanzar preeminencia, ya que he acogido a todos sin excepción. ésta es la senda que me abren los mitos: honrar a todos los dioses, convertirme en un panteón viviente. De este modo todo ese fantástico mundo de dioses, héroes y monstruos se convertirá en una fuente inagotable de sabiduría... y de amor.

Nuestro mundo interno escapa a cualquier intento de encuadrarlo en el lenguaje formal y racional; en esta realidad insondable nuestros habituales conceptos y razonamientos se muestran ineficaces. Por eso hemos de recurrir a las imágenes, las metáforas, la poesía, las leyendas y los mitos; este lenguaje permite expresar nuestra intimidad ya que no pretende estructurarla ni manipularla; simplemente la sugiere, la evoca. Y es precisamente esa modestia la que lo convierte en un cauce apropiado de expresión. No sólo eso, sino que el propio lenguaje pasa a ser un instrumento capaz de mostrar el mundo interior de un modo creativo.

Todo esto nos llevará a transformar el lenguaje psicológico que empleamos habitualmente. C. G. Jung, que abrió nuevos caminos en la exploración del ser humano, decía que la psicoterapia consiste en realidad en ficciones que curan; nada hay tan real como esta ficción en la que el propio ser interior despliega sus imágenes. Toda mi vida queda integrada en una historia mítica; el dolor, el gozo, la tristeza, el miedo, todo lo introduzco en un relato épico que se va a convertir en la única y gran aventura de mi vida; en ella me comprometo en cuerpo y alma, como corresponde al héroe que está despertando dentro de mí.

Este libro es la crónica de una aventura íntima, que se desarrolla a través de una serie de lugares (el hogar, el desierto, el valle, el mundo subterráneo y el templo), de personajes (el niño, el guerrero, el salvaje, la bailarina, el dragón, el anciano sabio, el mago y el rey) y de momentos (la huida, la muerte, el regreso, la boda y el nacimiento). ésta es la estructura básica del libro; en todo el tiempo que he dedicado a escribirlo he tenido la sensación de estar hablando siempre de lo mismo... de manera diferente. Cada imagen, cada metáfora, es un nuevo modo de expresión del mundo interior; su contenido sin embargo nunca se agota; al contrario, se expande más y más.

Cuando era niño me entusiasmaban las películas de aventuras; en el cine de mi pueblo contemplaba boquiabierto las imágenes que cada tarde de domingo me transportaban a lugares insólitos a través de fantásticas peripecias. Aquella pasión de la niñez ha encontrado finalmente su esencia y su acomodo: me he convertido en el héroe de mi propia aventura."

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